Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.
Lunes 23 del mes once.
Teho alcanzó a Ahnyei a la salida del colegio.
—No tienes por qué seguirme todo el tiempo —murmuró mientras bajaba las escalinatas.
—Pero ¿qué fue todo aquello? Nunca te había visto así.
Ganas no le faltaban de azotar su estúpida mochila en el frío y duro pavimento. Deshacerse de sus libros y deberes.
Todo era mentira. Toda ella era una gran falsedad, sentía que caminaba en suelo pantanoso. No volvería jamás a la escuela. No más Jan Andersen. No más pretender que entendía a los mortales y a su dios, cuando el suyo la había abandonado.
—Solo quiero irme a casa.
—Pues entonces te acompaño —insistió él. Ahnyei suspiró.
—No tienes por qué hacerlo.
—¡Oh, claro que sí! Me siento orgulloso de que por primera vez a mi amiga se le haya roto una tuerca. Te has metido en un lío, Ahn y yo también por seguirte la corriente. Pero ¡qué se le va a hacer! —Teho alzó los brazos y ella ahogó un intento de risa.
Antes de ir a casa, Teho acompaño a Ahnyei a canjear los tiquetes por agua y comida. Él también tenía unos cuantos que cambiar.
En la tienda de víveres no tuvieron suerte, por primera vez los productos les fueron negados.
Como la radiación había dejado el suelo maldito e infértil en Etrasia, lo que se consumía en esa parte del mundo eran enlatados de comida ultra procesada. Esta se fabricaba en el distrito de Adarve y se distribuía dentro de Etrasia, Nueva República y algunas veces en Meridian. Ahnyei aún conservaba el pequeño huerto en casa que Seidel había hecho. Saneaba el suelo constantemente como él le había enseñado, y lo nutría no solamente con abonos y cuidados especiales, sino con sus poderes curativos. El resultado no había pasado de algunos pocos vegetales de tamaño pequeño pero que de todas maneras consumían.
Así que seguían necesitando la comida que el distrito les garantizaba hasta ese día.
No estaban en la lista, ni ella ni Teho, ni tampoco su familia.
Ambos tuvieron un mal presentimiento.
—Probemos con el agua —sugirió Teho.
Caminaron hasta la plaza cívica y el resultado fue lo mismo, aunque allí obtuvieron más información.
—Están fuera de los registros todos los no bautizados —les explico la señorita que portaba un distintivo gafete verde con la leyenda de: «Coordinación de las Buenas Obras»—. Lo siento, chicos —se encogió de hombros—. Nuevas reglas.
—¡Eso no es posible! — exclamó Ahnyei—. ¡Esto es un atropello!
La mujer arrugó la nariz con desinterés.
—¿Y qué hay de mí? Yo estoy bautizado.
La mujer hojeó en su censo una vez más y buscó el apellido Carysel.
—Los no practicantes deben renovar su membresía. Toda la familia Carysel ha sido sacada de los registros.
—No puede ser...
—Arreglen su situación, chicos —aconsejó la mujer de las buenas obras—, y vengan junto con su familia al redil. Siempre es mejor estar dentro que fuera.
Les propinó una sonrisa falsamente encantadora y los obligó a salir de la fila.
Ahnyei se sentía descorazonada y Teho estaba muy confundido.
Se quedaron en la plaza y buscaron un asiento en una banca libre.
—Mason ahora sí se excedió...
—Sigo sin creerlo.
Ahnyei enterraba la suela de sus botas en la nieve, haciendo surcos en movimientos elípticos.
— Nos ha cerrado el paso —suspiró Teho—. Nos ha puesto una mano en el cuello y espera que supliquemos por su "misericordia".
—Son muy malas noticias. ¿Qué espera que hagamos? Si nos negamos nos matará de hambre —añadió ella.
Era una eterna, pero hasta ella necesitaba del soporte vital, su cuerpo humano se lo exigía.
—Me niego a volver —dijo Teho—. Primero muerto antes que regresar a ese lugar. Hablaré con mi padre, seguro tiene alguna idea. Después de todo, todavía es la mano derecha del alcalde Statz.
—Suerte con eso —dijo ella, sabiendo de antemano que el único poder residía en Mason y no en el alcalde.
—Vayamos a casa —Teho se puso de pie y le extendió una mano a su amiga—. Ya pensaremos en algo.
Ahnyei asintió y de un mejor humor aceptó la mano pálida y delgada de su amigo.
Caminaron por las calles del centro de Pilastra. Ahnyei intentaba apartar de su mente el desastre en el que se había convertido aquel día.
Tomó la resolución de no volver a la escuela jamás. No podía volver a mirar a los ojos al joven Andersen, y además sabía que la canallada de negarles comida y agua también debía ser obra de él. Después de todo, era el hijo de Mason.
—No volveré —le dijo a su amigo—. Pediré una baja escolar. Si Mason ya me sacó de los registros no veo ningún caso el seguir asistiendo.
—No volverás pero porque has sido grosera con el profesor —Teho rio con fuerza. Una mecha gruesa de color azul le tapó de pronto la mitad de la cara.