Plymouth, Inglaterra. Mayo de 1966 de la Era Común o después de Cristo.
Pergamino cuatro.
Miré el calendario que colgaba en la oficina de Lombardo. El seis de agosto sería la fecha en la que partiríamos a Heskel. La cuenta regresiva había comenzado, en quince días haríamos el debut en Londres, luego iríamos a Roma y España en una gira que duraría casi un año.
Me parecía increíble que tan solo sería parte de los primeros estrenos, luego otra ocuparía mi lugar. Tal vez Candy Rowell, o alguien mucho más talentosa que yo. Me llenaba de ira, pues tanto me había esforzado para cumplir mi sueño y ahora tenía que dejarlo.
Por algo mejor, con miras inalcanzables, un futuro celestial, la oportunidad de ser una diosa con toda mi gloria y mi poder... Pero eso no me entusiasmaba ni un poco y, a decir verdad, una gran parte de mi dudaba que fuera cierto. ¿Dónde moraban los dioses ahora?
Pero tenía que hacerlo, así que fui a hablar con Lombardo de una vez por todas.
—¿Y bien, Annika? ¿En qué te puedo ayudar? —me preguntó, tranquilo como casi siempre que hablaba conmigo.
Me aclaré la garganta y tomé valor.
—Quiero agradecer toda tu confianza y apoyo, y decirte que —un nudo en la garganta me traicionó—, abandonaré el ballet después de la presentación en Roma.
El rostro de Lombardo se consternó.
—¿Cómo? ¿Nos abandonas? ¿Y en plena gira?
—Cumpliré con ocho de las fechas, pero no podré quedarme hasta el final.
—¿Sabes lo que eso significa Annika? ¡Nos dejarás botados casi al inicio de la gira! —crispó los puños y golpeó su escritorio.
—¡Pero yo pensé que Mina o Candy serían mis suplentes!
—Candy se marchó en cuanto supo que tú serías la prima ballerina. ¡Renunció y no sé nada de ella! No quedamos en buenos términos y todo por...
«Por mi culpa, por darme a mí la oportunidad».
—Y en cuanto a Mina... —desvió el tema—. ¡Claro que será tu suplente! ¡Pero necesitamos ensayar el doble con ella! ¡El triple tal vez! ¡Y ya no hay tiempo! Y... ¡Dios sabe que ella no es tan buena como tú!
—Lo siento, Lombardo. Es por mi boda y todo lo que se avecina. Después de que Zenyi y yo nos casemos, nos mudaremos lejos de aquí.
—Es tu decisión Annika —me dijo levantándose de su asiento y dándome la espalda—. Avisaré a Mina para que empiece a ensayar.
—Si necesitas cualquier cosa...
—Contaba contigo, ahora ya no me apetece nada. Gracias, Annika. Por favor ve con Louise para avisar que te retiras.
Lágrimas, tontas lágrimas resbalaban sobre mis mejillas. Mis cabellos rojos hechos un desastre, corrí al baño para que nadie me viera llorar, pero maldita fue mi suerte que me topé en los pasillos con Aiden.
—¿Qué te sucede?
—Nada... —bajé la mirada—. Ya debo irme.
—Te acompaño.
Corrió por su maleta y me dio alcance nuevamente, a pesar de que yo no dejaba de caminar, quería estar sola.
—¡Anni! ¡Disminuye el paso!
—Quiero estar sola —me lamenté—. Déjame en paz.
Pero él no me dejaría ir. Nunca.
—No. Vamos a otro lugar para que me digas qué está sucediendo.
Tenía tiempo, apenas unas dos horas antes de que Zenyi fuera por mí, entonces asentí.
—¿Y bien? —preguntó después de que le diera un par de sorbos a mi ginebra, en un bar cercano al teatro, ya mucho más calmada.
—Abandonaré la gira después de la presentación en Nápoles —se lo solté así nada más y sus ojos brillaron con incredulidad.
—¿Y por qué te retiras?
—Mi matrimonio —respondí.
—Ah, comprendo —dudó por unos instantes y sonrió, o al menos lo intentó—. Supongo que entonces deberías estar feliz, ¿no?
Le sonreí, él tomaba solamente un refresco de cola. Se veía guapo, con su ropa informal, su cabello largo y barba crecida.
—Sí. Claro que estoy feliz... es solo que —suspiré—. Este también es mi sueño.
—Ajá... —me dijo, supongo que intentaba comprenderme—. Pero entonces, no lo entiendo. Si te encanta la danza, ¿por qué te retiras? ¿Y más ahora que estas a punto de alcanzar la fama?
—Mi unión con Zenyi, debe ser lo más importante.
Aiden alzó las cejas.
—¿Debe ser o es?
Por unos momentos no supe qué decir. Amaba a Zenyi, sin duda, pero parecía ser que los lazos terrenales me sujetaban cada vez con más fuerza.
—Debe ser así —dije y sonó como una sentencia.
Miré mi reloj y vi que ya era hora de irme. Me levanté, pero él me detuvo del brazo.
—Anni, debes hacer lo que te haga feliz, lo que realmente te traiga dicha.
Asentí, no muy segura de qué responder.
Alcancé a Zenyi en el teatro. Mi amado me esperaba todo hecho sonrisas, pero no pude corresponderle de la misma manera. ¿Qué diablos me pasaba? Él era mi vida, mi mundo, literalmente mi otra mitad... Nos esperaba un futuro grandioso. Tenía que madurar y empezar a tomar decisiones.