Las Crónicas de Luhna

De las crónicas de Annika X

En algún lugar de Meridian. Año 587 de la N.E.

Pergamino diez.

Me levanto de esta vieja silla y arrastro mis pies, necesito beber un poco de agua antes de seguir escribiendo. La sed que me invade últimamente ya no es normal. Bebo grandes sorbos antes de continuar. Sethus se ha mostrado generoso al permitirme siempre tener al alcance papel y lápiz para contar mis historias.

Bebo grandes sorbos de agua de la reserva que Sethus me trae cada mes. Quisiera morir, pero no puedo hacerlo. La cojera de mi pierna derecha cada vez es más severa, mis ojos están cansados, la ceguera avanza, por eso tengo que esforzarme y aprovechar la poca luz del sol que entra por la vieja ventana para poder terminar mi historia.

Hoy cumpliría 656 años, y Aiden, de estar aún vivo, rondaría los 643. No tengo espejos en este lugar, hace mucho tiempo que no me miro en uno de ellos; de todos modos, ya no hace falta, sé que desde hace mucho tiempo he perdido mi otrora belleza. Ellos querían hacerme pagar, castigándome, no con la muerte sino con el desgaste progresivo de mi cuerpo, con la vejez; concepto tan temible para el humano, tan irrisorio para el eterno. Ya no me buscan porque saben que ya no tengo poder, porque saben que moriré.

Luego de liberarme me dejaron marchar, sabían que las dosis del suero mortal que me habían inyectado acabarían conmigo en pocos años. No había nada que les produjera mayor satisfacción que verme reducida y derrotada. Soni, el odiado Soni, por fin tenía su venganza. Antes de abandonar su presencia, miré de reojo su cicatriz como de estrella, rodeando su perfecto ojo, surcando su perfecta cara. Seguía ahí, recordándole que una creación alguna vez lo hirió de gravedad. Una sola de las creaciones bastó para lastimar ese ego de dios.

«Usaste todo tu arsenal divino para derrotarme», le dije cuando me soltaron, riendo, agónica, con la mitad de mis fuerzas, «pero yo sin ninguna ayuda logré lastimarte».

Rio como siempre, pero sé que la derrota la llevará para siempre, toda su eternidad.

Sethus me trajo aquí, a algún lugar en Meridian. Me visita regularmente, es lo único que puede hacer por mí. Sin embargo, me ha dicho que él pronto vendrá. Zenyi estará aquí. Volveré a verlo después de aquella fatídica reunión hace veinte años. Me ha buscado con desesperación y Sethus ya le ha mostrado el camino.

Abandono brevemente mi historia. ¿Será prudente finalizarla y entregársela a él? Tengo miedo de olvidar, miedo de que en breve mis memorias también empiecen a fallar.

Debo recomponerme. ¿Debería arreglar mi cabello? No sé cómo luzca ahora.

Vieja... solo eso sé, demasiado vieja. Las arrugas en mis manos me dan una idea de mi aspecto, el pelo plateado que trenzo a diario también. Mi silueta encorvada reflejándose en las sombras de las paredes de esta casucha me otorgan esa figura fantasmal de las brujas de los cuentos. Aunque ya nada importe, pues estoy a punto de llegar al final de mis días.

Aún sigo recordando a la bella bailarina del afiche, parece que fue hace tanto tiempo. Ella sigue bailando en los escenarios, ofreciendo giros, piruetas, danzas perfectas al enajenado espectador. Ella sigue bailando bajo las tenues luces de los reflectores de las grandes ciudades, sonriendo, segura. La llama en sus ojos brilla cada vez más fuerte, con cada salto, con cada pax de deus. La sombra de la bailarina sigue girando y moviéndose con esa gracia característica, saltando sobre sus puntas. La veo, veo la sombra moverse en la pared y de nuevo me embeleso y se me llenan los ojos de lágrimas, cuando la perfecta silueta detiene su baile para de pronto degradarse en mi sombra espectral.

Pero lo espero, hace mucho tiempo que lo espero y aunque nuestro encuentro no sea igual a la primera vez, aún hay algo que se enciende dentro de mí; esa chispa ancestral que arde cada vez que lo recuerdo. ¿Qué dirá de mí? ¿Qué pensará al verme así? En el fondo pensará que nada de lo que hice valió la pena... Pero yo sé que no fue así. Porque... Siempre estuve en lo correcto... ¿No?

***

Sus ojos ven a través de mí. No ve al vejestorio inútil en el que me he convertido. Intento no mirarlo a la cara. Siento vergüenza por mis acciones del pasado y mi apariencia. Pero estoy pagando el precio. Él no tiene por qué castigarme más.

—Perdóname, Annika —me dice en cambio, y sujeta fuertemente mi mano enjuta y cadavérica—. Yo te hice esto.

Los ojos se me llenan de lágrimas.

—No... —contesto—. Acepto mis decisiones. Sé que soy yo la única responsable.

—Te entregué al Consejo... —dice y se echa a llorar. Las lágrimas se estrellan en la vieja mesa. A través de la luz de la vela puedo ver su semblante sereno, pero lleno de dolor—. No pensé que te harían esto.

Trato de sonreír, pero en cambio, de mi boca se desprende una mueca que debe ser torcida y fea.

—Fue el precio —repito y mi voz suena anciana y débil.

—Tenías razón en todo —confiesa y me sorprendo—. Jamás volveríamos a Silen, ni tu ni yo, ni nadie más.

Mis ojos se abren con asombro y lo veo a través de unas gruesas cataratas.

—Dijiste que le hermana de Aiden había muerto luego de su unificación...

—Sí... Ellos la asesinaron.



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En el texto hay: fantasia, romance, distopiajuvenil

Editado: 03.07.2024

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