Javier no podía creer lo que sucedía, daba vueltas de un lado a otro sobre la cama sin poder pegar un ojo, solo veía el mueble frente a su cama, las grandes cortinas blancas que evitaban el paso de luz a través de los ventanales del lado derecho y la puerta al lado izquierdo, y no comprendía como su mujer podía dormir tan tranquila ante todo lo que estaba ocurriendo en su propia casa, ni por qué el demonio desaparecía solo cuando le veía a ella, todo era confuso. Tuvo la idea de levantarse para echar un vistazo y bajar por algo de beber a la cocina.
- ¿A dónde vas? – Su mujer interrumpió su salida. – Ya es tarde, vuelve a dormir. – No fue, precisamente, una expresión de ternura, fue casi un regaño, una orden. Ni siquiera volteó a verle, estaba acostada en la cama con los ojos cerrados. No era raro, ella siempre le trataba mal, como si no le quisiera. Javier incluso llegó a creer que estaba con él solo por su dinero, pues no recordaba una sola ocasión en la que su mujer le diera alguna expresión de afecto o cariño, un beso, un abrazo, un te amo, pero hace tiempo ya a Javier había dejado de importarle esas cosas.
Buscaba las pantuflas a un lado de la cama con los dedos de los pies. - Voy a la cocina. – Encontró sus pantuflas y se las puso. Se levantó de la cama donde se encontraba sentado y siguió caminado. – Además echaré un vistazo a la niña, solo para saber que está bien. - Sale de la habitación, su pijama azul con rayas blancas podía apreciarse con la luz de la luna que entraba al apenas abrirse la puerta.
Su esposa ni siquiera volteó a verle. - Haz lo que quieras. – Repicó Sandra. – Yo volveré a dormir. Pero te repito Javier, no quiero que nada malo le pase a mi bebé, ¿Entendiste? Es mi hija y esta antes que todo y todos en este mundo para mí. – La mujer volvió a poner la cabeza sobre la almohada.
- Claro, entiendo. – Dijo el hombre un poco decepcionado de su esposa. Hasta la fecha, Javier no entendía porque su mujer se refería a la niña como “mi bebé” y no como “Nuestro bebé”, algo a lo que no le tomaba importancia, hasta ese día. De cualquier forma, cerró la puerta de la habitación y se dirigió al cuarto de la niña. - Algo raro ocurre con Sandra. – Pensaba Javier mientras caminaba por el largo pasillo. – Siempre he sabido que no me ama, pero, ¿Por qué negar mi consanguinidad con la niña? – Suspiró. – Mi propia hija. – Sin darse cuenta, Javier se encontraba frente a la habitación de Tatiana, retomó el aliento, pintó una sonrisa falsa en su rostro y se dispuso a abrir la puerta.
____________________________ _____________________________
- Hola Papi. – Dijo Tatiana con su voz habitual. Sin darse cuenta había llegado hasta la habitación de Tatiana. La puerta de la misma se encontraba abierta. - ¿Me cuentas un cuento para dormir? – A Javier le costaba trabajo creer que, después de las cosas que había visto, su niña actuase tan normal.
Se asomó a la puerta que llevaba a aquel rosado lugar. - ¿Sigues despierta aún? – Javier estaba asombrado al ver que era tarde y su hija seguía despierta. Aunque aún no se había percatado que la habitación tenía su aspecto rosa pálido normal.
La niña volvía a acostarse de un azotón en la almohada. - No puedo dormir papi. – Veía a Javier acercarse a ella. - ¿Me contarás un cuento para dormir? - Volteó a ver a su padre.
Entonces Javier suspiró aliviado. - Claro amor. – Dijo, y entró a la habitación. Buscó una pequeña silla de madera color rosado junto a la mesa de te de Tatiana y se sentó en ella. Casi no cabía, pero al parecer, la silla era muy resistente, pues pudo soportar el peso del hombre. – A ver… - Abría un enorme libro de cuentos de color celeste con unicornios en la portada y un arcoíris muy grande que llegaba hasta un pequeño árbol, que tomó de la librera de Tatiana. - Había una vez… - De pronto la niña se quedó dormida, parecía un ángel. Él la contemplaba tranquilo, cuando de pronto un hedor emanó de la niña. Era repulsivo. Se acercó a la niña para tratar de buscar de donde venía ese asqueroso hedor.
- Será mejor que no la toques. - Dijo una voz desde la puerta. – Cuando un demonio comienza a apestar, es porque está en trance, según dicen los demonios, o como le llamamos nosotros… Duerme. – Era David, quien se asomó por la puerta al escuchar la voz de Javier, para asegurarse que todo estuviera en orden. – Dicen que de ese modo pueden transportarse de vuelta a su hogar sin dejar en libertad al cuerpo que poseen. -