Londres, Inglaterra. Junio de 1966 de la Era Común o después de Cristo.
Pergamino cinco.
Me dolía recordar a Aiden, la última vez que lo vi camino al hospital parecía solamente una masa amorfa y sangrienta, no podía evitar aún sentirme furiosa con Zenyi. Fui a verlo al hospital sin anunciarme, fue sencillo burlar la vigilancia.
Seguía inconsciente, su apariencia me conmovió. Su preciosa cara estaba hinchada, todo él parecía un guiñapo. Un extraño aparato lo obligaba a permanecer sentado en una posición bastante incómoda. Me di cuenta de que Zenyi le había roto la espalda. De nuevo me invadió la rabia.
Me acerqué a él, intentó abrir los ojos, pero se los cerré con mi mano.
Introduje en su pecho una pequeña esfera de sanación. Tenía la energía suficiente para acelerar su mejoría un par de semanas. Cuando el color le volvió al cuerpo supe que era tiempo de irme. Antes de que volviera en sí le di un beso en la mejilla y me di la vuelta.
Pero me quedé helada en cuanto sentí su mano apretar con una fuerza increíble mi brazo.
—Quédate... —me ordenó y no me atreví a mirarlo.
—Has despertado... ¿te sientes mejor? —pregunté a tontas—. Llamaré a una enfermera...
—No... —repitió—... Quédate y explícamelo.
Sentí que había llegado a un camino sin retorno.
—¿Que explique qué? —traté de dominar el temor en mi voz.
—Explícame lo que eres.
Una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo, Aiden abrió completamente los ojos y se incorporó aún más, a pesar del cruel aparato.
—Quiero saber si es cierto todo lo que me han dicho durante mi vida.
El miedo me invadió, no pude responder nada, salí corriendo mientras Aiden gritaba mi nombre. Choqué contra una enfermera y la hice derramar el desayuno que quizás era para él.
***
—Ya que Aiden no volverá, el papel es tuyo, Fabio —declaró Lombardo. El aludido se hinchó de orgullo como un sapo. Sin proponérselo se había deshecho de su competencia con rapidez—. Enrique tomará tu papel anterior y Claude ahora será tu suplente.
La compañía prorrumpió en aplausos flojos.
—Y Annika continúa con nosotros por tiempo indefinido —anunció mientras me miraba aún con recelo—. Candy, lo siento.
Candy viajó millas de distancia cuando supo que yo abandonaría la compañía, ahora me miraba furiosa, fulminándome con sus profundos y alargados ojos de ébano. Lombardo ordenaba, planeaba, hacía y deshacía; esto había sido peor que vencerla en los ensayos, era la más grande humillación. Yo no tenía la culpa, yo no mandaba en las decisiones de Lombardo y él se mostraba arbitrario en la mayoría de ellas, aunque todavía sintiera predilección sobre mí.
—Esto es una mierda...
Furiosa dejó la junta seguida por Fabio. Pensé que ahora le mostraría su faceta tierna, comprensiva, aquella que pocas veces vi en él. En minutos abandonó la compañía.
En pocos días arreglamos el desorden que mi partida había causado, así como la baja de Aiden. Cambiamos todo, incluyendo los afiches de promoción. La fotografía de la hermosa mujer afroamericana era reemplazada nuevamente por mí y su nombre dejado en el olvido.
Debutamos en Londres con muy buenos niveles de asistencia. No busqué a Zenyi en todo ese tiempo y preferí olvidarme del asunto con Aiden. Tal vez solo estaba delirando y nada había pasado realmente; pero nuevamente, yo había violado el código Luhna por haber contribuido en su sanación.
Un estremecimiento sacudió mi cuerpo cuando lo reconocí a la distancia, mientras danzaba en una de las presentaciones; me observaba desde uno de los mejores y más costosos palcos.
Estaba completamente restablecido. Me costó no perder el equilibrio cuando por un momento se puso de pie y la forma de su enorme silueta me recordó a la persona que me había observado aquel día en el salón de los espejos. ¿Sería acaso posible? Terminando la ovación corrí a mi camerino y le dije a mi asistente que en esta ocasión no recibiría a nadie.
Estuve hasta tarde en el teatro, pero sabía que por mucho que lo prolongara, no escaparía al interrogatorio de Aiden. Salí casi a la media noche. De pronto recordé los dulces días en los que Zenyi me esperaba ansioso afuera, con la sonrisa y felicidad plasmadas en su jovial rostro. Ahora era otro hombre quien esperaba por mí: Aiden.
—¡Por fin, Annika! —me saludó. Me acerqué a él con toda la desconfianza que entonces me provocaba.
—Estas mucho mejor —lo vi de arriba abajo. Era increíble que sanara tan rápido, incluso tenía mejor aspecto que cuando lo conocí.
—Tú lo has hecho posible. Es inútil que lo intentes negar. Los doctores estuvieron impresionados por mi mejoría.
—Yo no hice nada —negué dándome la vuelta.
—¡Tenía las vértebras destrozadas! Tu maldito novio, otro súper héroe —se carcajeó—, me dejó como un harapo.
—Puedes pensar lo que quieras. No he tenido nada que ver —decidida, comencé a caminar disimulando el temblor en mis piernas.
—¿Cuál es tu nombre, Annika? ¡El verdadero! —gritó.
Comencé a correr entre los callejones de la gran ciudad, torciendo por lugares que parecían laberintos, sin embargo, pronto me alcanzó. La noche estaba quieta, la luna se alzaba en el cielo, grande, poderosa, convocando a mil demonios
—¡Espera, Anni! ¡Detente!
Total... si ya sabía qué cosa era yo, lo siguiente sería pan comido. Lo impulsé con fuerza y tan lejos de mí como me fue posible; azotó cruelmente contra unos contenedores de basura, entonces seguí corriendo, pero parecía que ahora él era el que se había convertido en otro súper héroe.
No me lo podía explicar... ¿Sería acaso que algo de mi fuerza se había quedado en él? No me permití indagar más en mis especulaciones, seguí corriendo, pero antes de doblar otra esquina me dio alcance y me detuvo presionando con fuerza sus brazos alrededor de mi pecho. Yo seguía como un animalito recién nacido moviendo mis piernas en un esfuerzo absurdo por liberarme.