Las desventuras de Madame D

♦ Dos ♦

—¡Por el trabajo cumplido! —exclamó Santiago cuando levantó su copa de espumante, esa misma noche, frente a todos nosotros.

 

Apenas quedó lista la revista del mes, el staff terminó con un brindis en el apartamento gigantesco del jefe. Yo no había comido, por los nervios, y tampoco había podido dormir casi nada en los últimos días. El shock que tenía por haber pasado la fecha límite con éxito me había dejado a tope. Había pensado que colapsaría apenas todo terminara, pero seguí a la horda de mis compañeros y terminé allí. 

 

En el baño, me miré al espejo, angustiada de haber terminado en una fiesta con aquella pinta. Se me notaba la falta de sueño, el gorro negro que cubría mi pelo mal peinado tenía pelotitas y pelusas adheridas. Y la leyenda «I woke up like this» de mi camiseta de algodón no tenía nada que ver con la canción Flawless de Beyonce. Comencé a planear la mejor manera de salir de allí sin ser notada, cuando una voz conocida me hizo volver a la realidad.

—¿Y? ¿Cómo te sientes, Delfina?

Me di vuelta y me encontré con mi compañera de escritorio. Elisa se había cambiado de ropa, en algún momento antes de salir de la oficina, y se había puesto encima el maquillaje de toda una semana. Pero se la veía alegre, como si estuviese en su elemento. Ni parecía la misma desesperada que gritaba porque se había caído el internet, antes de entregar su columna, una hora atrás.

—Bien —respondí, mientras volvía a secarme las manos—. Creí que nunca terminaría, pero ahora estoy feliz. Es extraño.

Ella avanzó hacia el espejo y sacó de su clutch un labial rojísimo con el que empezó a retocarse los labios.

—Sí, la emoción por el cierre de edición es contagiosa —confirmó—. Los Ledesma logran que esto se te meta debajo de la piel.

—Wow. Es admirable.

—Es explotación, pura y dura —me corrigió la pelirroja, con una risita—. Pero el mercado laboral no está para comparaciones tampoco. Me conformo con ver mi sueldo cada mes, a cambio de mi alma. Por el momento, estamos bien.

Yo no la vi tan descontenta con el trabajo, aunque preferí no decir más sobre el asunto.

—¿Es verdad que vive aquí? —pregunté, al oír una carcajada del jefe desde el pasillo.

—Así es. Es su apartamento. El festejo de cada cierre es tradición. Luego de la cantidad de stress y de las incontables horas de trabajo, ya nos sentimos en confianza. A veces, demasiada para ser sana.

Al oír esas palabras, en el tono sugerente en que las dijo, mi imaginación se desbordó.

—¿A qué te refieres? —dije, asustada.

Ella sonrió, con la mano que sostenía el labial suspendida frente a su boca.

—Espera un poco y lo verás.

 

***

 

Yo no podía creerlo pero, apenas pasaron los primeros tragos, la mayoría se desató.

El aire se llenó de risas, chistes pasados de tono, comentarios exagerados sobre política, religión y chismes sobre cada uno de los miembros que no habían ido esa noche. Pude ver una cara muy distinta a la que mostraban todos en la redacción. Y deseé pertenecer al grupo. Era mi primer trabajo, uno bastante extraño pero a la vez divertido. La gente había resultado muy graciosa. Quise quedarme allí.

Déjenme repetirles un detalle importante: hacía días que no dormía ni comía bien, estaba nerviosa e insegura, era una chica sin experiencia que quería encajar. Sí, se lo imaginan, ¿verdad? No podía terminar bien.

 

—¿Y qué tal el primer mes? —preguntó Sergio, la mitad amable del dúo sexy de la revista, cuando yo ya iba por mi tercer mojito—. ¿No han abusado de tu disposición todavía?

Intenté contener mi emoción. Estaba hablándome. Fuera del horario de trabajo. Y me sonreía. ¿En qué momento se había puesto esa camisa azul y esos jeans? ¿Por qué nadie me avisó, así al menos me peinaba esa mañana?

—¡Oh, claro que no! —respondí, intentando parecer divertida—.  Es decir, no sabía que podía hacer algo útil con mis libros sobre el horóscopo hasta ahora, ni tenía idea de que había tantas clases de café para llevar. 

Y me detuve al notar que balbuceaba, sintiendo por primera vez en la velada los efectos del alcohol en mi lengua pastosa.

—Todo se aprende —me alentó él. 

—¡Claro! —respondí, en un esfuerzo por mantener mi divague al mínimo.

—Me alegra mucho, la última pasante que duró más de un mes terminó poniendo una demanda por daños psicológicos —comentó, como si no fuese nada más que un chiste—. Conozco los bueyes con los que aro, a veces la redacción se convierte en una selva. Avísanos a Santiago o a mí si hay algo con lo que no te sientas cómoda, ¿está bien?




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