Plymouth, Inglaterra. Mayo de 1966 de la Era Común o después de Cristo.
Pergamino tres.
Un, dos, tres, un, dos, tres... Conté los fouetté de Valenciana, mientras se aproximaba a Camille luego ambos ejecutaron un bellísimo pas de deux.
Después de la escena en Maxin's seguía mi turno, sólo esperaba el acorde del primer compás.
Fabio, mortificado miraba desde abajo, sentado en las sillas resoplando y negándose a representar su papel. Los ensayos comenzaron ese día, pero debido a su berrinche, Enrique, otro bailarín asumió su papel y bailaba con Lynda. Ya se le pasaría.
En la cuarta escena yo bailaría con Claude, el suplente del irlandés, si este no se presentaba. Escuché el compás y entré al escenario.
Todo desapareció de mi cabeza mientras bailaba, al terminar mi acto escuché los aplausos.
Lombardo me miró y sus ojos brillaban con fascinación. A punto estaba de iniciar la cuarta escena, cuando se escuchó como se abría la puerta del teatro. Lombardo se puso de pie y gritó a todo pulmón:
—¡Adelante, Aiden!
Todos miramos al joven que entraba, estaba hecho una sopa, la lluvia no había cesado desde el día anterior. Arrastraba un beliz, se veía entusiasmado y en breves momentos se quitó su impermeable, dejó su maleta y subió al escenario al encuentro con Lombardo.
—Bien. Él es Aiden O'Neill. Nuestro primer bailarín—. Presentó Lombardo, muy orgulloso. El joven saludó a todos con una sonrisa encantadora y estrechó la mano de Lombardo como si fueran amigos entrañables—. De ahora en adelante se incorpora a nuestro Ballet. Denle una buena bienvenida.
Dimos unos breves aplausos y yo fui la primera en acercarme, extendiéndole cordialmente la mano.
—Bienvenido a la familia.
—Es un gusto por fin poder conocerte, Annika.
Su piel era una mezcla fascinante entre dorada y morena. Varonil y de ojos profundos y oscuros. Los cabellos ensortijados, mojados y negros le caían sobre el rostro. No era la octava maravilla, pero tenía una sonrisa carismática y mirada traviesa y tengo que admitir que la humedad en su rostro y cuerpo fueron parte del hechizo. Sus músculos se definían a través de la delgada tela de su leotardo blanco. No era esbelto como todos los bailarines que hasta entonces había conocido, eso era algo muy diferente. Siempre hacía pareja con tipos como Fabio, musculosos, pero larguiruchos, estilizados, de esos que aún fuera del escenario adivinabas que eran bailarines. Aiden era diferente, costaba trabajo creer que en realidad pudiera mover esos músculos con agilidad y gracia y no verse pesado o tosco. Una novedad, sin duda... Me urgieron las ganas por verlo danzar.
—Llegué apenas ayer —se disculpó—. Fue un viaje largo y lleno de complicaciones. Espero no causarles problemas.
—¡Para nada! —dijo Lynda, embelesada.
Fabio continuaba de brazos cruzados, escrutando con la mirada a Aiden.
—¡Eh, tú! ¡Saco de papas! ¿Cómo carajos voy a creer que alguien tan pesado como tú pueda bailar? ¿De qué concurso de pesas te escapaste? ¡Te lo dije, Lombardo! —se carcajeó—. ¡No has hecho más que condenar al Ballet a su destrucción!
Aiden no contestó, pero lo miró divertido, como si solamente hubiera escuchado a un perro ladrar. Se dirigió a mí y me tomó por la cintura, vi de refilón que Fabio echaba chispas y subía por fin al escenario. Aiden me susurró al oído:
—¿Lista, Anni?
Asentí con seguridad.
Lombardo hizo una seña y entonces el pianista comenzó.
La sincronía fue perfecta, incluso para ejecutar el pax de deux; con Fabio siempre tenía problemas debido a mi altura, siempre lo conseguíamos, pero se esforzaba demasiado. Para Aiden, ese no fue un obstáculo. Hicimos unos paseos y varios giros sin que perdiera el equilibrio en ningún momento. Al final culminamos con una pirueta que dejó a todos boquiabiertos.
El ballet estaba estupefacto, así como yo. Aiden era un excelente bailarín, excelente era poco, era extraordinario, tal como lo había asegurado Lombardo. A su lado, el gran Fabio parecía tan solo un amateur.
Proseguimos el ensayo hasta culminar la obra. Fabio dio su última pirueta con Lynda, hizo una levantada y prácticamente la dejó caer.
—¡Eres un bruto! —lloriqueó en el piso. Él no respondió, se limpió el sudor de su frente y descendió del escenario, sin cruzar palabra con nadie.
—¡Pero qué tipo! —furiosa corrí a ayudar a Lynda, también Aiden. Claude y Enrique la ayudaron a levantarse.
Lombardo salió tras los pasos furiosos de Fabio y en breves instantes estalló una nueva pelea.
—¿Quieres que te lleve a tu casa? —me preguntó Aiden una vez que cesó la confusión.
—¿Qué? No. Es que... —titubeé.
—Podríamos tomarnos antes un café, ¿qué dices?
—Lo siento, no puedo —le dije sin mirarlo—. Mi novio pasará a recogerme.
—De acuerdo. Es una lástima que tengas novio —lo soltó así sin más y yo pasé por alto su insinuación.
—Hasta mañana, Aiden.
—Hasta mañana, Anni —se despidió guiñándome un ojo, y por primera vez en mi vida, los colores me subieron al rostro. No recordaba la última vez en que me había sentido tan vulnerable.
Afuera, Zenyi ya me esperaba bajo esa misma lluvia testaruda. No dudé en correr a refugiarme en su pecho bajo su paraguas. El me rodeó con su abrazo.
—¿Cómo ha ido todo, princesa?
Quería contarle la avalancha de emociones que sentía. Primero mi debut en los ensayos como la primera bailarina, los ojos de todos posándose en mí, y después la mágica danza que Aiden y yo habíamos ejecutado. Pero no podía decirle nada de eso sin que empezara a inquietarse. Había accedido a que yo me presentara a las primeras obras en el teatro, pero en menos de tres meses debía presentar mi renuncia y partir con él a Heskel. No podía demostrarle lo mucho que me gustaba y prefería mi vida actual.
—Todo fue excelente, amor —luego lo besé—. Vayamos a casa.