Las Crónicas de Varam

La batalla

—Todavía no entiendo cómo venceremos a esos gigantones—se quejó Jet.

— ¡Cállate inútil!—lo increpó Zayin— ¿has olvidado que por nuestra culpa están ellos aquí?

— ¿Cómo puede ser nuestra culpa?

—No te hagas el inocente; a ti fue al que se le olvidó verificar que la llama estuviera completamente apagada.

— ¿Mi culpa?

—Sí, tuya—dijo Zayin dándole un zape a su compañero—, tú fuiste el de la gran idea de convocar los poderes antiguos para viajar más rápido al nuevo planeta.

—Pero…

— ¡Ya basta!—lo interrumpió—no digas nada o nos van a descubrir, además, ahí viene Resh con Débora a un lado.

Resh avanzaba montado en su azor, verificando que todo estuviera en orden entre sus filas y chocando su espada contra las lanzas de los soldados de la primera fila. Débora lo seguía de cerca montada en una paloma.

— ¡Hoy es un nuevo día!—vociferaba Resh— ¿alguna vez habían visto a todo Varam reunido con un mismo corazón? ¡Nunca! Esta es la primera vez y no será la última, porque cuando ganemos esta batalla seremos de nuevo un Varam unido ¿Están conmigo?

Las tropas respondieron a esa pregunta con un doble ¡uh, uh!

—Yo dije—repitió Resh— ¿¡Están conmigo!?

Las tropas volvieron a responder con un atronador ¡uh, uh!

—Entonces ¡Ataqueeeeeen!—gritó Resh y todos los guerreros cargaron con furia contra las líneas enemigas que también avanzaban contra ellos.

La batalla comenzó. Los gigantes jabinitas estaban confiados en que su tamaño los ayudaría a ganar la guerra con una mano atada a la espalda, pero no contaban con que el corazón de los varamitas era mucho más grande que su estatura, y pronto los empezaron a hacer retroceder hasta el arroyo de Quisón.

— ¡A la victoria!—gritaba Resh desde su azor, mientras cortaba cabezas a diestra y siniestra.

Cada vez que Resh gritaba, los varamitas empujaban más y más a los jabinitas hasta el arroyo, cuando estaban a unos centímetros del agua, el poder de Elohím se presentó a su favor. Las aguas se salieron de su cauce, formaron tentáculos que tomaban a los enemigos por los pies y los metían en el agua hasta ahogarlos, a otros los golpeaban cual látigo y los dejaban tendidos en el suelo, inconscientes, hasta que llegaba un varamita y le cortaba la cabeza.

El ejército de Resh causó grandes estragos, tales, que los jabinitas huyeron en todas direcciones, incluso Sísara, su rey, corrió a ocultarse.

Mientras la batalla estaba en su apogeo, Débora, avisada por Elohím, fue a preparar una tienda improvisada a espaldas del arroyo. Y ahí esperó pacientemente, hasta que llegó Sísara muy agotado.

—Venga por aquí—lo invitó Débora—aquí estará seguro.

Sísara no desconfió de una insignificante hembra varamita y entró en la tienda.

—Tengo mucha sed—dijo Sísara.

Débora se apresuró a llenarle un tazón con leche tibia, el cual Sísara aceptó gustoso. Se la bebió toda y luego se acomodó entre unos costales de malquiel y así, se quedó profundamente dormido. Débora no perdió tiempo, tomó un martillo y una estaca, se acercó sigilosamente hasta él y sin que pudiera siquiera abrir los ojos, le clavó la estaca hasta que la enterró en la tierra. Así murió Sísara y todo su ejército.

Horas después, escuchó el firme trote del ejército varmita y salió a darles la noticia.

— ¡Sísara ha muerto!—gritó Débora mostrándoles el lugar donde yacía el cuerpo de rey enemigo.

— ¡Viva Débora la sabia!—gritaba todo el ejército lleno de júbilo.

Ese día Elohím otorgó una gran victoria a su pueblo, y quedó solemnemente registrado en las crónicas de Varam, pero… ¿crees que los varamitas cumplieron su promesa de nunca olvidarlo? Pues… por un tiempo sí, pero luego lo volvieron a olvidar. Pero ese es otro relato que aún sigue oculto. Quizá más adelante vuelva a arriesgar mi vida para traértelo, pero por ahora me conformo con que hayas escuchado este. Por cierto ¿verdad que olvidaste preguntar por mi nombre?




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