El cura Rubén y el padre Santiago se encontraban en la capilla de San Clodoveo en donde, tanto el viejo sacerdote como su fiel amigo vivían desde hace mucho tiempo. La gente creía que habían vivido ahí desde que se reinstauró la iglesia, pues nadie sabía en qué momento habían llegado hasta ahí, a pesar de eso eran queridos por todo el pueblo. Nunca salían de aquel edificio, en primer lugar porque no les gustaba y en segundo porque siempre tenían algo que hacer ahí dentro. En esta ocasión, el padre Santiago preparaba los sacramentos para la misa de ese domingo, mientras el cura Rubén barría y limpiaba las bancas, era lo que más hacía todo el tiempo, cuando no barría y limpiaba las bancas, solía pasar tiempo en el jardín, en especial tratando los girasoles, pues eran las flores preferidas del padre Santiago.
Rubén se encontraba barriendo el suelo de la iglesia. Siempre lo hacía, aunque casi nunca había nada que barrer, silbaba un corillo mientras pasaba la vieja escoba de un lado a otro por toda la iglesia. De pronto una duda invadió al gordo cura. Se tomaba la barbilla mientras pensaba, entonces por fin se decidió a preguntar. - ¿Y usted cree en los ángeles Padre? – Le preguntó el cura Rubén al Padre Santiago mientras dejaba lo que estaba haciendo.
Santiago lo vio con una mirada un tanto consternada, no entendía el porqué de la pregunta. - Efectivamente hijo. - Respondió el padre dejando la copa de oro que tenía en las manos y dirigiéndose al cura. Al anciano padre le costaba ya caminar, era toda una odisea para el bajar por las gradas que dirigían desde el púlpito hacia las bancas.
- ¿Y en los demonios? – Volvió a preguntar el cura viendo como el padre terminaba de bajar y se incorporaba hacia donde este se encontraba.
De pronto hubo un silencio absoluto en la iglesia. – Pues veras. – Dijo el padre. Este se entristeció al pensar en la respuesta que debía darle al cura mientras escuchaba el eco de su propia voz retumbar en todo el viejo y enorme edificio. – Me gustaría decirte que no, - Abrió los ojos dirigiendo su mirada a Rubén. - Pero en este mundo todo debe tener su contra parte, si existe la luz, existe la oscuridad, si existe el bien, entonces existe el mal. – Esperó un momento para ver la reacción del cura.
- Entonces su respuesta es “si”. – Afirmó el cura, sentándose en la banca que limpiaba, justo a un lado de Santiago, sin quitarle la vista de encima.
- Esa no fue una pregunta. – Le dijo el padre Santiago.
- Fue una afirmación. – Le respondió el cura Rubén, como si supiera lo que Santiago pensaba. – Entonces… - Le dijo nuevamente el cura esperando la respuesta del anciano.
- Me temo que sí. – Dijo El padre Santiago quien movía la escoba para acercarse y se dirigía hacia el cura, sin tomar asiento claro. – Veras, mucho antes de la creación se dio un concilio en el reino celestial, en el cual se decidiría el destino de la tierra y de todos los hijos de Dios destinados a venir a ella. Muchos presentaros planes distintos, todos muy buenos, excepto uno. -
- El de Lucifer. – Se adelantó el cura sin que el padre pudiera tan siquiera gesticular alguna otra palabra.
- Así es. – Dijo el padre. – Como ya sabes, él quería el trono de Dios. – movía sus manos tratando de explicar de forma sencilla aquello tan difícil de explicar. - Entonces inició una gran guerra para conseguirlo, llevándose consigo a un porcentaje de todos cuantos estábamos allá arriba. – Se sentó el Padre. – Entonces a todos ellos, los hijos de perdición, nosotros les llamamos demonios.- Se relajó un momento para recobrar el aliento perdido.
- Ya entiendo… – Dijo el cura. De pronto las luces parpadearon, interrumpiendo lo que Rubén estaba por decir, la iglesia tembló. - ¿Qué está pasando? – Preguntó un poco asustado, volteaba a ver las luces del edificio, que parpadeaban a toda velocidad.
Un pedazo de pergamino quemado cayó del techo de la iglesia directo a las manos del padre Santiago, el fuego se fue apagando conforme este caía. Él lo tomó, este tenía algo escrito, con letra legible, un nombre y una dirección que Santiago no conocía, entonces el anciano leyó su contenido. – Me temo que tenemos problemas. – Dijo alzando su vista hacia el cura.