Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.
Domingo 6 del mes doce.
Solo había silencio. La flecha le dio en el corazón, pero aún latía, lo podía sentir. La combustión había dañado algunos de sus órganos vitales, pero su cerebro funcionaba plenamente.
Así que, ¿finalmente iba a morir? ¿Era momento de pagar por todos sus pecados?
Seidel comenzó a moverse sin quererlo entre la niebla de sus recuerdos, todas aquellas acciones que había mantenido en secreto. Alguien o algo exploraba en sus memorias rompiendo las ataduras de sus recuerdos.
—No, Por favor... —rogó—. Sal de mi cabeza.
Los recuerdos se movían en todas direcciones, Seidel sentía como avanzaban y retrocedían en los capítulos de su vida, como si presionaran los botones en un reproductor de una película, o exploraran las imágenes en un álbum de fotografía; yendo al principio y luego al final, y luego otra vez en reversa. Dolía.
La búsqueda se detuvo en uno de ellos. Seidel intentó bloquearlo, erradicarlo para siempre, pero no pudo.
***
Una vieja y oxidada rueda de la fortuna, en un parque familiar invadido por la fauna silvestre, sin vestigios de la especie humana. Era una de las tantas zonas deshabitadas e invadidas por la radiación. Los animales salvajes se habían apoderado de la zona, crecían y se multiplicaban, heredando a su descendencia sinfines de mutaciones genéticas. La naturaleza se abría paso y la hierba mala crecía como enredadera alrededor de los juegos mecánicos, que permanecían como reliquias de un mundo antiguo.
Era una escena conmovedora, si Seidel hubiera tenido sentimientos. Sus ojos se cruzaron con los de Zenyi tan solo por un momento. Él quiso hacerle frente pero el relámpago fue más veloz. Zenyi cerró los ojos para siempre ante el grito desgarrador de su amada.
Seidel arrastrando el cuerpo de Zenyi hasta el camino de la mina, haciéndolo ver todo como un accidente.
Quiso gritar.
—¡Para, por favor! ¡No quiero que lo veas!
Luego, extrayendo trozos vitales de los pergaminos de Annika. Dejando a conveniencia en la mochila de Zenyi unos cuantos relatos, y el afiche de la bailarina. Destruyendo para siempre la última parte, y la carta de Annika a Marie.
El peso de sus pecados comenzó a ahogarle.
Seidel sintió como revolvían una vez más sus recuerdos, el dolor se hizo más intenso.
—Deja de buscar... — suplicó—. Por favor...
Las memorias de Seidel saltaron ese mismo año, algunos meses atrás.
***
El tiempo de cumplir la encomienda de sus superiores había llegado. La aberración se acercaba cada vez más. La verdad era que desde hacía mucho tiempo había escuchado su respiración. Era imposible ignorar el ruido característico que hacía la grotesca criatura al caminar, al deglutir sus alimentos y al emitir esos quejidos dolorosos por las noches. Porque era por las noches cuando se movía. La criatura no había detenido su marcha; enterrándose en la tierra se movía por debajo de las profundidades, tal como Annika le había enseñado.
Zenyi, Marie y Ahnyei se habían establecido en Auroméum, jugando a la familia feliz. El Consejo lo pasó por alto durante muchos años y dejó de perseguirlos. Marie era el señuelo perfecto para destruir a la aberración. Él vendría a por ella, siempre la buscaría —así como había buscado a Annika—, pero está vez, sí lo atraparía. Seidel estaría esperándolo. Así, despacio y sin inmutarse tanto. Todo saldría a pedir de boca. Dos pájaros de un solo tiro. El traidor y la aberración se marcharían casi al mismo tiempo.
Las instrucciones eran obvias, y una vez finalizado el trabajo, tendría que sacarlas de ahí y llevarlas al lugar prometido. A ese lugar que estuvo preparando para ellas durante tantos años. Todo obedecía a un bien mayor. Zenyi también sería destruido y su traición al fin recibiría un castigo.
La criatura había crecido desde la última vez que se le vio, ganando un peso considerable; sumando a su apariencia, ya de por sí grotesca, rasgos completamente bestiales. Pero eran los vestigios de su humanidad los que lo habían impulsado a seguir todos estos años. Venía desde lejos, desde Insulen y las partes extintas del antiguo continente europeo. Cruzando los océanos, moviéndose a través de largos túneles que había rascado durante años, con el firme propósito de encontrarla a ella, a la hija que nunca tuvo oportunidad de conocer.
El viaje que había emprendido durante años llegó a su fin. La criatura encontró a Marie, pero avergonzada de su apariencia y temiendo ser rechazada, se consoló con convertirse en el visitante perpetuo de la hija a la que solo conoció en el vientre de la mujer que tanto amó.
Seidel lo permitió, ¿qué mal hacía darle unos días de felicidad? Entendía que él solo era un daño colateral en la cruzada que había emprendido Annika contra los eternos, muchos años atrás. Debería haber muerto aquella noche hacía ya más de seis siglos; pero una vez más, la desobediencia y soberbia de Annika rendían más de sus frutos podridos.