Las crónicas de Grea (en proceso)

CAPITULO II

Dicen que esa niña, de ojos extraños y comportamiento aún más extraño no tenía familia. Pusieron avisos en un diminuto diario local de aquel pueblecito y nadie vino por ella; merodeaba por los pasillos del hospital y de vez en cuando se infiltraba por la morgue y se ponía a cantar melodías nunca antes escuchadas y otras veces susurraba historias antinaturales.

Un día lluvioso, justo en la madrugada huyó, la perdieron de vista, se fue como el viento sin hacer ruido. A los médicos les parecía extraño la desaparición así que informaron a las autoridades de aquel pueblo semifantasma, sin embargo, parecía no importarle a nadie el asunto.

Antes de romper el alba me fui…

Antes de romper el alba me fui. No tenía sentido seguir en ese lúgubre lugar, donde el dolor y el llanto eran el pan de cada día. Me adentré al bosque más cercano, no tenía definido a donde iría, solo mis pies y un sentimiento inexistente me obligaban a seguir. Mi mente se había nublado en un vaivén de recuerdos inexistentes de mi pasado; un yo recogiendo calabazas, limpiando la casa, llorando a las riberas del rio…gente extraña, pueblo extraño.

Seguí caminado por horas, cuando en las profundidades del bosque un olor a leña quemada inundó mi olfato. Cegada por la curiosidad seguí mi instinto olfativo cuando a lo lejos una cabaña en ruinas de madera humeaba, intuí que alguien vivía ahí. Me acerqué cautelosa, toqué la puerta, mientras esperaba me fijé en una inscripción de una T gigante. Nuevamente toqué la puerta y nadie se asomó. Me quedé sentada, esperando que el habitante de ese recinto aparezca. La lluvia empezó y estas eran gotas de perlas y cuando llegaban al piso rebotaban como pimpones. Me quedé atónita observando aquel fenómeno.

—¿Quién eres forastera? —suena la voz de una adulta. Levanto la mirada y es una anciana jorobada con los pies descalzos y, un trapo blanco que perdió su color por la suciedad que lleva atado alrededor del cuello.

—H-o-l-a —respondo titubeante, su aspecto me provoca miedo.

—No temas, niña—dice sacudiéndose el viejo abrigo que lleva—que tal aguacero—culmina abriendo la puerta.

—Niña pasa o piensas quedarte ahí.

Inmediatamente me pongo de pie y la sigo. La puerta es sumamente estrecha, el lugar es húmedo y lodoso, sin embargo, a unos pasos más el aspecto cambia; una luz amarilla ilumina el impecable lugar, el piso con alfombras, las paredes de un acabado extraordinario, sillones por doquier y una inmensa biblioteca. La anciana continúa indicándome el camino hacia la cocina, donde arde un inmenso fogón, levanto la vista y me topo con una vitrina gigante lleno de quesos, tomates, arándanos, carne y vino. Y, uno que otra verdura…

Me señala la mesa para sentarme mientras ella sirve un humeante caldo de carne.

—Come, niña, que estas paliducha y hasta los huesos.

No respondo e inmediatamente empiezo a degustar. Nunca en mis diez años había probado una sazón como esa.

—Y toma esto—diciendo eso me alcanza una fruta extraña en forma de calabacín. La tomo e inmediatamente siento su frescor y olor, como también cosquillas en las manos así que la suelto y cae al suelo provocando un sonido de llanto lo cual me sobresalta.

—Niña, tranquila, también las frutas lloran cuando se caen, así como nosotros, la próxima no la sueltes —suspira sentándose —¿Cómo llegaste hasta aquí? —pregunta mirándome a los ojos como si me juzgara.

— Caminando —respondo masticando la fruta que, por cierto, es adictivo.

—Eres la elegida, Grea—sonríe—Te hemos esperado durante siglos.

Esas palabras hacen que me atore con la fruta y me ponga a toser.

—Tranquila, mi niña—me golpea la espalda y se me pasa —Respira, tienes que manejar la respiración.

—¿Quién es usted? —pregunto

—No soy nadie. Aquí somos la hija de nuestras antepasadas, solo eso—responde mirando al fogón.

—¿Acaso no tiene nombre? —vuelvo a insistir

—¿Nombre? Aquí te pueden llamar como mejor les guste…eso sí, yo pertenezco a la Hermandad de Tituba, nosotras somos el recuerdo, las memorias y el legado de nuestra reina.

¿Tituba? Creo haber leído sobre ella en la biblioteca. Sin embargo, no sé si habla de la misma persona.

—Y, tú pequeña has llegado en el momento exacto —repite llevando mi mano a su frente —tendré que informar a las otras dos hermandades —culmina saliendo de la cocina.

La sigo confundida.

—¿Hay otras como tú? —pregunto

—Sí, pero sin joroba —responde sonriendo —Tendrás que quedarte aquí. Yo regreso en un tiempo prudente—culmina.

Me quedo observándola como se calza unas botas puntiagudas en forma de dragón.

—No abras la puerta a nadie y no hagas ruido para nada. Gracias por venir, Grea—y, sale apresurada.

Me movilizo hacia la biblioteca y hay libros de toda índole, pero todos son de brujas, las voy revisando cuando a mis espaldas cae algo, volteo y veo que es un libro, la limpio y la devuelvo a su lugar y justo ahí en un rinconcito polvoriento se encontraba un libro con marcas de sangre como si estuviese en una batalla o en una pelea callejera.

Retrocedo aterrorizada y choco en el sillón y caigo de culo. Me froto el trasero sin dejar de vista al objeto que emanaba salpicones de sangre. Dicho libro empieza a movilizarse a mi dirección. Esto era demasiado, así que me arrastro por el piso con dirección a la puerta y salgo disparada.

—¿Que fue eso? —pienso internamente.

Volteo para marcharme cuando observo que detrás del árbol está una sombra negra, intenta ocultarse, sin embargo, su voluminoso cuerpo lo delata.

—¿Qué quieres? —grito con enfado, porque toda esta rareza me está poniendo nerviosa. No debí de huir de aquel hospital, supongo que con los días alguien vendría a buscarme, aunque no recuerdo con exactitud si aún tengo familia.

El cuerpo negro yace inamovible. El silbido del viento hace que me estremezca y me tape el oído.




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