Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.
Lunes 23 del mes once.
—¿Estás lista? —preguntó un hombre alto, de rostro afilado y ojos negros.
Ella asintió mientras dos lágrimas resbalaban por sus mejillas. Una mujer se acercó a ella y la miró con dulzura y melancolía. Le colocó unas flores en su largo cabello. Alcanzó a ver su imagen reflejada en el espejo, lucía un vestido blanco.
—¿Estás segura? —preguntó la mujer.
Una anciana voz a lo lejos le respondió:
—Es la única manera. Esa niña... El mal está en ella.
—Sanará —dijo la mujer acariciándole los cabellos—. Su alma es pura.
—No tiene alma —aseguró la vieja.
Despertó asustada con la respiración al tope. No era la primera vez que soñaba con retazos de su vida anterior al rapto de sus mentores, pero esta vez había avanzado un poco más. Comenzó a llorar.
Eran sus padres, ¿y aquella anciana?
«No tiene alma...»
La vida antes de ser llevada a Heskel se había borrado por completo de su memoria, salvo ese tipo de flashazos o retazos que a veces veía mientras dormía.
Sabía que algo muy grave había sucedido antes del rapto, pero no lo recordaba. Ni tampoco entendía cuál era su misión y cuánto tiempo más tenía que esperar.
El recuerdo de la explosión que sucedió a aquel acontecimiento especial en el que ella vestía de blanco no era muy claro. Tampoco lo era la memoria de aquellos seres altos bellos y perfectos arrastrándola fuera de las llamas para luego recluirla en una especie de clínica. Ni qué decir del primer nombre que le dieron sus padres terrenales. Recordaba muy poco de todo aquello.
Despertó el día en el que llevaba puesto el vestidito blanco —y antes de las flamas— de eso sí estaba segura. Shardei se extendió como una araña, ramificándose en su cerebro y el resto de su cuerpo. Dolía, pero luego cayó en la inconsciencia.
Fue transportada a una tierra que le era familiar. Una mano etérea la condujo por inmensos pasillos con altos muros color cobrizo que se extendían hasta el infinito. Sobre ellos crecían enredaderas verdes que se extendían hasta perderse de vista. Más adelante, unas cascadas de agua doradas servían como cortinas entre salón y salón.
Otras entidades estaban ahí reunidas. ¿Qué lugar era ese? Se preguntó mientras admiraba la arquitectura y belleza de los jardines. Un espíritu con manto rosado de características andróginas la arrastraba de una sala a otra, como si fuera el viento.
—Somos Shardei —se presentó. Le extrañó que se refiriera a sí misma en plural.
—El protocolo se ha activado correctamente. Bienvenida, Ahnyei —la saludó por su nombre eterno y entonces ella lo recordó todo—. Estas en Canto, tu hogar.
Poco a poco comenzaba a recordarlo. Era Canto, el segundo cielo. Y Ahnyei era su nombre.
Llegaron hasta una fuente de aguas de color esmeralda. Shardei rozó el agua con uno de sus delgados y largos dedos.
El líquido esmeralda empezó a formar remolinos hasta que la niña vio —como la bruja en un caldero, o en una bola mágica— imágenes de su vida premortal.
Vivía en Canto, hace mucho tiempo atrás, quizás miles de años. El último de los espíritus creados y el más especial. Se vio así misma a una edad madura junto con su gemelo, bajo una forma física muy distinta de la que ahora tenía. Fragmentos de una vida compartida desfilaban ante sus ojos.
—Viviste aquí antes del fallo —Shardei le recordó. Ahnyei se sentía ligera, etérea, entonces se dio cuenta que no tenía un cuerpo; al igual que Shardei, quien solamente era una mezcla de espíritu y viento.
—Dime... ¿Has sentido alguna vez eso que los humanos conocen como déjà vu?
—Creo que sí —respondió con timidez.
—Eso es porque aún guardas algunas memorias de Canto en tu alma. El espíritu tiene memoria.
»Canto —prosiguió—, era la antesala al siguiente cielo. La creación ocurrió en Sihe, el primer cielo. Allí todos tus hermanos fueron concebidos por parejas. Vivieron ahí hasta que alcanzaron cierto intelecto. Luego los trasladamos a Canto. Sihe y Canto ahora están destruidos. Esto que tú ves ahora, es solo una representación de lo que hay en tu memoria; y yo soy solamente el conducto para ayudarte a recordar.
»El tercer cielo: Silen, era nuestra misión, pero tú y tus hermanos no pudieron avanzar más porque Umn inició la guerra y sucedió el fallo. El portal de Canto fue abierto para librar a los eternos de su inminente destrucción. Luhna, en su infinita sabiduría, supo que era mejor liberar las almas antes de que fueran destruidas. Después las recuperaría. Entonces las inteligencias se dispersaron y cayeron en la tierra, el más bajo de todos los mundos. Se encarnaron en cuerpos mortales, tomando turnos. Los inmortales más viejos fueron los primeros y existen desde siempre, los últimos son los de tu condición, los eslabones finales en la cadena.
»Al descender a la tierra tenían que sujetarse a las leyes de esa dimensión. Tomaron un cuerpo y así fueron separados de sus gemelos. Un cuerpo mortal no tiene la capacidad para albergar a dos espíritus, ni entiende la complejidad de la pluralidad de almas. Puesto que fueron concebidos de dos en dos, así deben volver. Son espíritus limitados, incompletos hasta que encuentran a su gemelo. Cuando lo hacen, la unión de su espíritu es plena y del modo en el que fueron creados. Es entonces cuando están listos para volver.