Moscú, Rusia. Abril del 2000 de la Era Común o después de Cristo.
Pergamino ocho.
Mortal, criatura, dios... Quizás es algo entre ellos. Algo que no termina por despertar ni tomar conciencia. ¿Bueno o malo? El tiempo resolverá esa duda.
¿Más alto? Sí. ¿Más poderoso? También. ¿Menos humano? Sí... cada vez menos.
Lo miro desde las sombras, acurrucada en un rincón, a veces le temo. Cuando duerme es cuando más se asemeja al ser al que amo, aunque hay algo que lo arrastra hacia abajo, muy abajo.
Ha perdido su voz. No sé en qué lugar estuvo que le fue arrebatada, o quizás la dejó en prenda para volver a la vida. Su piel tiene ese color negruzco y cenizo que despide un perenne olor a tierra húmeda. Su espalda tiene arañazos profundos que sangran y nunca terminan de sanar; cuando le pregunto si le duele solo baja la cabeza y asiente. ¿Será acaso que existe el infierno, el hades o un lugar más oscuro y de ahí retornó?
El ritual lo llevé a cabo en cuanto alcancé la bahía de Weymouth. Esta vez imprimí el doble, el triple de fuerzas para extraer el alma de las profundidades y regresarla a su cuerpo. Sentí que el poder que salió de mi fue detectado por los einheres y sus rastreadores.
Fue tanta la energía que utilicé que no tuve la capacidad de dominar a Shardei y estalló en mi cabeza como una alarma incesante. En medio de mi desesperación grité en mi cerebro, tan fuerte que la desconexión cerebral se produjo de inmediato y Shardei calló para siempre. Pero lo sabían. Él lo sabía y algún día todos vendrían a por mí.
Aiden despertó a la mañana siguiente. No sé cuánto tiempo estuvo lejos ni en qué dimensión, pero parecía más viejo y mucho más cansado. Sus ojos perdieron ese brillo antes divino. Aun así, lo amaba como lo amé siempre, desde el primer día.
¡Oh, aún en desgracia me sentía divina, una diosa completa! Era como Prometeo, había robado el fuego divino en favor de los hombres.
Nos escondimos y después anduvimos hasta Escocia, en la frontera norte. La policía londinense había emitido una alerta para cazarme: La prima ballerina y su pareja habían enloquecido y asesinado a sangre fría a dos personas.
Era una pesadilla. Pero él vivía. Valía la pena
¿Cuántos años vivimos así? Escapando, huyendo. Tan solo él y yo. Danzando en la oscuridad, en aquellos lugares que convertíamos en nuestro hogar; él con pasos torpes y yo enseñándole con cariño. Haciendo el amor bajo techos roídos y lluvias e infiernos crudos. No puedo explicarlo, pero yo era feliz. Aunque Aiden no fuera el mismo, algo del hombre del que me enamoré aún vivía ahí. Lo sentía cuando en las noches me despertaba entre sobresaltos y pesadillas y él me miraba con atención y sostenía con fuerza mi mano.
El Consejo nos buscaba. Los rastreadores estuvieron muy cerca de encontrarnos, merodeaban, como perros cazadores. Aiden seguía siendo mi experimento y resultó ser lo suficientemente hábil para esconderse.
Le enseñé bien. Estaría a salvó, Shardei no estaba implantada en él; jamás lo encontrarían. A pesar de vivir en la desgracia, creía que éramos superiores, y me reía de ellos.
Sabía que podría reinsertarme a la sociedad después de muchas décadas, ya habría tiempo para volver a vivir los sueños que se quedaron a medio cumplir por culpa de aquellos miserables, cuyos huesos ahora son solamente polvo.
Pasaron más de tres décadas en absoluta calma. Nos adaptamos a la aldea donde vivíamos, y así pudimos haber vivido el resto de nuestras eternas vidas; a no ser porque una mañana, a mediados de abril del año 2000, fuegos como meteoritos asolaron la tierra.
La primera recolección había comenzado.
El día soleado que cientos de familias disfrutaban se vio interrumpido por los lamentos de las alarmas de emergencia, que los urgieron a huir a los refugios. Cientos de bombas incendiarias cayeron sobre la ciudad y sobre el mundo entero. Los mensajes en la radio y televisión eran confusos, no se podía determinar con claridad de dónde o quién enviaba los ataques aéreos. Lo cierto es que los fuegos se propagaron y en segundos casi todo fue destruido.
Escondí a Aiden en el sótano de la destartalada casa que era nuestro hogar en turno y le ordené como a un niño pequeño que permaneciera ahí; salí a investigar qué sucedía.
Corrí entre las explosiones que prendían fuego a las casas y bodegas, pronto las calles ardían, los muelles quedaron reducidos a cenizas. Los bomberos y defensores civiles llegaban, pero les era imposible moverse por el calor infernal y las llamas. Vi niños pequeños llorando por sus madres, la ciudad se convertía rápidamente en un montón de ruinas. Era el infierno sobre la tierra.
Seguí corriendo hacia la ciudad más próxima, en búsqueda de la verdad, moviéndome a través de ese apocalipsis. Una bomba cayó sobre la intersección de los túneles del metro y mató instantáneamente a una centena de personas que estaban refugiadas en la estación. Me parecía increíble que el mundo al que amaba tanto al fin sería destruido. Tenía que subir, tenía que saber qué sucedía en los cielos.
Vi una torre de telecomunicaciones que aún se mantenía en pie, pero que, a juzgar por su apariencia, en cuestión de minutos se vendría abajo.
Valiéndome de saltos poderosos subí la interminable escalera atirantada, resbalé un par de veces, pero me así al mástil fuertemente hasta que llegué a la cima. Las nubes de polvo quedaron debajo de mí.