Las Crónicas de Nauzet: Nuevo Orden Europeo

Capítulo 5. Sábado noche. Domingo mañana.

Victoria se miraba al espejo con una amplia sonrisa mientras se probaba el vestido nuevo que usaría aquella noche. Por fin sus padres le habían dejado salir un sábado por la noche en Granada, a pesar de las dificultades que le ponía su hermano mayor. A sus dieciséis años aún era una niña demasiado inocente, según él, y no quería que nadie le hiciera daño o jugara con ella. Pero lo que no entendía era que su hermana pequeña se iba haciendo mayor, que sólo quería volar, sentirse libre, sentir que estaba creciendo, sentirse una chica adulta con obligaciones y responsabilidades, como sus amigas. Sus ojos verdes prono se clavaron en su amiga Amanda que arrugaba su vestido y echaba a perder su rímel tumbada en la cama de Victoria, llorando.

—Vamos Amanda. Deja que pase un poco el tiempo. Verás como todo se arregla—le dijo ayudándola a incorporarse agarrándola de las manos y tirando fuerte de ella.

—Lo quiero.

Tocaron al timbre.

—¡Victoria!—escuchó a su madre desde el comedor—¡Tus amigas!

—Ya están aquí. Ahora sonríe y deslumbra a todos. Vamos a disfrutar de esta noche. Mañana será otro día.

—Tienes razón Victoria. Gracias por tus consejos de amiga. ¡Vamos a pasarlo bien!

***

Fede estaba con los demás en la discoteca bebiendo y bailando a oscuras, celebrando la entrada de Jesús en la W-W cuando creyó que el mundo se le venía entero hacia abajo. Entre aquella oscuridad del antro, las luces de colores que iban y venían, el humo de algunos cigarros que permanecían encendidos a pesar de la prohibición y la música demasiado alta y punzante en los oídos, Fede vio a un par de chicas, entre las cuales estaba ella, Amanda. Cruzó sus ojos con ella y rápidamente giró la cabeza hacia otro sitio, como si quisiera que no lo reconociera, pero Amanda ya avanzaba hacia él con una amplia sonrisa en su rostro.

—¡Hola Fede!—le dio dos besos—. ¿Qué haces tú por aquí?

—Teníamos algo que celebrar y hemos venido de fiesta aquí. ¿Y tú qué?

—Con unas amigas—las señaló—, a pasarlo bien esta noche.

Tanto Fede como Amanda se dieron cuenta de que los amigos de éste los miraban un tanto extraños y cuchicheaban algo.

—Chicos, esta es Amanda—y su voz se perdió entre la música y los gritos de la juventud que allí se agolpaba.

***

Nauzet no se fijó en Amanda cuando los presentaron. Vio dos luceros verdes acercarse hacia donde estaban, junto a unas amigas. Fede las conocía, ¿de qué las conocía Fede? Desde luego este chico era una caja de sorpresas.

La chica de ojos verdes y vestido blanco le dio dos besos antes de hacerlo con sus demás amigos. Nauzet fingió no escuchar su nombre.

—¿Cómo has dicho?

—Victoria—le dijo al oído.

Un dulce escalofrío recorrió el cuerpo de Nauzet al oír su nombre. No la conocía de nada y ya sabía que ella tenía algo, un no sé qué totalmente distinto. No tenía aquella sensación desde hacía mucho tiempo, desde un pasado demasiado lejano ya. Sentía como si ya la conociera.

Nauzet vio a Fede y a Amanda hablar y a Victoria con sus amigas. Bebió el trago de ron-cola que le quedaba de un sorbo y le echó valor.

—Perdona—le dijo a Victoria—¿tú sabes qué se traen estos dos entre manos?—señaló a Fede.

—¿Qué pasa, te interesa Amanda?—sonrió.

—No, no—se sonrojó él—lo digo porque es mi amigo y…

—Bueno, creo que eso tendrás que preguntárselo tú. Luego—volvió a sonreírle.

Nauzet se sentía dolido. Quizá si fuera como las demás, lo mismo era igual de borde que las otras. Quizá su simpatía no iba de acuerdo con sus ojos verdes. Sintió una mano en su brazo.

—Era una broma, tonto. No sé qué tienen. Solo sé que ella está mal por otro al que ama.

—¿Y tú?

Ella ahora rio con más ímpetu.

—Soy joven. Todavía no ha llegado el correcto. Además…No quiero sufrir.

—Te entiendo, yo…

—¿Ah sí? ¡Cuéntame entonces!

***

Ángel y Rosales bebían y bailaban, mirándose entre ellos y riéndose de cosas que veían y que, seguramente, no le provocarían risa al día siguiente.

—Mira esa.

—Déjalo, Ángel.

—Rosales, ¡Rosales!, ¡Mira aquella!

—¡Que pesados sois! Son todas guapísimas, pero…

—¿Pero…?—una cara nueva que terminó de bailar y escuchó un poco de conversación se metió en ella.

—Nada, Marcelo. No tengo muchas ganas hoy yo…

— ¡Vamos! Otra ronda para todos—gritó Jesús.

Pasadas un par de horas estaba amaneciendo y en la puerta de la discoteca la brisa mañanera otoñal estaba empezando a hacer estragos. Caminaban hacia el coche a la vez que acompañaban a aquellas chicas en una parte de su recorrido vuelta a casa. Al poco rato se despidieron de ellas con la promesa de verse otro día de nuevo.

—¡Qué frío! —tiritaba Nauzet.

—¡Y qué sueño! —le recordó Marcelo.




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