Las Crónicas de Luhna

Ahnyei XIII

Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.

Domingo 6 del mes doce.

—Daniel es el nombre que me dieron mis padres mortales —dijo él, una vez alejados y fuera de peligro; luego de que Hye la hubiera liberado fácilmente de las esposas.

Sentados en una colina, estaban en las afueras de Pilastra. La nieve había cesado con el amanecer y ahora el sol comenzaba a bruñir las copas de los árboles con tonos dorados y rojizos. A lo lejos, Seidel vigilaba. Ahnyei miraba en su dirección, era su ancha espalda todo lo que veía, habría querido correr a su lado, preguntarle por qué la había abandonado.

—Viví en Sarato toda mi vida —continúo, Ahnyei se giró a mirarlo para prestarle atención. Conocía esos ojos, aunque no fueran los mismos en esa vida, reconocía sus facciones detrás de aquel rostro prestado—. Desperté mientras me encontraba estudiando en Mantus —aclaró—. Ahí me encontró el Señor Seidel. Me llevó a las frías montañas del Polo 10, a Heskel. Supongo que lo recuerdas.

Ahnyei se estremeció, jamás olvidaría ese lugar, sería por excelencia el lugar recurrente de sus pesadillas.

—¿No estás contenta, Ahnyei? No has dicho ni una sola palabra —Hye tomó instintivamente su mano y ella no lo rechazó. Podía comprobar lo familiar y lo bien que se sentía, pero también percibió que algo no andaba bien.

—Sí... —dudó—. Claro que sí, solo que apenas lo estoy asimilando, justo hoy, justo ahora te he encontrado.

—Supongo que nunca sabes cuándo sucederá —la celestial e inocente sonrisa que Hye puso en su rostro fue deslumbrante, Ahnyei se quedó sin aliento.

Unas gruesas nubes salidas de la nada empezaron a formarse en el cielo. Ahnyei miró hacia arriba. Vio desaparecer el creciente sol detrás de los negros nubarrones y en pocos segundos una lluvia copiosa comenzó.

Seidel volvió sobre sus pasos.

—Esto no parece un fenómeno natural —explicó—. Me temo que Marie está involucrada.

Ahnyei abrió bien los ojos y miró hacia donde, a kilómetros de distancia, estaba su hogar. La lluvia era más intensa en ese lugar, borrando todo a su paso, difuminando sombras en una gran cortina de agua.

A lo lejos, todavía se escuchaba el ulular desesperado de las sirenas de la Guardia de la Ciudad, haciéndose más intenso cada vez.

—Creo que la tienen —dijo ella.

Hye la miró con la duda explícita en su rostro.

—¿De quién estás hablando?

—De la Orden —contestó ella—. Tienen a Marie, mi cuidadora.

Hye rio.

—Tal como lo veo, los preocupados deberían ser ellos —Hye señaló la fiesta de relámpagos y agua en que se había convertido Pilastra.

—No, Marie es inestable —Seidel se inmiscuyó en la charla—. La última vez que establecí contacto con ella fue hace horas. No está del todo recuperada —Seidel se mordió la lengua hasta sangrar para no revelar nada más.

—Pues entonces vamos —declaró Hye—. Somos tres eternos. No podrían vencernos.

—No quiero pelear —Ahnyei soltó la mano de Hye y se puso de pie. Caminó hacia Seidel, las rodillas le sangraban y tenía varios cortes hechos por ramas secas en su rostro y brazos. Hye la siguió, confuso.

—¿Por qué no me dijiste la verdad?

Seidel la miró.

—Solamente seguía órdenes.

—¡Podrías haberme llevado contigo!

—No funciona así, lo sabes. Hye es especial, tenía que despertar completamente. Debía cuidar de él.

A Ahnyei se le llenaron los ojos de lágrimas.

—¿Y quién se suponía que iba a cuidar de mí?

Seidel y sus ojos grises la miraron con algo parecido a la ternura.

—Siempre supuse que Pilastra era un lugar seguro. No imaginé que pudiera representar algún peligro.

—Pues está claro que nos metiste en la boca del lobo —le reprochó extendiendo su brazo, señalando el desastre en el que se había convertido la ciudad.

—Los Acán se extienden por todo el mundo —rebatió Seidel—. Sabes que los eternos no tenemos la habilidad para reconocerlos.

La lluvia bañaba el rostro de Ahnyei, fusionándose con sus lágrimas. Ella lo agradeció, así no podían darse cuenta de que lloraba.

Se limpió el rostro con el dorso de su brazo. Ya había sido suficiente, ahora tenía que ser fuerte.

—Iremos a por Marie, luego marcharemos hacia Insulen —pareció más una orden que una sugerencia—. No quiero enfrentarme a ellos. «No quiero enfrentarme a él», habría querido decir—. Pero si no hay otro camino, tendremos que pelear.

Seidel asintió. Hye dio una mirada periférica, la lluvia intensa convertía en borrones a toda criatura. No podía distinguir la magnitud de la amenaza que se avecinaba.

—Yo puedo traerla —se ofreció Hye—. Solo necesito que me indiquen el camino.

Ahnyei ya había sido testigo de la velocidad y la fuerza de Hye, sin duda podía ir a por Marie y regresar. Él podía convertir un viaje de horas en escasos minutos, entonces serían cuatro eternos contra la Guardia y la Orden.



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En el texto hay: fantasia, romance, distopiajuvenil

Editado: 03.07.2024

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