Las Crónicas de Nauzet: Nuevo Orden Europeo

Capítulo 7. Hospital

Rosales tenía la cara aplastada contra el airbag del Peugeot. La sangre le recorría la frente y sólo el ruido de los golpes de un hombre mayor en la luna del copiloto lo despertó de su amarga pesadilla que había durado apenas unos segundos. El morro del coche se había visto reducido casi a la nada, el lateral izquierdo había impactado con la valla de la carretera y estaba golpeado. El techo se había venido hacia abajo.

Rosales alzó la cabeza y, como drogado por el accidente y el sueño que tenía, vio al hombre gritarle y volvió a cerrar los ojos, echando la cabeza sobre el airbag que le servía de almohada. Cuando recuperó la conciencia, estaba posado sobre una camilla y cuatro personas vestidas de uniforme naranja lo llevaban hacia alguna parte. La noche, que estaba encapotada, empezó a llorar. Quizá por las lágrimas que Daniela no podía derramar porque aún no conocía aquel suceso, y las gotas de lluvia en la cara le herían, cada una un poco más. Vio en el cielo reflejadas las luces luminosas de la ambulancia a la que lo llevaron.

—¿Qué…Qué me pasa?—dijo aturdido—.¿Cómo estoy?

—Tranquilo. Estás bien. No hables. Vamos hacia el hospital—resspondió una voz femenina.

Le inmovilizaron el cuello y le miraron las pupilas con aquella linterna tan cegadora. No sabía nada acerca de su estado, ni cómo estaba o qué le había pasado. No creía las palabras de la mujer que eran demasiado tranquilizadoras. Podía haber perdido una pierna o una mano, o quedarse parapléjico, o mil cosas que le llegaron a la mente como un haz de luz. Luego pensó en su padre, en las veces que le había advertido lo peligroso que era un coche, que no era un juguete, que era más bien un arma, lo peligroso de la noche, que engañaba a nuestros ojos, de la lluvia, que era una mala compañera de conducción. También le vino a la mente la idea de que su coche podría estar destrozado, que no podría volver a utilizarlo, que costaría dinero arreglarlo, más de lo que se había gastado en comprarlo. Lo había tirado a la basura, en un momento de distracción todo aquello que tenía se había convertido en nada.

—Tengo sueño—alcanzó a decir.

La mujer de antes sacó una aguja y le pinchó. En cuestión de segundos, Morfeo se apoderó del chico accidentado, que iba camino del hospital.

***

Ángel encendía su portátil azul mientras comía una de las galletas que su madre exquisitamente hacía y pensaba en cómo Rosales había tenido aquel fatídico accidente la noche anterior. Siempre que habían ido juntos en el coche, éste le había visto grandes dotes para llevar el vehículo, pero la carretera siempre es un laberinto y no sabes por dónde vas a salir.

Estaba esperando a Ana y a los demás para ir a visitar a Rosales al hospital. Por suerte, éste solo había recibido un fuerte impacto en la cabeza sin mayores consecuencias y varias heridas superficiales de las que no había que preocuparse. Esa misma tarde-noche le darían el alta y ya podría volver a hacer vida normal, pero con el susto aún en el cuerpo y lo que es peor, en su cabeza.

Ana llegó como siempre, informal pero elegante. Era un día importante tanto como para ella como para Ángel. Aquella relación tenía que tener un objetivo si no, no tendría sentido. Por eso el diálogo era demasiado crucial como para no darle su debido uso.

—Pasa—le dijo él abriéndole la puerta de su casa y rozando levemente los labios.

Ella lo besó, respondió fugazmente, y lo siguió por aquel gran pasillo, digno de un castillo, con grandes fotos y cuadros de todo tipo. Las puertas eran de madera y mármol. Una de ellas daba al cuarto de Ángel. Un espacio grande donde saltaban a la vista los posters del Real Madrid ganando la Champions y de Fernando Alonso. El armario se situaba frente a la cama y la ventana que iluminaba la estancia estaba antecedida de un gran escritorio.

—Mira—dijo él intentando enseñarle un vídeo gracioso de YouTube.

Pero ella no tenía ganas de eso. Qué va. Tenía que hacer algo. Por los dos.

—Ángel, mírame—le ordenó casi cuando estuvieron sentados—. A los ojos.

—Dime—contestó de manera seca, como él acostumbraba.

—Deja eso…Creo…creo que tenemos que hablar…

—¿Por qué?—la sonrisa se volvió muda—.¿Qué pasa…?

—¿Tú piensas que podemos seguir así?

—¿Así? ¿Qué es lo que quieres decir? —Ángel no sabía por qué Ana venía con eso ahora. Pensaba que todo estaba bien. Que todo iba viento en popa y a toda vela. Que su relación no era perfecta ni mucho menos pero nada tenía que envidiar a las que sí lo eran.

—De esta manera—suspiró ella—. Nos vemos sólo los fines de semana y para colmo tú, a veces prefieres estar con tus amigos antes que conmigo. Solo vienes cuando te interesa o para estar a solas. Somos una pareja normal se supone, creo que deberíamos pasar más tiempo juntos, hacer otras cosas, tú y yo. Sólo te pido que mires un poco más por mí. Por esto. Por nosotros.

—Sabes cómo soy, Ana. A pesar del tiempo que llevamos juntos, sigo siendo reservado. Hasta estas palabras salen tropezando de mi boca. Sé que deberíamos ser de otra manera, pero me cuesta.

—Creo que tenemos la suficiente confianza ya como para que ahora vengas con esto.

—Quizá ya no me quieras. Quizá te quiera pero el tiempo ha hecho mella en esto…




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