Pilastra, Etrasia. Año 597 de la N.E.
Ocho años después.
Cuando fue ejecutada la primera parte del recogimiento de los eternos, el trabajo de Seidel se aligeró. Él y sus rastreadores ahora podían moverse con mayor facilidad entre los murmullos de los humanos y encontrar al segundo resto de las creaciones.
El daño al planeta y a su ecosistema había sido un efecto lógico y colateral. La energía necesaria para ascender al primer ciclo de eternos desestabilizó el núcleo de la tierra; ocasionando cataclismos que sepultaron en el agua partes importantes de los continentes, y alteraron a su vez la atmósfera y su ozono.
No ayudó que los humanos respondieran inútilmente con sus mejores armas nucleares al ver el descenso de los dioses.
Se acordó realizar el recogimiento y ascensión de los sihes en dos grandes ciclos. El primero ya habría ocurrido al término del siglo XX de la era común.
Poco quedó de la humanidad y del tercer planeta de aquel sistema solar luego de aquella primera cosecha celestial. El siguiente ciclo ocurriría aproximadamente seiscientos años después.
Los einheres lo decidieron así para dar oportunidad a que la tierra sanara y a que las últimas creaciones se engendraran. Una vez concluido el segundo recogimiento la tierra sería destruida.
Luego del primer recogimiento, el calendario de la era común de los hombres, así como el gregoriano, fue reiniciado.
Se instauró el año cero de la nueva era (n.e), con diferentes organizaciones políticas, geográficas y religiosas.
Así fue como surgieron en el mundo dos grandes fes:
En Etrasia y Nueva República, los continentes más viejos aún en pie, la gente unificó su confianza y adoración a los antiguos dogmas monoteístas abrahámicos y judeocristianos, acogiéndolos en una sola religión.
Por su parte, las tierras de Meridian y las islas de Insulen abandonaron sus antiguas creencias y dioses, ante el terror de ver con sus propios ojos a aquellos seres que de las estrellas habían llegado.
Así pues, surgió una nueva fe denominada sacratismo, en dónde la triada de dioses sagrados que había descendido y castigado a la humanidad eran temidos y alabados. Aguardaban con animosidad y esperanza el regreso de aquellos dioses y su reinado de terror.
Septen era un continente considerado como territorio salvaje, independiente y libre, que no practicaba ningún tipo de fe. Eran en su mayoría mercaderes que cruzaban los mares para ofrecer la venta y contrabando de ganado, minerales, alcohol, combustible, telas o semillas de maíz.
Para Seidel todo esto no tenía importancia alguna. Su tiempo en la tierra le había enseñado que los humanos se contentaban con simples muestras de poder y pequeños milagros.
La tierra no era un planeta de interés para los suyos, estaban ahí por un error, por un fallo ocurrido en el portal de Canto. Los días se habían convertido en años y estos en centurias. Él, junto con los demás einheres seguirían atrapados en esa dimensión, en ese universo hasta terminar con el plan.
Lo único bueno de todo aquello era Marie, Marie y la pequeña Ahnyei. Seidel se sorprendía a sí mismo pensando en ellas y en su bienestar, creyendo que tal vez ese universo lo empezaba a corromper, obligándolo a concebir sentimientos bajos como el amor y el odio.
Seidel, obedeciendo a sus superiores, compró una modesta propiedad en Pilastra, un distrito relativamente nuevo y anexado recientemente a la llamada Sede de los Cinco, en el oeste de Etrasia.
La Sede de los Cinco estaba conformada por los distritos de Pilastra, Almena, Adarve, Saetera y Foso.
La Sede de los Cinco estaba constituida por el quinteto de ciudades que proveían de oficios, mano de obra, electricidad, enlatados y embotellados de agua y comida, así como el servicio militar, a las grandes ciudades de Nueva República.
La Orden de los Acán, los exterminadores de los eternos, iba en aumento en número y territorio. El peligro por encontrarse con los cazadores era latente en cualquier lugar.
Sin embargo, Seidel obedeció como siempre las instrucciones de sus superiores. El lugar parecía pequeño y seguro; suponiendo la suficiente seguridad que sus protegidas necesitaban.
Tomó cartas en el asunto muy confiado, esperando solo escuchar algún día la voz de Marie en su cabeza. Aguardó sin ninguna prisa.
Sabía que su arrebato obedecía solamente a sus sentimientos hacia el traidor de Zenyi, pero que un buen día, y pronto, recobraría el buen juicio y llamaría. Y tuvo razón pues el llamado por fin llegó.
—Necesitaré un indulto —le explicó ella, llorando en su hombro, una vez que ocurrió el encuentro—. Yo lo seguí y arrastré a Ahnyei conmigo.
—No fue así, querida Marie —Seidel la consoló—. Tú solo has sido una víctima. Zenyi te forzó a proceder de esa manera.
—No quería que muriera. Yo lo amaba.
Marie sollozaba en su hombro mientras confesaba los años de huida con Zenyi y Ahnyei. A Seidel le partía el corazón verla así. Podía ser alguien cruel, un ser sin sentimientos, pero frente a ella solo era como un hombre común y corriente. Como un simple mortal.
El consejo absolvió a Marie de toda culpa demasiado fácil, la duda del porqué el perdón había llegado tan rápido siempre estuvo anidada en el corazón de Marie.