De pronto, un sonido estridente llenó la habitación: ¡Ring! ¡Ring! ¡Ring! El teléfono vibraba sin parar, cada vez más fuerte, como si estuviera perdiendo la paciencia.
La gran puerta se abrió y entró el asistente del Gran Maestro con esa elegancia natural, propia de un verdadero Lord que lo distinguía de todos los demás habitantes del palacio. Sostenía el teléfono dorado, que tintineaba y temblaba en sus patas, a punto de salirse de control.
—Maestro —dijo con voz grave y firme—, lo he estado buscando. Este teléfono no ha dejado de sonar, y cada vez suena más fuerte.
La ardilla, que aún estaba inflada de orgullo por haber tenido la razón, se metió en la conversación con descaro.
—¿Qué no ves que estamos ocupados viendo el espejo? —replicó, señalando el objeto con un brinquito dramático—. ¡El Maestro está conmigo analizando el espejo mágico!
El perro giró la cabeza lentamente hacia ella, arqueando una ceja con elegancia contenida.
—Pequeña —dijo con tono educado pero firme—, recuerda que debes respetar a tus superiores. Este asunto no es para tus comentarios.
—¡¿Qué?! —chilló la ardilla, ofendida, poniéndose en dos patas y cruzando sus brazos—. ¡ay pues ...yo solo decía, lo que siento!
El Maestro alzó una mano con calma, su voz tan serena que cortó la tensión al instante.
—Tranquila, ardilla. No es momento para discusiones emotivas.
La ardilla solo asentó y guardo silencio, mientras el Maestro extendió una mano para tomar el auricular dorado en forma de oreja, parecía escuchar mensajes antiguos en el mismo instante, alzó la otra mano, haciendo un gesto firme y silencioso para que nadie hablara, nadie respirara, nadie osara hacer el más mínimo ruido.
La ardilla se quedó congelada con las patitas a medio movimiento, el perro enderezó aún más su postura y hasta las mariposas metálicas alrededor del espejo parecieron detener su tintineo.
Con serenidad, el Maestro llevó el auricular a su oído. Con voz, firme y resonante, ordeno silencio en toda habitación:
—Díganme, Guardianes de los Puentes… ¿qué sucede?
Al otro lado de la línea, se escuchó una voz ligeramente profunda, con ecos antiguos y distante, como si proviniera de un lugar más allá de las estrellas.
—Gran Maestro, en una de las coordenadas universales hemos detectado una alteración preocupante —dijo el Guardián principal—.
Un silencio cargado de tensión llenó la habitación mientras todos contenían la respiración. La voz continuó:
—La luz de un jovencito llamado Lucas se está debilitando cada vez más, a causa de los ecos agudos de las sombras. Antes irradiaba energía y vitalidad, pero ahora… su brillo se ha vuelto tenue. Algo profundo lo está afectando. Las sombras estan extrayendo su brillo, drenándolo cada vez más.
El Maestro frunció el ceño, atento a cada palabra.
—Explíquenme con detalle —pidió con firmeza.
—Señor, el jovencito Lucas ha comenzado a sentirse invisible en su mundo. Ya no quiere asistir a la escuela, se ausenta con frecuencia debido a fiebres constantes, tos persistente y noches de sueño intranquilo. Su tristeza se ha vuelto tan pesada que incluso su apetito se ha desvanecido. —La luz que emanaba de su corazón, la que antes fortalecía su coordenada, ahora es débil… y cada día se desvanece más —agregó otro Guardián con voz temblorosa—. Nos preocupa que pronto desaparezca por completo —.
El Maestro cerró los ojos un instante, sintiendo el peso de esas palabras. Y pensó: Cuando un niño pierde su chispa interior, todos los mundos lo perciben, no puedo permitirlo, esto no es cotidiano, no puedo enviar a nadie, tengo que ir yo.
De pronto, abrió los ojos con determinación y, sin soltar el auricular, levantó la otra mano hacia el espejo.
—Espejo, muéstrame a Lucas. Quiero ver qué está sucediendo.
El espejo comenzó a reaccionar de inmediato a la orden del Gran Maestro Sabio, las mariposas metálicas tintineando suavemente mientras ondas de luz se formaban sobre su superficie.
El Maestro seguía escuchando la voz de los Guardianes, pero ahora su mirada se enfocaba en las imágenes que empezaban a aparecer ante el espejo. Tomando el control de la situación agradeció a los Guardianes de Puentes por su mensaje, colgó el teléfono y todos a su alrededor lo observaron atentos, esperando que fuese a decir, observando sus labios atentos para ver la palabra que saldría de su boca, pues deseosos de saber que acción iban a tomar el Gran Maestro.
—Llamen a Búho, mi consejero —dijo el Maestro.
La ardilla, exaltada y nerviosa, se adelantó diciendo:
—¿Le preparo muchas provisiones de sueños, Maestro? —preguntó con voz vacilante.
—Hoy iré solo —respondió el Maestro, esbozando una leve sonrisa.
Los sueños inspiran, pero a veces no bastan, pensó mientras se dirigía con el búho.
—Dime, Búho, necesitamos encontrar el cuadrante estelar específico para que podamos llegar a su mundo.
El Búho, pensativo y concentrado, se tocaba la cabeza con un ala doblada. Al mismo tiempo, daba ligeros golpeteos en el piso con su pata derecha mientras respondía con voz firme:
—Maestro, vayamos a la biblioteca ancestral, donde se encuentran los registros de todos los mundos. Allí podremos localizar el cuadrante estelar exacto para llegar a él.
La ardilla, con sus orejas bien erguidas, saltó de emoción y gritó:
—¡Sí, Maestro, vayamos, ¡vayamos a la biblioteca!
El Maestro, sereno y paciente, volteó sus ojos hacia la ardilla y le dijo:
—Ardilla, sabes que no puedes entrar a la biblioteca.
La ardilla infló sus mejillas, cruzando los brazos y bajando ligeramente la cabeza. Su mirada se clavó en el piso, mostrando resignación y una expresión un tanto dramática.
—¡Ay, lo sabía! —bufó con dramatismo—. Nunca me dejan entrar a lo interesante.
Pero su frustración pronto se transformó en una chispa traviesa.