Las crónicas de Grea (en proceso)

CAPITULO IX

DONDE SE CUENTA SOBRE EL SÉQUITO DE TENEMO Y LA SOCIEDAD DE SALWACADABRA

Ante la creciente desaparición de niños y la muerte de muchas mujeres de las  hermandades a eso sumemosle la desaparición de los miembros de las gorgonas y de otras especies, el peligro era inminente, el cazador estaba al acecho cada vez más. Por ello, las hermandades seguían haciendo su lucha a su manera, pero era imposible detenerlos, ya que esta sociedad era una fuerza muy poderosa pues poseía armas y caballos. Entrenaban todos los días y de la manera más vil, pues entrenaban con criaturas del bosque que habían cazado. 

Sin embargo, la calma que mantenían esa mujeres era impresionante, se mantenían serenas y sepultaban a sus muertos en el Árbol de los Cuervos, y cuando estas  desaparecían ponían letreros en los árboles honrando su memoria. Los más ancianos de cada comunidad sabían  de lo que ocurría pero no decían nada, porque nadie quería que vivieran en el miedo. Pues vivir con el miedo es como no vivir. 

EL SÉQUITO DE TENEMO 

El humo cada vez cubría el bosque,las hojas colgaban como diamantes y una que otra sombra se escondía detrás de esos árboles frondosos. A lo lejos, a las afueras del inmenso follaje existía un pueblo junto a la pista principal que daba hacia la civilización, estas estaban lleno de crucifijos y estatuas de mármol con imágenes de cristo, de María y ahí al centro de aquel lugar yacía una enorme hoguera y al centro una inmensa vara de metal en forma de cruz con la siguiente inscripción “Aquí es el castigo a quienes deshonran el nombre de Dios”

Sus habitantes eran hombres altos y fuertes, cubrían su rostro con una máscara de tigre y, además llevaban capuchas negras tejidos con pelos de mujeres asesinadas del bosque. Las mujeres por su parte llevaban el rostro pintado de rojo y la cabeza rapada. Pues se decía que sus cabellos atraían maldad y brujería. Había escasos niños que casi no se les veía por las calles.

Esa pequeña comunidad era la Sociedad de los Salwacadabra, lo que significa “Salmos de los cantares eliminando lo abracadabra”, y el  grupo más rebelde era el Séquito de Tenemo quienes se encargan de exterminar a todas las criaturas existentes fuera de aquella sociedad. Con su fiel creencia de eliminar cualquier maldad del mundo y peor aún la práctica de la brujería, la magia, los cabellos largos, los enfermizos y seres que no eran igual que ellos. Porque según sus creencias era abominación ante la mirada de su creador. 

Todas las noches a partir de las ocho de la noche se reúnen en el gran salón de la capilla, ahí discuten sus nuevos ataques, planifican su próxima cacería, luego se ponen a rezar y leer la biblia. Las mujeres cantan himnos y los niños rezan arrodillados en un rincón, algunos caen dormidos. 

Tenemo, sabía lo que ocurría, sabía cómo ubicar a las hermandades y cómo ubicar a la cueva de las gorgonas. Era el más antiguo de su comunidad, como también el más joven, en sus días libres acudía a un pueblo cercano a ejercer su cargo de médico. Se decía que para purificar su alma con aquellos inocentes que llegaban al hospital. 

En lo familiar tenía doce hijos en diferentes mujeres, pero solo amaba a una de ellas a quien forzó al no ser correspondido y de aquel acto vil nació un hermoso niño al cual llamó Temberis. Temberis fue creciendo con el amor de su madre  y padre, aunque era muy notorio que su madre Dulcisne no amaba a Tenemo, al contrario lo odiaba y rezaba para liberarse de su opresor. Dulcisne había sido secuestrada por Tenemo, pues procedía de una familia humilde, apenas tenía quince años cuando sucedió. Sus padres negaron darle el consentimiento a Tenemo, porque conocían el tipo de varón que era y que además, iba asistir a un lugar elegido por su madre. 

Pero este en venganza quemó la choza y mató a todos, luego se excusó ante la Sociedad que hizo lo aquello por que vio actuar de manera extraña a la madre y, que además sus sospechas se confirmaron al saber que la mujer llevaba el pelo largo y trenzas alrededor de la cabeza. Dulcisne odiaba hasta a los mismos habitantes, empero tenía esperanzas. Una niña, ella la vio una vez, sí era ella. Cuando sus ojos cambiaban de color, el mundo de los Akuashujay estaba en ella. 

A Tenemo no le importaba si era correspondido o no, solo le importaba su presencia y forzarla al caer la noche. Algunas mujeres odiaban a Dulcisne, decían que no era merecedora del amor del gran jefe e incluso decían que era una bruja, que Tenemo tenía por esposa a una bruja pero se negaba a creerlo y como era él quien mandaba nadie tenía derecho a contradecirlo. 

Dulcisne, casi nunca salía de su casa, raras veces se asomaba por la ventana. Dedicaba su día a leer y escribir. Ayudaba a su hijo en los deberes de la tarea. Ambos gustaban de la poesía, novelas, política, economía, romances, historias, leyendas y en las tardes Temberis entrenaba con su padre. Era muy hábil en el uso de la espada, del arco, sin embargo, era un pésimo jinete. Su padre orgulloso decía que era su heredero, aunque su madre decía que eso era imponerlo.

Pero los días se estaban poniendo muy difíciles últimamente, a veces no volvía a casa Tenemo, se pasaba horas e incluso días fuera y si regresaba llegaba malhumorado y de vez en cuando con la mirada muy misteriosa y de odio hacia su esposa. 

Cuando una mañana en el desayuno habló sin más —Temberis es momento de que te unas a la cacería —dijo con frialdad. 

Dulcisne no podía creer lo que estaba escuchando se puso de pie y enseguida cuestionó —¡Es muy joven!—gritó con furia.

—Tranquila, mamá, si papá quiere, iré con él —dijo el joven apuesto.

—¡No, tú no! —respondió —corromperá tu alma este señor—habló dirigiéndose a su marido. 

Este levantó la mano para abofetearla pero Temberis lo detuvo con firmeza.

—No vuelvas a levantarle la mano a mamá, nunca más —resondró —si quieres voy —finalizó tomando su sopa humeante. 




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