Las Crónicas de Luhna

Ahnyei VII

Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.

Sábado 28 del mes once.

Toda la semana se había ido de rositas sin enfrentar el hecho de que estaba a punto de ser expulsada de la escuela. Ni siquiera Teho había podido convencerla de disculparse con el profesor/hijo del ministro.

Marie estaba tan enfrascada en su trabajo y sus largas noches intentando administrar y cuadrar sus gastos que no había caído en la cuenta de nada. Mucho mejor, pensaba Ahnyei; aunque no dejaba de desconcertarle el hecho de que con cada día que pasaba, Marie se asemejaba más a un mortal. Hasta su piel y su cabello parecían estar envejeciendo.

Luego de que Mason y la alcaldía les quitaran los insumos, no les quedó más remedio que recurrir a los pocos vegetales y semillas que brotaban en su huerto experimental.

Afortunadamente, el búnker ilegal que les había construido Seidel contaba con un almacén de tamaño considerable de agua y alimentos enlatados. Sería una buena idea compartirlos con Teho y su familia, así soportarían el asedio impuesto por Mason.

Aunque debía tener cuidado: almacenar comida era considerado un crimen en Pilastra. Seidel lo sabía, por eso había actuado muy meticulosamente en la extracción de víveres mientras trabajaba para el alcalde. También el refugio era motivo de penalización. Pilastra ya contaba con un refugio principal y era el único lugar autorizado para ponerse a salvo en caso de algún desastre.

Mathus Carysel, el padre de Teho, no reaccionó bien ante la imposición y aunque su relación con Mason era buena entre comillas. Lo había tomado como una afrenta.

—Papá dice que nos apoyemos con las pocas provisiones que tenemos —le dijo Teho.

Ahnyei llegó a su tienda un poco más tarde de lo usual ese sábado, Teho ya la esperaba impaciente. Había abierto las dos tiendas y ayudado un poco acomodando en los mostradores y anaqueles la extensa gama de figuras ornamentales, animales míticos, figuras de cristal y madera esculpida y una que otra creación rara —recuerdos de las bestias y animales que vivían solo en la imaginación de Ahnyei. Tal vez eran memorias y recuerdos de Canto—.

—Aguantaremos lo más que podamos, papá dice que Mason no puede matarnos de hambre.

Ahnyei lo miró con preocupación, de Mason ya se esperaba todo.

—¿Y si eso no funciona?

—Supongo que tendremos que volver a la iglesia —suspiró.

—Yo puedo ayudarles. Sabes que puedo.

—¿Te refieres a los pequeños pecados que moran en el subterráneo de tu casa?

—Exacto.

Teho sonrió con picardía.

—Tal vez nos veamos forzados a aceptar tu caridad ilegal, pero solo será momentáneo, en lo que nos apuramos a salir de este lugar. Si pudiéramos escapar a Nueva República todo sería diferente. La moneda es la misma y ahí no se utiliza esa tontería de los vales de las Buenas Obras.

Ahnyei asintió, el dinero servía para la vestimenta, el transporte y la adquisición de algunos bienes. Desde el ascenso de Mason a la Sede, el alimento y agua empezaron a ser controlados por el distrito y la Sede de los Cinco, so pretexto de tratarse de insumos altamente caros y difíciles de conseguir.

Pero siempre existía la posibilidad de entrar a las aguas y dejar de preocuparse por el comer y él beber.

—¿Y tú qué harás, Ahnyei?

—Aguantaré hasta que Mason me ponga el pie en el gaznate.

Teho rio.

—Buena idea.

—Necesitaremos más dinero. Espero que hoy tengamos buenas ventas —concluyó Ahnyei.

Los puestos vecinos terminaban de abrir. Ya se podían mirar las tiendas de antigüedades, de telas, joyas de fantasía y vino importado de Nueva República, carísimo y accesible no solo a los paladares exigentes sino a los clientes de billeteras abundantes.

La afluencia ese día fue regular, la tela se vendía al igual que los vinos, pero Ahnyei, Teho y el sujeto de las joyas parecían no tener suerte.

—¡En verdad las ventas han estado malísimas! —se quejó Ahnyei, corriendo la cortina que dividía su plaza con la de Teho.

—¡Dímelo a mí!

El rostro de Teho se degradó a la frustración.

—¿Qué sucede?

—Hice una mala inversión —se lamentó—. La gente del pueblo aún no está lista para este tipo de dispositivos. Me temo que mi tienda se irá a la quiebra.

—¿En verdad es tan grave?

—Oh sí, gravíííííísimo —dijo exagerando una voz gutural—. Me he enterado de que One Tec está a punto de mandar estos modelos al carajo —Teho aventó al suelo un pequeño dispositivo azul que comenzó a reproducir música al estrellarse con el suelo. Una rara y ruidosa canción que recordaba a una cajita musical—. Creo que me apresuré demasiado al traerlos a esta ciudad.

Ahnyei recogió el diminuto aparato que había ido a parar del lado de su tienda. Lo miró por todos lados hasta que encontró el botón de apagar.

—Nunca había visto una cosita tan pequeña y ruidosa.

Teho se llevó a la cabeza sus dos manos, agitando sus cabellos coloridos con desesperación.



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En el texto hay: fantasia, romance, distopiajuvenil

Editado: 03.07.2024

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