Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.
Domingo 6 del mes doce.
Cuando creyó que todo estaba perdido corrió a refugiarse. La entrada al búnker de la casa Wisdel estaba abierta.
—¡Malditos eternos! ¡Maldito Theodore! —gruñó. Los relámpagos azotaban la tierra y más de la mitad de su ejército perecía.
Con él iban Kotch y un par de jóvenes guerreros iniciados, con el horror impreso en su rostro.
—¡Cobardes! —los encaró mientras cubría la entrada con su cuerpo después de que Kotch hubiera ingresado—. ¡Esta es la batalla que honra a Rahvé y Acán! ¿Y corren a esconderse como ratas?
Los niños lo miraron confundidos y con lágrimas en los ojos. ¿No era eso acaso lo que él y Kotch estaban haciendo? ¿Huyendo? «Somos más importantes», se justificó; «Kotch y yo dirigimos la obra, debemos sobrevivir para indicarle al resto de la Orden el camino».
—¡Peleen como lo que son! ¡Guerreros consagrados a Dios y a Acán!
Y cerró la puerta.
Delante de él iba un magullado Kotch. Las piernas le flaquearon y rodó por las escaleras.
—Es el final... —declaró mientras intentaba incorporarse. La mano derecha había desaparecido y en su lugar un deforme brazo carbonizado le colgaba al cuerpo. Mason arrugó la nariz, lo tomó por las ropas y lo arrastró bruscamente hasta dejarlo apoyado en una pared.
—¡No es momento para debilidades! —le reprendió.
Kotch abrió los ojos y miró hacia los pálidos apliques que aún continuaban encendidos.
—¿No te das cuenta, Mason? Jamás podremos vencerles.
Mason resopló negando con la cabeza. No podía permitirse perder la batalla. No en vano había llegado tan lejos.
—Tenemos que encontrar la manera de avisarle a los demás —Mason se apresuró a buscar entre los estantes y cajones algo que le fuera de utilidad—. Si encontramos la manera de hacerles saber que ambos seguimos con vida...
—Es inútil —Kotch se quejó nuevamente—. No llegarán a tiempo.
A Mason se le revolvía el estómago tan solo de verle. Siempre había sido un inútil. Mason sabía que él hubiera hecho un mejor papel como el líder de la Orden. Él debería tomar el lugar de Kotch cuando este...
Sacudió la cabeza, ese plan sería para después.
Mason siguió buscando, arrojando al suelo lo que consideraba inútil: botellas de agua, alimentos enlatados, velas y lámparas de gas. Todo aquello que estaba prohibido almacenar, so pena de cárcel o muerte.
—¿Con que a esto te dedicabas, Theodore? ¿A robarme a mí y al distrito? —se maldijo—. ¡Debí haber sido más estricto! ¡Revisar casa por casa! ¡¿Cuántos más infractores a la ley viven en Pilastra y la Sede de los cinco?!
La cólera lo hizo arrojar un estante completo de provisiones. Por eso la maldita criatura no se había amedrentado con la prohibición, tampoco el desgraciado de Mathus y sus bastardos, porque tenían todo lo necesario para sobrevivir.
—¡La próxima vez lo haré mejor! —juró en voz alta—. ¡Nadie volverá a burlarse de mí!
—Parece que no tenías todo en orden —aventuró Kotch, incorporándose, mientras en su rostro se formaba una sonrisa desafiante—. Erraste en todo, Mason, y nos has condenado.
Mason emitió un gruñido bestial y, a cuatro patas, se dirigió a su interlocutor, acercándose a su rostro y enseñándole los dientes.
—¡Pedazo de estúpido! —le interpeló dándole un puñetazo que lo hizo sangrar—. ¡No has hecho más que estorbar en la misión! ¡Yo lo habría hecho mejor que tú!
Kotch rio, limpiándose la sangre con la mano con la que todavía contaba.
—¡Ahora te muestras como realmente eres! ¡Un maldito traidor! ¡Igual que tu hijo!
Mason lo golpeó de nuevo en el rostro, imprimiendo más fuerza. Kotch tosió y de su garganta salió despedido un coágulo de sangre.
—¡Debí haberte dejado afuera! ¡Eres débil y mereces morir!
Kotch estalló en carcajadas que no tardaron en combinarse con accesos de tos convulsivos.
—Moriré de todas formas —jadeó—. Lo único que lamento es hacerlo junto a ti, pedazo de mierda.
Mason tomó a Kotch por los hombros y estrelló su cabeza contra el muro. Kotch emitió un gemido justo antes de desvanecerse.
—¡Ya tendré tiempo para ocuparme de ti, imbécil!
Mason se puso de pie y continuó registrando el bunker. El refugio estaba tan bien acondicionado que en poco tiempo dio con lo que realmente buscaba. Una radio de alta frecuencia con baterías recargables. Mason la tomo entre sus manos y comenzó a reír frenéticamente, como un loco.
—¡Estúpido Theodore, sin saberlo me has salvado!
Los relámpagos continuaban inclementes e insaciables, Mason se arrodilló y encendió el aparato; se angustió pensando si acaso la señal funcionaría así, con toda la destrucción allá afuera. Probó la frecuencia que sabía de memoria con el código de emergencia y mandó la señal. Repitió la acción dos veces más esperando la respuesta pero esta no llegó.
Gruñó y maldijo nuevamente. Rayos azotaron el techo del refugio con la fuerza de mil tormentas. Mason miró con horror cómo las luces de los apliques se desvanecían lentamente hasta quedar en la más completa oscuridad. Entonces tuvo miedo.