Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.
Lunes 30 del mes once.
La pesadez en su cabeza no lo había abandonado, se sentía aletargado, como sumido en un trance profundo. Los chicos iban y venían entrando y saliendo del aula, pero de ella ni sus luces. Jamás iba a volver.
El que sí asistía era el joven del pelo teñido, su amigo. Se fijaba en su apariencia sencilla y descuidada, muy ajeno a los demás chicos. De pocas palabras y sin ánimos de departir mucho. Habría querido preguntarle por ella, sin por ello parecer demasiado interesado.
La clase terminaba y los alumnos tomaban sus cosas para retirarse. Al fin se acercó al chico y le tocó el hombro. Teho estaba distraído cerrando su mochila y no pudo disimular su sobresalto.
—¡Ey! —le llamó. Teho lo miró extrañado, Jan comenzó a balbucear—. Ah... mmm... —de pronto las palabras no le salían. El joven lo miró con malicia y adivinó sus pensamientos.
—No creo que vuelva, profesor.
Jan se sorprendió, pero no tenía tiempo para avergonzarse, así que decidió resolver de una vez su incógnita.
—¿Puedes decirme dónde vive? Necesito hacerle una visita e informar a sus padres.
—Vive con su madre —dijo el joven—. Y sí, claro que puedo decirle dónde encontrarla.
Llegó en ese momento otra jovencita, como salida de la nada; de cabello negrísimo y corto por debajo de las orejas, pálida como la nieve, su ojos eran profundos y alargados. De momento, Jan se quedó sin habla. Esa chiquilla se parecía mucho a Ahnyei, pero sus ojos eran negros y no dorados y su estatura era más baja, aun así, los rasgos de su rostro eran muy similares.
«Mera Carysel», leyó el nombre grabado en su suéter. Ahora entendía de dónde había sacado Ahnyei la falsa membresía.
Bueno, ya tendría tiempo para pensar en eso.
—¿Acaso están hablando de: «la señorita soy más lista que todos y voy a la escuela cuando quiero»—se mofó la niña colgándose del brazo de su hermano.
—Sí —Teho le siguió el juego—. Y tal parece que hoy tampoco corrimos con suerte.
Ambos rieron.
—Es fácil llegar a su casa —Teho lo miró de vuelta—. Vive detrás de la colina blanca. Es la única propiedad que verá ahí. Le explicaré con detalle. Adelántate, Mera —ordenó a su hermana que siguió su camino jugueteando con sus pies.
Jan comprendió fácilmente las indicaciones del estudiante, pero antes de ir se armaría de valor y hablaría primero con su padre.
***
Martes 1 del mes doce.
Le hizo frente la madrugada del día siguiente, en el Templo del Día de Adoración. Eran las cinco de la mañana y sabía perfectamente que a esa hora Mason salía del subterráneo de sus mortificaciones.
Jan lo esperaba sentado en una de las bancas de piedra pulida, en primera fila. Vio el pálido rostro de Mason asomarse luego de que sus manos cadavéricas descorrieran las puertas del lugar Santo.
Salió completamente vestido, cuidándose de cubrir todas y cada una de sus cicatrices.
Jan tenía prohibida la entrada a ese lugar. Mason, en su fanatismo, se había empeñado en construir bajo el lugar Santísimo aquel sótano de pesadillas. Jan solo tenía permiso para entrar en el salón interior para recoger las armas de la Orden cuando se necesitaran, las mismas estaban resguardadas en la réplica del Arca de la Alianza que custodiaban los dos querubines.
De niño se había aventurado a levantar unas cuantas veces la tapa dorada que daba acceso al refugio sagrado de su padre, había recibido unas buenas tundas en castigo, cuando lo pillaba escondido luego de merodear y jugar con todos aquellos instrumentos de tortura que tanta curiosidad le causaban. Pero al final, no fueron las palizas recibidas lo que lo alejaron de ese recinto, fue el olor a muerte y humedad lo que lo hizo desistir de sus expediciones infantiles. Eso y el gran candado que Mason colocó en la puerta de acceso al túnel.
A Mason no le gustaba que lo siguieran, mucho menos a ese, su sagrado lugar, así que recibió con pocos ánimos la visita de su hijo. Peinó sus ralos cabellos grises con su mano derecha y con la otra se arregló su corbata y saco.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó apenas hubo bajado las escalinatas. Jan se puso de pie.
—Vengo a preguntarte acerca de los impuestos y las prohibiciones de alimento, padre.
Mason le otorgó una media sonrisa de incredulidad.
—Es la primera vez que las finanzas de Pilastra te interesan. ¿A qué se debe? —preguntó, retador.
Jan ignoró la pregunta.
—Quiero saber cuándo levantarás la prohibición.
—Lo haré cuando regresen al camino del Señor —Mason extendió los brazos en un gesto exagerado que a Jan le pareció teatral. Esto lo hizo encolerizarse aún más.
—¡No puedes obligarlos quitándoles el alimento!
Mason lo ignoró y comenzó a caminar con pasos tambaleantes, era obvio que necesitaba un buen descanso para recuperarse, la suela de sus finos zapatos chocaba contra los duros mosaicos con cada paso que daba. Se dirigió hacia el altar y miró embelesado la figura del santo agonizante.