Las Crónicas de Luhna

Jan I

Pilastra, Etrasia; año 599 de la n.e.

Sábado 14 del mes once.

Abandonó la fiesta cuando sintió como un martillo le quebraba la última parte sana de su cerebro. Había consumido grandes cantidades de cerveza, vino, y bebidas de las cuales ni siquiera recordaba el nombre.

Beka, una joven morena de figura exuberante y apariencia seductora, cuyo   cabello negro ensortijado le caía por los hombros, salió tras él gritando su nombre.

—Estoy bien —balbuceó él, al tiempo que daba un traspié y caía de frente en los espinos.

—¡Maldita sea! —masculló otra vez—. ¡Son estos estúpidos zapatos!

—¡No estás nada bien! —chilló Beka, novia de Jan y anfitriona de su fiesta de bienvenida. Detrás de ellos ondeaba la manta de colores brillantes: "Bienvenido, Jan". La había hecho ella misma y se sentía orgullosa cada vez que la miraba.

Le ayudó a ponerse de pie.

—Déjame... Beka, puedo manejar —las palabras le salían solo por ocasión de milagro.

—¡Claro que no puedes manejar, yo misma te llevaré a tu casa!

—¡No quiero ir a casa! —Jan se soltó de su brazo y dio un manotazo al aire—. ¡La fiesta tiene que seguiiiiiiiiiirrrr! —gritó a todo pulmón, balanceándose hacia el frente.

—¡No seas estúpido, Jan! —Beka alcanzó a detenerlo con su cuerpo—. ¡Por favor! ¡Yo te llevaré!

Beka buscó las llaves en los bolsillos del abrigo de Jan. Finalmente las encontró, dudó por unos instantes antes de abrir la puerta. 
Hans, un joven ágil de mediana estatura y cabello castaño bien cuidado, les dio alcance.

—No te preocupes, Beka — dijo el joven mientras recuperaba el aliento, apoyando sus palmas sobre sus rodillas—. Yo lo llevaré. 
Ella suspiró.

—¡Gracias al cielo mi novio aún conserva un amigo sensato! ¡Manejar hasta Pilastra en ese estado es una locura! —exclamó abriendo sus grandes ojos castaños.

—Te entiendo, Beka. Yo me encargo, será mejor que regreses y pongas fin a la fiesta. Se está saliendo de control.

—Sí —suspiró ella—. Es un desastre.

—Vamos, Jan —lo apremió—. Te llevaré a casa

A regañadientes cargó con el joven pasado de copas, quien aún continuaba maldiciendo a su nuevo y apretado calzado. Beka le dio un beso de despedida.

—Te llamaré mañana.

El semblante de Jan era estúpido. Susurró un "te quiero" incomprensible seguido de una tonta sonrisa. Luego subió al auto. Roth, un joven con sobrepeso, de apariencia descuidada y  rudos modales los alcanzó. Bebía una botella de alcohol y se limpiaba los restos con sus palmas, tenía la camisa sucia de vómito suyo y quizás de alguien más.

—¡Amigoooo! —dijo, balanceándose, hipando y dirigiéndose a Hans—. Yo tampoco me encuentro muy bien...  ¿Es que acaso puedes llevarme a mí también?

Hans suspiró. No le gustaba la compañía de Roth. Era pesado, grosero, mal articulado y siempre estaba borracho. Pero era conocido de Beka e hijo de uno de los altos funcionarios de Adarve. La petición significaría que tendría que manejar un par de horas más.

—Claro...

Jan estaba de regreso en Pilastra, por fin y al parecer para siempre. Los últimos diez años, los había pasado estudiando en diferentes partes del mundo, ejecutando sus misiones. Nunca se quedaba lo suficiente como para encariñarse con un lugar. Visitaba a su familia con regularidad y tenía una novia formal con la que pensaba casarse un día, claro, si su condición se lo permitía. Su fiesta de bienvenida fue tan escandalosa y exorbitante que luego de abandonarla,   los agentes de la guardia de Almena —la ciudad en donde tenía lugar la fiesta— llegaron a imponer el orden.

—¿No me digas que me llevarás a casa tan pronto?  —preguntó Jan una vez que se acomodó en el asiento del copiloto. Roth iba en el asiento trasero, recostado justo en el medio.

—Claro que te llevaré a tu casa —dijo Hans encendiendo el vehículo.

Ese era el lugar a donde precisamente no quería regresar. Ya había logrado escapar de su padre por unos años, pero siempre supo que esa paz no duraría.

—¡¡Noo!! —gritó Roth—. ¡Vayamos a la casa de Sissy! ¡Aún está abierta!

Jan definitivamente no tenía pensado ir a un burdel, sobre todo sabiendo que ese tipo de establecidos estaban prohibidos en la Sede de los Cinco, so pena de cárcel.

Pero incluso la cárcel era mejor que llegar a casa y enfrentar a su padre.

—¡No iremos a un burdel! —Hans alzó la voz tan fuerte que inmediatamente Roth desechó la idea.

Apenas había dado vuelta a la izquierda en la primera calle para tomar la autopista interestatal, cuando Jan se incorporó.

—No me lleves a casa aún, por favor... —rogó—. Si mi padre me ve en este estado...

—Comprendo —dijo Hans, luego rio—. Amigo, me parece increíble que hayas sido capaz de articular esa oración correctamente. Está bien, daremos una vuelta por la ciudad hasta que te sientas mejor.

Jan suspiró aliviado.

—Gracias.

— ¡¡Busquemos otra fiesta!! —gritó Roth animado, pero solo recibió un silencio por respuesta.

—Ten cuidado, si destruyes mi Vielik te asesino —advirtió Jan.

Hans sonrió.

—Eso no sucederá.

El nuevo automóvil de Jan era un sueño, traído desde ciudad Boga expresamente para él y acorde a sus deseos, de color azul acero, deslumbrante —se parecía a lo que alguna vez fue un Maserati— esos automóviles veloces y fabulosos que aún podían encontrarse en fotos de viejas y gastadas filminas en las bibliotecas).

Se detuvieron en un pequeño paradero para descansar, el camino a Pilastra era largo. Jan y Roth salieron del vehículo para tomar aire fresco. Después de vomitar tres veces, Jan se sentó en el pavimento.

—Juro que no lo vuelvo a hacer —gimió,  retorciéndose y agarrando su estómago. Había estado bebiendo prácticamente desde que el día comenzó a clarear. En la fiesta ingirió todo lo que encontró a su paso, juraría que hasta bebió de los vasos y las botellas de otros; amén de las drogas y tranquilizantes que conseguía con facilidad en los mercados clandestinos.



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En el texto hay: fantasia, romance, distopiajuvenil

Editado: 04.11.2023

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