De manera desesperada ansiaba gritar para que alguien llegara a su rescate, pero el sonido se quedaba atorado en su garganta. En el segundo que la criatura hundió las garras, su piel se abrió con un sonido húmedo. Una oleada de dolor recorrió cada uno de sus nervios que la hizo temblar. La sangre comenzó a brotar con un rojo intenso y temple tibio, que se derramaba por el resto de su cuerpo. El olor metálico abarrotó cada rincón de la casa, al igual que el hedor del myust, lo que le provocó un escalofrío y asco. Sintió como su fuerza se escapaba entre las heridas, y el mundo a su alrededor comenzaba a disolverse entre sombras, jadeos, dolor y sangre. No importaba cuánto se retorciera o le pidiera a los Dioses que la salvaran, nadie lo haría. La única forma en la que sería libre ocurriría al momento que el myust estuviera satisfecho con su carne y para ese entonces ella estaría muerta.
No entendía nada. Siempre había creído que estos seres eran pacíficos y protectores, enviados por los Dioses. Eso era lo que todos creían, lo que ella había pensado toda su vida. La leyenda decía que un myust jamás mostraría su cuerpo por completo y solo los elegidos por los Dioses tendrían el honor de contemplar su rostro.
Marie pensó que había sido bendecida, pero no tuvo que pasar mucho tiempo para darse cuenta de que no era así. La primera vez que vio a la criatura, solo pudo ver sus ojos negros y profundos En los días siguientes solo observó esa parte de su cuerpo, hasta que en una ocasión pudo ver sus orejas puntiagudas y tensas en su dirección. Cuando logró distinguir sus pequeñas patas delanteras, el miedo dentro de ella comenzó a crecer. Notó las garras que sobresalían en medio del pelaje, filosas y listas para atravesar cualquier piel. Se suponía que Marie no debería ser capaz de percibir más partes del myust. Su miedo incrementó cuando ya pudo diferenciar casi todo el cuerpo de la criatura, y sobre todo esa mirada que parecía más una amenaza que una bendición divina. Era como si la escaneara de arriba abajo, aguardando el momento oportuno para actuar. Algo dentro de Marie le advertía que no era algo bueno.
Cuando se mostró por completo, su pelaje era de color gris, muy diferente al negro que lo había distinguido días antes. El pequeño gato se retorció y crujió como si sus huesos se doblaran en direcciones antinaturales. Sus extremidades alargándose y torciéndose hasta que adopto una forma más humana. Un olor a carne en descomposición comenzó a llenar el lugar, como si la criatura se estuviera pudriendo mientras mutaba. El hedor era tan fuerte que el estómago de Marie se revolvía y las náuseas subían por su garganta.
En aquel instante, Marie se cuestionó si su conocimiento sobre los myust era el correcto. Ante ella la criatura ya no era el adorable animal, sino algo más parecido a un humano, en específico a una mujer. Además, le parecía aterradoramente familiar. Sus ojos se detuvieron en la mano deformada de la criatura. Los dedos eran alargados y terminados en unas uñas negras y afiladas, que podrían desgarrar la piel con facilidad. La piel sobre los huesos se veía tirante, como si cualquier movimiento podría producir que se abriera. Lo que más llamo la atención de Marie fue la cicatriz que sobresalía de la mano izquierda y continuaba por el brazo, de un color blanquecino que contrastaba con la piel grisácea del myust. Una sensación de inquietud se instaló en su pecho, como si su subconsciente reconociera aquella marca.
De pronto, se acordó dónde había visto aquella cicatriz. En ese entonces, Marie no estaba en el suelo, sino encima de alguien. Era una chica de su misma edad, compañera de escuela. Marie se regocijaba al escuchar los gritos desgarradores de la chica, agudos y rotos, que parecían desprenderse desde el fondo de su garganta. Había algo que la llenaba por dentro al oír el eco del dolor y las súplicas que emitía. Marie era la agresora. Ella hacía que su víctima implorara a los Dioses por ayuda. Recordó con satisfacción el sufrimiento que le había provocado.
Los Dioses actuaban de formas crueles y misteriosas. Marie era la que antes se deleitaba con el dolor ajeno, en los moretones que crecían bajo su toque y en las heridas que tardaban semanas en curar. Había placer al ver cómo la piel cedía, como el cuerpo de un otro temblaba ante su toque, solo porque ella lo decidía. Ahora esa misma satisfacción se reflejaba en el myust, en cada mordida con que desgarraba y devoraba su carne. El ruido viscoso de cada mascada le provocaba escalofríos, no solo era el miedo, sino el recuerdo vivo de como en el pasado disfrutó hacer daño.
Su visión comenzó a tornarse borrosa, las luces se estiraban en líneas temblorosas, y un pitido agudo empezó a llenar sus oídos. La sangre escapaba por montones. Era tibia y resbalaba por su piel cada vez más fría. Sentía como su carne se desprendía de sus huesos en un sonido húmedo. Poco a poco, el sueño comenzó apoderarse de ella y aunque deseara luchar por mantenerse despierta, todo esfuerzo era inútil en ese instante, no en ese estado. Con sus últimas fuerzas logró levantar la cabeza y lo que presenció fue suficiente para terminar de quebrarla por dentro.
Era como si su cuerpo hubiera pasado por una trituradora. Tiras de carne colgaban a su alrededor, como ropa deshilachada, brillante, húmedo y pegajoso. Sus intestinos manaban fuera de su estómago, como una serpiente viscosa y caliente, intentando salvarse de ser devorado. Cada respiración era un esfuerzo terrible. Sus emociones eran un torbellino, se mezclaban entre el deseo de querer llorar, vomitar o simplemente desmayarse. Solo podía sentir que todavía estaba viva.
Lo peor de todo fue ver a la criatura. Su rostro era extraño y perturbador. Lo que se suponía que era la cabeza, se veía de una forma nebulosa que pasaba entre un rostro felino, una mujer y un esqueleto, las tres apariciones superpuestas. Los colmillos de aquel ser estaban manchados de su sangre y su aliento exhalaba un olor nauseabundo, como si ya hubiera devorado a alguien antes de venir a buscarla. Marie sintió un escalofrío que le recorrió la carne que aún estaba sujeta a sus nervios. Su cuerpo temblaba ante el miedo y la repulsión de ver al myust. Cuando conectaron miradas solo vio un odio profundo que devoraba su alma. Sentimiento que ahora ella misma compartía hacia su persona y los Dioses.