En otros cielos que el hombre común aún no entiende ni conoce, existen dos deidades enemistadas desde hace siglos: la diosa Umn y el dios Luhna. Ambos son padres de una extensa progenie eterna.
Los eihneres son los hijos directos de Luhna y Umn y moraban juntos como una gran familia en el tercer y más alto cielo, un lugar al que llamaban Silen.
En el principio —y antes de las guerras celestiales— a los einheres se les encomendó un nuevo propósito divino: comenzar a diseñar criaturas a su semejanza, con bondades de Luhna y con fortalezas de Umn. Seres que vivieran un proceso evolutivo y se complementaran hasta lograr su máximo potencial.
Los einheres crearon parejas, explorando la dualidad de almas. Lo bueno y lo malo, lo fuerte y lo débil. Atributos opuestos pero alojados en un solo espíritu y ser. Varón y hembra fueron diseñados para habitar un mismo cuerpo.
Utilizaron el primer cielo —o primera cámara— llamada Sihe, para su elaboración; y este fue el nombre que otorgaron a sus creaciones.
Vigilados día y noche, los sihes fueron alcanzando cierto intelecto, evolucionando a su ritmo. Las entidades rezagadas, que no se desarrollaban de manera óptima ante sus creadores, eran desechadas y reestructuradas a una nueva o diferente forma. Las inteligencias que progresaban lo suficiente migraban al segundo cielo, un lugar llamado Canto; este fungía como la antesala al cielo de Silen, el más alto en su grado.
Era en Canto donde adquirirían los últimos conocimientos y experiencias necesarias para al final ser integrados, ambos espíritus, en un único y glorioso ser.
La unificación ocurriría en el gran cielo de Silen. Dejarían de ser inteligencias y obtendrían un cuerpo celestial, consagrando y enalteciendo perpetuamente la obra de Luhna y Umn. Serían premiados con la promesa de conquistar y subyugar nuevos planetas y dimensiones.
Pero ocurrió un día, antes de la migración de las criaturas a Silen, que la diosa Umn entrando en un desacuerdo con el dios Luhna se rebeló. Librando una batalla celestial, Umn cogió parte de su progenie para luchar en contra de Luhna. Su objetivo era destruir a todos los sihes que vivían en paz en la antesala de Canto, antes de que migraran al último cielo.
Los eihneres que eligieron el bando de Umn recibieron el nombre de sicais: espíritus rebeldes y libres, comandados por Umn. Los sicais dieron muerte a la mayoría de sus hermanos einheres, quienes permanecieron fieles al lado de Luhna. Destruyeron el primer cielo para impedir la creación de más sihes, y exterminaron a la mayoría de sus creadores principales.
La lucha se extendió por milenios hasta el segundo cielo, y cuando fue imposible proteger a los espíritus sihes de su inminente destrucción, Luhna ordenó abrir el portal de Canto. Esta acción se recordaría por siempre como: «el fallo». Los espíritus fueron liberados y cayeron a una dimensión de más bajo orden celestial. Evitando así el exterminio de su obra.
Estas entidades descendieron como gotas numerosas de lluvia y fueron encarnadas en la Tierra, en los vientres de las mujeres mortales quienes desde entonces engendraron seres de luz que ya no podían morir.
Después de herir a Umn y desconocer su paradero y el de los espíritus libres, Luhna se propuso recuperar a todos y cada uno de los sihes. Para esto, envió y comisionó a los pocos einheres que sobrevivieron a las batallas encarnizadas a vivir en la tierra; ocupando una base de operaciones en el Polo 10 a la que llamaron Heskel.
Heskel se erigía en un territorio frío e inhóspito que hoy pertenece a las sobrevivientes islas de la Antártida. Los dividió y organizó principalmente entre creadores, genetistas —o la parte científica— y rastreadores. Ellos supervisarían el trabajo.
Los primeros eternos, Ebáki y Rakieb, habitaron la tierra desde los tiempos del profeta Moisés. Vivieron cientos de años hasta que fueron llevados a Silen, durante el primer recogimiento —ocurrido en la última mitad del siglo XX de la era común—. Allí, unidos en un solo ser, aguardan la llegada y ascensión del segundo ciclo de almas, de los últimos eslabones de la cadena.
Ya que los sihes fueron concebidos en parejas, solo de esta manera pueden retornar. Atados como están a la dimensión terrenal, existe una empatía entre los gemelos sihe que debe de fluir de manera natural hasta su reencuentro en la tierra; en tanto, los einheres los instruyen en conocimientos, reglas y habilidades.
Han pasado casi seiscientos años desde que ocurrió el primer recogimiento, y los einheres aún continúan atrapados en la dimensión terrenal hasta concluir su misión, que es enviar a la mayoría de los eternos a casa.
Un eterno debe mantener su identidad oculta. La Orden de Acán sabe de su existencia desde los tiempos del profeta Moisés, cuando el primer Acán robó las armas de plata del botín de Jericó, y los heredó a su posteridad sobreviviente en el Valle de Azor.
La Orden de Acán, como se hacen llamar hoy en día, ha dado muerte a cientos de ellos, intentando frustrar el plan de Luhna. Sin embargo, la profecía dice que si el último eslabón —a quien denominan como el Sunt—, es unido a los primeros eternos, la gran cadena de inmortales se restablecerá en toda su gloria.
Ahnyei es la mitad de ese último eslabón.