Como cada mañana al alba, Kareliya cantaba mientras preparaba la masa del pan de arkora. Con sus dulces cánticos, sus hijos se iban despertando y adoptaban un mejor humor gracias a la melodía relajante.
La primera fue Rarika, quien se sentó en el sofá, todavía medio adormilada, esperando a que su madre se acercara a darle el beso de buenos días. Entonces sacó un libro y comenzó a leer hasta que saliesen los demás. Karvë se unió al poco, apoyándose en la fría pared a cada paso a la vez que soltaba bostezos incentivados por el sueño.
Por un momento, la madre se quedó esperando a que también apareciese Kiraki, como hacía antes de irse, pero su habitación permanecía cerrada desde la partida de la niña caída del cielo. Nadie se atrevía a atravesar la puerta, ni siquiera a tocar el pomo, que permanecía polvoriento desde entonces.
El corazón le dio un vuelvo, pero se limitó a resignarse.
Concentrada en el proceso de amasar, se perdió en sus pensamientos. No mucho más tarde apareció Krivar y la trajo de vuelta de su ensueño con un beso. Tras un apasionado pero tierno beso entre ambos, la mujer aprovechó para reclamarle su participación en la tienda ese día. Al menos, para recolectar ciertos frutos que se le requerían en algunas recetas.
Su marido aceptó el encargo, pues de todas formas tenía pensado echarle una mano. Las niñas se iban a la academia, así que el hombre había previsto la falta de manos en las tareas diarias de la tienda de los Erkariel, que a menudo se convertían en una carga pesada. Carga que solía aceptar Kareliya encantada, quien lo hacía tan bien que ya tenía una clientela bien forjada.
Así pues, Krivar se despidió de sus hijos, se puso en marcha y salió por la puerta. Karvë lo observó mientras removía con una cuchara de madera su taza llena de leche con semillas de elysena, una semilla de un azul intenso, pequeña y que, al remojarse con la leche, liberaba un brillo plateado y suave con un sabor dulce y ligeramente floral. Se decía que esta semilla producía un efecto calmante y mejoraba la concentración, por lo que solía ser algo indispensable en el desayuno de los elfos.
Kareliya mandó a Rarika a sentarse junto a su hermana y les sirvió el pan de arkora recién horneado y las frutas secas de estación. Como rodajas de mirval, una especie de manzana dorada con corazón rojizo, y bayas pequeñas de karinen, que estallaban como chucherías dulces en la boca.
A ambas niñas les comenzó a rugir la tripa como si de un león hambriento se tratase. No tardaron en servirse y comérselo todo mientras Kareliya sacaba los panes del horno y los preparaba dentro de bolsas de papel liarenn, tejidas a partir de fibras vegetales tratadas con infusiones de savia de nerwe (un árbol de hoja plateada muy común en Rhionen) y prensadas con técnicas ancestrales élficas.
A todo lo que hacía la mujer, incluso meter el pan en la bolsa, le añadía un pedacito de ella: un poco de su cariño. Era un trabajo que le encantaba ejercer, por lo que actuaba con pasión y le dedicaba muchas horas. Preparó todo en su carro pastelero: pan de arkora, de slythae y mirval, quesos, yogures, mermelada, infusiones, aceites y jabones vegetales, entre otros que iban variando según el día, festividad o estación. Todo influía en las ventas, por lo que estaban preparados con un buen estudio de mercado que hicieron en base a ventas pasadas, cuando el negocio todavía estaba despegando.
Ubicada al este de la casa principal, a pocos pasos del porche adornado con tallas de madera hechas por Krivar, la tienda de Karvë se alzaba como la segunda construcción de la parcela. Formaba parte del conjunto que los locales conocían como Las Tres Almas de los Erkariel: hogar, tienda y establo, tres edificaciones distintas pero unidas por el mismo espíritu de familia, trabajo y naturaleza.
La tienda estaba construida con madera de narvenil, un árbol de tonos cálidos que crecía cerca del río sagrado. El techo, a dos aguas, estaba cubierto con tejas de arcilla rojiza y musgo controlado, que los elfos no arrancaban por respeto a la vida vegetal. Y a un lado, crecía una enredadera de marëlya, cuyas flores celestes anunciaban la temporada de pan dulce.
La entrada tenía una pequeña marquesina de madera tallada, con grabados en forma de espigas, soles y lunas. Sobre la puerta colgaba un discreto cartel grabado a mano: “Las Tres Lunas – Panes y delicias de Rhionen”.
Por dentro, el espacio era acogedor y cálido, iluminado por grandes ventanales con cristales ondulados que filtraban la luz con un suave tono dorado. El suelo era de piedra laja, fácil de limpiar pero decorado con alfombrillas tejidas por Kareliya.
La mujer preparó todo en las estanterías y se dispuso a vender con su característica sonrisa, pues no faltaba mucho para la hora de apertura.
Karvë se colgó la mochila de un hombro, esta era de cuero curtido en tonos tierra, de líneas simples y resistentes. Con correas reforzadas y hebillas de bronce envejecido. Sin adornos innecesarios, salvo una pequeña placa de madera tallada con el símbolo de su familia: tres espigas entrelazadas. Práctica, sobria y discreta, perfecta para cargar pergaminos, herramientas de entrenamiento y algún panecillo escondido de camino a la academia.
La hermana menor procedió a hacer lo mismo, pero su mochila era distinta: tejida a mano, teñida en tonos verdes y azules con tintes vegetales. Estaba bordada con hilos plateados que formaban constelaciones y criaturas mágicas. Tenía múltiples de bolsillos escondidos, uno de ellos con cierre de botón hecho con una semilla pulida. Llevaba colgando una pluma violeta, un cascabel diminuto y un amuleto de la suerte. Que era lo deal para sus libros antiguos, frascos con tinta de colores y sus demás extrañas colecciones.
Ambas se despidieron de su madre con un grito lejano y cruzaron el puente camino a la academia.
Les quedaba un camino de unos veinticinco minutos, quince si iban montadas en rukkh, pero no era el caso. Así que aligeraron el paso. La academia se encontraba en una ladera suave al noreste de la granja Erkariel, justo antes de que empezara la zona de colinas bajas que marcaban el borde del bosque de Rukhara. Estaba rodeada por árboles altos, con caminos empedrados que serpenteaban entre arbustos floridos. Era un edificio amplio de piedra clara, con tejas musgosas y enormes ventanales por donde entraba el sol.
#1248 en Fantasía
#371 en Joven Adulto
dragones y magia, brujas seres miticos historia de epoca, fantasia drama misterio
Editado: 29.05.2025