En un universo lejano, nace un amanecer radiante donde los cielos están llenos de constelaciones y polvos estelares, cada estrella resplandece en tonos pastel brillante, mientras tintinean susurros estelares.
En el corazón de este universo reposa un palacio majestuoso, construido con un metal indestructible y tan claro como el cristal. Cada muro brilla con intensidad, como si portara luz propia, reflejando estrellas y constelaciones en su superficie.
La entrada principal se alza con imponente belleza: una amplia escalera rodeada de barandales de oro puro, que parecen capturar y reflejar cada rayo de luz. A sus costados, la naturaleza se extiende en formas mágicas, con tonos verdes vibrantes que, al contacto con la luz cósmica, proyectan destellos semejantes a los colores de un arcoíris. Esta combinación de vida y metales preciosos crean una sensación de armonía perfecta, guiando a quienes ascienden hacia las puertas del palacio.
La grandeza de su diseño inspira una sensación de eternidad. Quien lo contempla siente respeto, asombro y la certeza de que las promesas se cumplen.
El palacio flota sobre estelas doradas, que dan la sensación de caminar entre nubes suaves y etéreas. A su alrededor se extienden jardines verdes, llenos de flores resplandecientes, ríos cristalinos, mares brillantes y cascadas que fluyen sin cesar, transformados por el éter cósmico. Todo el conjunto parece danzar y cambiar de forma con el compás de los rugidos del viento cósmico, revelando la belleza infinita del universo que lo rodea.
Mariposas mágicas y diminutas estrellitas de colores revolotean alrededor de sus torres doradas. En el centro de los jardines, justo antes de la entrada principal, se alza una torre de oro macizo, coronada por un reloj ancestral que mide el tiempo en aquella eternidad. Con cada movimiento, deja rastros rosados que se dispersan en el aire, creando sensaciones vibrantes, silbidos que prometen esperanza y aromas que flotan suavemente, como el perfume que queda tras la lluvia.
Dentro del palacio viven criaturas mágicas y místicas, todas ellas poseen conocimiento y sabiduría, cada una cumplen una función conforme a su rango y jerarquía, a veces están en silencio y otras veces ríen a carcajadas uniendo esfuerzos. Algunos de ellas son diminutas y graciosas como la ardilla que viste un chaleco rojo, divertida y entrometida.
Su función es cargar diferentes tipos de capsulas según las tareas que enfrente. A su lado está un búho con ojos grandes y expresivos, tiernos como los de un niño, él tiene grandes alas plateadas con tonos azules y destellos violetas, mucho más grande que la portadora del chalequito.
En uno de los pasillos esta un perro vestido de traje sastre y sombrero elegante, su pelaje es dorado y sus ojos son azul claro. Él es quien custodia las puertas de este palacio.
Tiene muchos trabajadores a su cargo y es el asistente del Gran Maestro Sabio, un hombre de tez blanca, cabello blanco con destellos plateados, sonrisa de ensueño que brota dulzura y bienestar en cada palabra.
Su atuendo ancestral, su capa es azul profundo parece un cielo nocturno en movimiento, con destellos dorados que brillan como diminutas estrellas.
Sentado, leyendo uno de sus libros antiguos favoritos en el gran salón. De pronto un chillido abrumante y escandaloso rompe el silencio:
—¡Eh, eh, eh, Maestro! ¡Maestrooo! ¡El espejo !¡Ese, ese! ¡Se está moviendo, vibra, vibra! ¡Casi nunca vibra, nunca, nunca! ¡Se mueve, se va a romper! ¡Rápido, rápido, venga! —grito la ardilla mientras irrumpía como un torbellino, tirando velas, papeles y una taza de té en su frenética carrera.
El Gran Maestro apenas levanto la vista de su libro, como una calma casi irritante.
—¡Cálmate, ardilla — dijo con voz suave, apartando su taza antes de que cayera al suelo —Respira, antes de que te de algo.
La ardilla saltaba de una mesa a otra, agitando las patas con desesperación.
—¡Maestro, vamos, vamos a ver el espejo!
—Ardilla, siempre exageras. Pero dime, ¿qué tanto vibra el espejo?
La ardilla se llevó una patita a la boca y comenzó a morderse la uña, moviendo la cola de un lado a otro con inquietud. Inclinó la cabeza, alzó una oreja y frunció el ceño, como si estuviera resolviendo un acertijo imposible.
Finalmente, reflexionó: La verdad, no me acuerdo muy bien, solo vi que vibró una vez y después vibró con más intensidad. Bueno, eso creo... pero no estoy tan segura de que vibrara al grado de caerse. Aunque si le digo eso, me va a regañar otra vez, como siempre. Pero no importa, mejor soy honesta.
Pensativa y reflexiva, la ardilla levantó su cabecita y enderezó todo su pequeño cuerpo. Mientras frotaba su patita contra la boca, respiró hondo y, con un gesto decidido, tomó valor para responder al Maestro.
—Maestro… —dijo con la voz temblorosa, pero firme—. Esta vez no estoy exagerando. ¡Se lo aseguro! El espejo vibra de verdad y… y creo que está a punto de romperse.
El Maestro suspiró con paciencia y cerró el libro que estaba leyendo. Con movimientos pausados, dejó sus cosas en la mesa, se acomodó la túnica y miró a la ardilla con calma.
—Muy bien, vamos a ver qué está ocurriendo —dijo con voz grave y serena.
La ardilla, emocionada, trepó por su brazo y se acomodó en su hombro mientras ambos salían del Gran Salón. Caminaron por un corredor iluminado por luces cálidas, hasta llegar a una habitación amplia y silenciosa, donde reinaba una atmósfera de misterio. No era un templo, pero sí un lugar especial, dedicado a proteger aquel objeto mágico.
Frente a ellos se encontraba el espejo ovalado, rodeado de delicadas mariposas metálicas cuyas alas tintineaban suavemente, como si respiraran.
De pronto, la ardilla saltó del hombro del Maestro y comenzó a brincar por el piso.
—¡Se lo dije, Maestro! ¡Mire, mire cómo vibra! —gritaba mientras daba pequeños saltitos nerviosos—. ¡Le dije que no estaba exagerando!