Con botas largas que le llegan a la rodilla, vestido negro y cabellos ardientes decorados con flores. Ella era Liv.
— Livy, deja de hacer eso y ven a aprender un poco de tu madre — le decía Baba.
Liv no le obedeció y contestó — No lo necesito. Me casaré bien, mi esposo me mantendrá, tendré hijos y cuidaré de ellos como una buena esposa —.
— ¿Es que acaso eres estúpida? ¿No te crié correctamente? — le regaño su madre pero como al principio, a Liv poco le importó.
La fiesta de la luna sangrienta llegó, era esa noche en la que todos los demonios y seres de la oscuridad que servían a sus señor, Lucifer, presentaban sus más sinceros deseos de que lleve a cabo sus metas.
Claro que Baba Yaga, siendo una de las brujas más exponentes en el arte de la brujería y hechicería no podía quedarse atrás, debía ir y como siempre desearle suerte, más esta vez no fue sola, su hija Livya le acompañó a duras penas, lanzando piedras y maldiciendo en el camino por tener que asistir a tan aburrida reunión de hipócritas.
La bruja llegó en compañía de su hija, pasó frente a su rey, le brindó una reverencia y su hija hizo lo mismo sin apartar la mirada del joven a un lado de su rey.
Ambas regresaron junto con el resto, dispersas en el salón. La madre conocía la mirada de su hija y sabía que no significaba nada bueno para aquel que la había ganado, poco tardó en darse cuenta de quién era el ganador de sus atenciones y menos tardó en meter su cuchara.
El mundo conocía lo caprichosa, posesiva y obsesiva que era su hija así como sabían que Bellzebub era el esposo que ninguna de las jóvenes solteras querían debido a su frialdad e indiferencia.
— Mi señor — llamó Baba Yaga la atención de él gran Lucifer. — Tengo una propuesta para usted —.
Mientras su madre conversaba, Liv no perdía el tiempo, aprovechando que Bellzebub tenía poca fama se pudo acercar a él lo suficiente para balancearse sobre el príncipe de los demonios, tomándolo por sorpresa.
— ¿Quien eres? — él le preguntó.
Liv respondió casi de inmediato con una sonrisa de estúpida que asustaría a cualquiera, mientras sus ojos brillaban con estrellas y corazones dentro de sus pupilas: — la madre de tus hijos—.
Editado: 28.02.2019