Aeroméum, Septen. Año 589 de la N.E.
Continúo mi búsqueda, aunque a veces ya no recuerdo qué quiero encontrar.
«Escóndete aquí», me decías siempre. «Agáchate que ahí vienen, pueden escucharte; pero si cavas más, más a fondo, los confundirás». «Sí, así»
Así me decías.
«Espérame, se bueno. Ya vienen por mí, pero no saben de tu existencia así que estarás bien».
De tantos años que ya han transcurrido, tu rostro se va borrando de mi cabeza, y sé que ya no reconocerías el mío si lo vieras.
Y sigo adelante, sigo caminando desde que tengo memoria, aunque cada vez recuerdo menos qué estaba buscando.
Y de pronto me acuerdo de ti.
«Mira, mira cómo se mueve. Es un milagro, un milagro de amor».
Y puedo recordarme colocando mis manos en tu vientre y entonces sentir que lo que vive adentro es mío también.
Entonces recuerdo, recuerdo que es eso lo que busco y sigo adelante.
Si pudiera hablar diría tu nombre, porque a veces viene a mi memoria, revolotea un rato en mis recuerdos y luego se va.
De mi vida ya casi nada me viene a la mente. Me muevo por impulso, el impulso de encontrar algo que constantemente olvido.
Ya no volviste, fui bueno y me quedé esperando. Ahí escondido donde siempre aguardaba tu llegada. Pero no regresaste y tuve que desobedecerte y comenzar a andar.
El tiempo me ha hecho más fuerte. Se va llevando mis memorias y la poca humanidad que me queda, pero me lo compensa de otra manera: con la fuerza sobrehumana que necesito para seguir mi ruta.
Si recordara cómo hablar, diría muchas cosas. Le preguntaría al cielo, cuando salgo a verlo por las noches de mis escondites, por ti. Tal vez gritaría tu nombre. A veces viene a mi memoria y lucho por retenerlo; pero cada vez me siento más animal, más bestia, menos humano. Ya no sé quién soy. La respuesta la sigues teniendo tú.
Cuando por fin supe que no volverías, salí a buscarte, olfateando tu rastro. Dejé las ruinas de nuestro hogar tan amado y vi por última vez la pieza donde aún te gustaba danzar. Ya no volverías más, había pasado mucho tiempo. Cuando quité la pesada loza que cubría nuestro escondite, el mundo me pareció diferente. El aire era raro y todo me parecía igual de gris que nuestro hogar subterráneo, me venían recuerdos, no sé por qué, de un lugar más brillante cuyo aire era diferente. Intentaba recordarlo, pero ya no pude hacerlo y comencé mi interminable jornada.
Y así he andado, desde hace tiempo. Percibiendo el hilillo de tu aroma, ese que me ha hecho cruzar océanos y tierras peligrosas y extrañas.
Pero hoy que por fin te encuentro, me doy cuenta de que no eres tú. No es a ti a quien seguía. No puedo correr a tu lado esperando a que me abraces y me digas que me he portado bien. Así no te recuerdo. No eres tú, pero huele igual a ti.
Me acerco con cautela, para verte más de cerca, esperando que mis ojos casi ciegos te vean nuevamente y me digan que me he equivocado, que allí estás.
Pero hay algo diferente y no puedo saber qué es. Mejor no me acerco y vuelvo mañana. Mañana me acercaré un poco más.
Y así voy venciendo mi miedo. Me acerco un paso más cada vez. Y cuando te veo a través de tu ventana, o cuando sales a la intemperie, aguzo mi vista y sí... Ahora comprendo que no eres tú, aunque huela igual a ti.
Ahora ya no sé qué hacer. He finalizado mi búsqueda, pero lo que he encontrado me desconcierta y siento que mi misión ha quedado inconclusa.
Luego, hago un esfuerzo y entre mis vagas memorias busco de nuevo. Ahí debe estar la respuesta. Busco y entonces, como un destello, recuerdo el movimiento en tu abdomen y tus ojos anegados en lágrimas. «Es nuestro hijo», me dijiste.
Entonces me doy cuenta de que no es a ti a quien buscaba sino a ella. Tenemos una hija y es tan bella como tú. Es igual a ti. Entonces recuerdo tu nombre y el nombre que le diste a ella:
«Si es niño se llamará como tú, y si es niña me agrada el nombre de Marie».
«Marie, Marie», formulo el nombre en mi mente, y de repente todo cobra sentido. Los recuerdos vienen en forma de avalancha. Lo recuerdo todo, mi vida antes y después de ti.
«Marie, Marie...» ¡Qué nombre tan bello! Lo repito tantas veces en mi mente, mientras intento que las palabras se formen en mi boca y al fin expulsarlas, pero solamente logro balbucear. Y ahí me quedo, observándola y remembrando una vida contigo y con ella. La vida que nunca tuvimos.
Me convertí en padre y la dicha que siente mi corazón parece hincharlo tanto que va a explotar. Me acercaré poco a poco, para no asustarla y, en cuanto consiga o aprenda a hablar nuevamente, le contaré todo. Le diré cuánto la amabas y la esperabas y cuan feliz me hace haberla encontrado.
Le diré muchas cosas, Annika, apenas sepa cómo. Por mientras me conformo repitiendo su nombre. Ya casi, ya casi puedo pronunciarlo.
Emprendo unos pasos hacia ella, mientras pasea por el bosquecito que colinda con su casa.
Le contaré todo, querida. Le diré todo lo que tú y yo vivimos.
Se lo diré...