Las Crónicas de Luhna

Marie II

Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.

Lunes 30 del mes once.

Marie terminó su turno en la fábrica, se dirigió al reloj para sumir su tarjetón de identificación.

El número 83, a eso se había reducido su existencia y en Heskel no había sido distinto. Pero allá fue una letra: eme, y por mucho tiempo pensó que ese era su nombre, hasta que Seidel y Sethus comenzaron a llamarle Marie. Zenyi la conoció con ese nombre.

Era de madrugada. Afuera ya la esperaba otra larga caminata, otro tren que tomar y otro día más esperando y deseando que todo terminase.

Algo no andaba bien, sus dones ahí estaban, aún podía sentirlos, pero ya no era lo mismo, las migrañas no cedían y los dolores se habían extendido por todo el cuerpo.

Notaba que con cada día que pasaba envejecía un poco más. La mata de cabello antes rojiza y abundante, ahora le caía por los pómulos como finas y delgadas cortinas. Si estaba envejeciendo, no sabía el porqué. Pero después de todo, ella no era propiamente una eterna. Era el producto de un mortal y un inmortal.

«Un espíritu diluido», pensó.

Caminó por la estación de tren y miró los empapelados de los muros, cada vez existían más volantes tapizando las paredes de chicas que desaparecían misteriosamente. ¿Debería empezar a preocuparse? ¿Sus poderes le alcanzarían en caso de que alguien se atreviera a ponerle la mano encima? Sería muy triste terminar sus días en ese mundo solitario.

«Soy una obrera y las obreras se sacrifican por la gran reina».

Todo lo había hecho al pie de la letra.

«No más errores —le advirtió Maro—. Si te esfuerzas en la obra, tu recompensa será grande».

Moraría en el cielo de la promesa.

«Con Zenyi...».

Mientras caminaba por las calles que la llevarían a casa pensaba en él. Todo lo había hecho por él. Lo habría entendido, lo habría seguido hasta el fin del mundo.

Sus recuerdos la llevaron a Auroméum. Zenyi trabajando y procurando su bienestar, hasta aquel día en el que anunció su partida.

—Vendré, Marie. Volveré después de verla.

Marie apretó los dientes hasta que sintió como los labios comenzaron a sangrarle. Zenyi seguía con su discurso. Afuera, Ahnyei jugaba.

—Me necesita —le dijo como si ella pudiera comprenderlo—. Está muriendo y no tiene a nadie más en el mundo.

—¡Ojalá se muera de una vez por todas! —le gritó en la cara. Zenyi como siempre intentó defenderla.

—Me dará algo para ti. No me corresponde a mí decírtelo. Debe ser ella.

—¡Nada que venga de ella me interesa!

Zenyi bajó la vista. Era inútil intentar desprogramarla. Durante años la habían envenenado en contra de su propia madre.

—¿Cuándo volverás? —preguntó Marie, con lágrimas en los ojos.

—No lo sé, Marie —contestó con sinceridad—. Pero necesito que confíes en mí. Prométeme que me esperarás.

—¿Por qué, Zenyi? ¿Por qué corres en su auxilio cada vez que te necesita?

—Porque estoy en deuda con ella.

Marie sabía que Zenyi había entregado a Annika al Consejo, otorgándoles su ubicación. Y por esto, Zenyi se arrepentía cada día de su existencia.

—Está a punto de morir, Marie. Lo sé. Lo siento.

Había vivido y soportado más de lo pronosticado. ¿Por qué seguía con vida? Eso la hacía rabiar de coraje e impotencia. Zenyi podía sentirla, Zenyi no la había olvidado. ¿Como olvidarla, como pretender olvidar que ella era en realidad su alma gemela, su otra mitad?

Una oleada de celos la sacudió. Sintió que le daba vueltas la cabeza y tuvo que asirse fuertemente del respaldo de un destartalado sofá para no caerse.

—¿Estás bien?

Zenyi corrió a su lado.

«No —quiso decirle—. Jamás estaré bien mientras ella siga...

Viva...».

El viento trajo a Marie al presente, sentía como rajaba sus mejillas y se colaba hasta sus huesos. A lo lejos el tren silbaba anunciando su llegada. Vio a un montón de gente salir de las puertas automáticas cuando el tren se detuvo.

Las pantallas se encendieron indicando el toque de queda. Ya era la media noche.

Abordó, intentando deshacerse de ese sentimiento que jamás la había abandonado. Su amor desmedido por Zenyi, los celos y el desprecio que sentía hacia su progenitora.

Miró su reflejo en los cristales de la puerta cuando está se cerró y el tren se puso en marcha.

Ella no tenía un gemelo, ella nunca fue especial y la verdad era que Zenyi jamás la amó.



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En el texto hay: fantasia, romance, distopiajuvenil

Editado: 03.07.2024

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