Javier Torreviarte era un poderoso hombre de negocios, era el hombre más rico de la ciudad. Siempre vestía trajes de cash meré, por lo regular color azul, zapatos de charol, siempre brillantes, un reloj enorme en su mano izquierda, su sortija de matrimonio en el anular izquierdo y un gran anillo con un diamante en el anular derecho, siempre trataba de verse muy elegante. Vivía en una mansión junto a su esposa y su pequeña hija, a quien por cierto, el adoraba. Era una casa enorme, de color blanco y tejado azul, acabados azules, ventanas de marcos de madera, puertas inmensas, pintadas de blanco, al centro de la casa un gran candelabro de oro, del lado izquierdo de la entrada, el comedor y al derecho la sala de estar, al fondo dos escaleras que conducían al segundo nivel, y entre estas dos, justo al fondo estaba el estudio, en donde Javier pasaba el tiempo en especial cuando se trataba de negocios.
Esa tarde se encontraba en el estudio de su casa, un cuarto muy amplio alfombrado de color azul, un escritorio grande al fondo, delante de una gran ventana, sobre el escritorio una lámpara vieja y muchos papeles y del otro lado del escritorio una computadora muy moderna. Solía pasar mucho tiempo en el estudio, excepto claro cuando tenía algún negocio importante, el cual debía atender fuera, o cuando se trataba de pasar tiempo con su hija, la pequeña Tatiana, le gustaba salir a pasear con ella, jugar con ella a las muñecas, al doctor, pero su juego preferido eran las escondidas.
Javier se encontraba leyendo el periódico cando fue interrumpido. - Papi, no me siento bien. – Decía Tatiana, entrando al estudio de su padre con las manos sosteniendo su estómago. – Creo que voy a… - La niña comenzó a vomitar frente al escritorio de su padre. Una niña hermosa, de cabello castaño, rizado, la niñera siempre se encargaba de hacerle dos coletas a cada lado, atadas con moñas del mismo color de su vestido, en este caso, rosa.
Javier pronto interrumpió lo que hacía, coloco los papeles que leía sobre el escritorio y dirigió la mirada hacia la niña de ocho años quien vomitaba frente a su escritorio sobre su vestido color rosa. – ¡Brenda! – Grito llamando a la niñera quien se apresuró a entrar al despacho. – Mi amor, ¿Te encuentras bien?, ¿Qué tienes?, ¿Qué sientes? - Decía con cara de preocupación mientras se acomodaba el saco color azul que llevaba puesto y se acercaba a la niña, este trataba de que el vómito no tocara los rulos castaños de la pequeña Tatiana. Entonces Javier no que el vómito de la niña no era normal, tenía un color verdoso, como moho. - ¡Brenda! – Volvió a gritar.
De pronto entra una joven morena y gorda, con un vestido negro y un delantal blanco al estudio. - ¿Si señor? ¿En qué… - Sin terminar la frase contempló a la niña frente a ella y al charco de vómito bajo a los pies de Tatiana. Se llevaba las manos a las mejillas en señal de asombro. – Niña Tatiana, venga conmigo. - Le dijo mientras la tomaba del brazo, apresurada por sacar a la niña.
Javier intentaba no pisar el vómito de la niña. - Sácala de aquí. – Le dijo Javier. – Encárgate de ella y por favor que nada malo le suceda a mi hija. - Si algo le importaba a Javier más que cualquier otra cosa en el mundo, incluso más que sus negocios y toda su fortuna, era su hija y no permitiría que nada malo le sucediera. - Llévala a su habitación y llama al médico, ¡Pero de prisa! -
- Sí señor. – Le respondió Brenda tomando a Tatiana por los brazos, la piel de la niña se sentía fría y escamosa, además que ella estaba pálida. – Señor, la niña está hecha un hielo. – Le dijo sin voltear a verle, contemplaba el color pálido en la piel de la pequeña, a la mujer se le podía notar asustada, pero Javier hizo caso omiso a esta.
- Entonces llama al médico, ¿Qué no lo he dicho antes? – Dijo Javier moviendo las manos. – ¡Apresúrate mujer! – Javier se cruzó de brazos mientras veía a Brenda salir del estudio. Caminaba de un lado a otro preocupado por su hija. – ¡Y que alguien venga a limpiar todo este vomito! – Gritó al tiempo que la niñera cerraba la puerta del despacho.
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Brenda intentaba andar por las escaleras y el largo pasillo con la niña, se sentía muy pesada para tener apenas ocho años, nunca antes le había sucedido esto, pues siempre había podido cargar a la niña con toda facilidad. Además la falda no le permitía moverse con libertad. Como pudo la llevó hasta la habitación de la pequeña Tatiana y la arropó en su cama. Quitándose el sudor de la frente tomó el teléfono, movía las piernas como gelatinas. – Cual era… - Sacudía la mano de arriba hacia abajo muy a prisa, como intentando recordar algo. – No, ese no es, Tal vez… - Marcó un número muy insegura, casi al azar, esperando una respuesta al teléfono.