Las Crónicas de Varam

El nuevo planeta

—Su nombre será Edóm—dijo el científico Zayin, quién había encontrado el nuevo planeta.

—Es maravilloso, ¿cree que podremos encontrar vida ahí?—preguntó su asistente Jet.

—Sí, muy probablemente. He estado estudiando sus condiciones climáticas y son muy parecidas a las de Varam, además, tengo razones para pensar que haya incluso más variedad de flora que aquí.

— ¿Cuándo hemos de ir a explorarlo?—preguntó Jet emocionado.

—En cuanto el supremo de Caos nos dé la autorización; mientras tanto he estado enviando a los Ros de investigación que nos dirán qué tan seguro es el ambiente para nosotros.

—Oh, pero… la autorización del supremo podría tardar meses, ¿no hay otra manera de… no sé; acelerar las cosas?

— ¿A qué te refieres?

Jet miró a todos lados, cerciorándose de que estaban sólo él y Zayin en el laboratorio; luego se le acercó con complicidad y le susurró:

—Mi tío es muy bueno con las artes olvidadas ¿sabe?

—En realidad no, no sé de qué estás hablando.

—Hablo de usar la ayuda de los antiguos, de los primeros que habitaron este planeta y tenían poderes sobrenaturales.

—Jet, pero ¿qué dices?, esas son tonterías, cuentos inventados para dormir a los niños. No me vengas ahora con que crees en el gran Dios Elohím.

—No, no hablo de él. Hablo de los primeros que descubrieron los poderes que les podían otorgar las fuerzas ocultas de nuestro planeta.

—Ah, ya veo a dónde vas, ¿estás pensando en enviarnos hacia allá con las siete fuerzas que rigen Varam?

— ¡Exactamente!—exclamó Jet triunfante.

Zayin no estaba del todo convencido.

—No lo sé, Jet. Experimentar con las siete fuerzas está prohibido.

— ¿Quién lo sabrá? Mi tío es muy bueno guardando secretos.

La duda se mostraba muy clara en el rostro de Zayin, pero unas cuantas palabras más de Jet, terminaron por convencerlo. Acordaron verse con el famoso tío al día siguiente, en lo más profundo del bosque de mupín, una hora después de que se hubiera ocultado el sol.

Zayin llegó al último de todos, había tenido que salir a hurtadillas sin que nadie notara su ausencia en el laboratorio.

—Creí que se había arrepentido—dijo Jet.

—Casi lo hago; todavía tengo dudas así que hagamos esto rápido.

—Bien. Tío, estamos en tus manos, ¿qué hay que hacer?

El tío estaba sentado en una roca al pié de un mupín. Su largo pelo le cubría la totalidad de la cara, se apoyaba en un podrido bastón y tan sólo cubría su huesudo cuerpo con una raída túnica.

A la voz de Jet, sacó dos piedritas rojas de una de sus mangas y las frotó entre sí. Una débil llama saltó al suelo y comenzó a crecer. Zayin no sabía que se podía generar fuego sin sela que lo alimentara, pero eran artes antiguas, de esas que él ya no estudiaba. Cuando la llama hubo alcanzado los cincuenta centímetros, el tío dijo con voz rasposa y arrastrada:

—Salten.

Los dos compañeros se miraron dudando, pero Jet obedeció al poco rato y Zayin detrás de él.

La cara de Zayin se embarró contra algo suave y liso, creyó que había chocado contra el trasero de Jet y se empujó hacia atrás inmediatamente.

—Puaj, iuk, ¡qué asco!—decía Zayin frotándose la cara con las manos.

—Eh, pero miren que cosa tan chistosa me he encontrado—dijo una voz.

— ¿Tan pronto has encontrado algo, Jet?—preguntó Zayin todavía frotándose la cara—, creo que yo encontré tu trasero.

Se quitó los mechones de los ojos y luego se giró a ver a Jet.

— ¿Qué te pasa? ¿Por qué tienes esa cara?—preguntó.

Jet miraba algo por encima de Zayin, con ojos como plato y la boca abierta.

—Contesta zopenco, ¿qué tienes? ¡Háblame!—exigió Zayin.

Jet no estaba poniendo atención a las palabras de su compañero, en cambio gritó de terror y luego corrió despavorido de vuelta a la llama que su tío había invocado. Zayin se quedó en su lugar muy confundido, tratando de averiguar cuál había sido la razón del comportamiento de Jet.

—Se verá muy bonito en mi ventana ¿no creen chicos?—una voz ronca sonó a sus espaldas.

— ¿Quién ha dicho que es tuyo?—dijo otro.

Zayin se giró lentamente, con el corazón latiéndole a mil por hora. Lo que enseguida vio, lo llenó de pánico. Delante de él estaban, lo que él consideraba gigantes. Eran unos humanoides de un metro con cincuenta centímetros, con pinzas por manos y completamente lampiños. Tenían una especie de taparrabo colgando de su cintura y por lo demás, estaban completamente rosaditos.

No pudo evitar correr de la misma manera que su compañero, lanzándose con torpeza hacia la llama que lo llevaría de vuelta a su planeta.

— ¡Rápido! Se escapa—gritó uno de los humanoides.

— ¡Apágala, apágala!—suplicó Zayin al tío, cuando estuvo de vuelta en su planeta.




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