Las diez mentiras

6

Sonrío nada más verlo. Ha sido un día horrible, más que los anteriores y eso que pensé lo mismo cada mañana. Quizá entre tanta miseria él pueda traerme de vuelta algo de mi antiguo optimismo; o quizá solo se encargue de hacerlo pedazos totalmente. En el fondo esa posibilidad debería asustarme, pero siento que da igual.

Que todo da igual, que nada importa. Pero, aunque nada lo haga le sonrío y le saludo como si no fuera así y me extraño, por qué yo no sé fingir.

—Muy chistoso. —le digo mirándolo de arriba abajo y señalando con el índice su cabeza.

Siempre con ropas rotas, de cuero y negras, pero el gorro navideño rojo chillón y con un reno dibujado en él es la guinda del pastel hoy y debo admitir que lo agradezco. Me duelen las comisuras con la primera sonrisa que me arranca; creo que me estaba oxidando al buen humor.

—Feliz navidad, padre. —dice él con su típico tono ya tan común para mí que no me alerta. Entonces se sienta a mi lado y por primera vez el silencio no me incomoda.

El gentío se escucha de fondo como una nana que nos arrulla y siento que tras noches de insomnio ahora que tengo su presencia podría quedarme dormido en su hombro.

—¿Los reyes te van a traer algo este año? —pregunto al verle confiado y callado.

—No, he sido un chico malo, lo sabes bien. —esta vez sí me incomoda la forma en que mira mis labios y habla moviendo los suyos como una danza hipnótica. Recuerdo el beso robado, que para él no significó nada y para mí el fin.

Aparto la mirada, recordando que, aunque me sienta bien a su lado, jamás estaré seguro. Entonces caigo en la cuenta de algo que me intriga.

—Lucian… ¿Cómo me has encontrado? —alzo una ceja mirándolo y después mirando al frente para remarcar las calles transitadas, cubiertas por una fina capa de nieve blanda y luces artificiales de todos los colores.

Son pocas las veces que bajo al pueblo e incluso en Navidad suelo quedarme solo en la iglesia. Que hoy esté aquí es una casualidad que incluso a mí me sorprende ¿Cómo lo ha sabido él? Tan siquiera lo he planeado; solo paseaba y me desvié sin darme cuenta, como movido por algo que siento y no sé explicar.

Una polilla que vuela hacia luces navideñas porque le parecen risueñas y felices.

Se encoge de hombros, después ríe. No sé por qué lo hace ni que esconde detrás de sus dientes perlados, pero temo esa verdad tanto como la deseo. Cómo a él.

—De veras, esas cosas que haces dan miedo a veces.

—Dios es omnipresente ¿No has pensado que quizá soy él? —una carcajada pugna por salir, pero la reprimo, no debo reírme de mi señor aunque la imagen es sumamente cómica.

Que él sea un enviado del señor para ponerme a prueba es algo que ya dudo, pero ¿Que él sea el señor? Antes creería que Jesucristo fue quien traicionó a Judas.

—Lo dudo tantísimo.

—Eso es bueno.

—¿El qué? —digo ladeando la cabeza. Me temo que hemos vuelto al punto donde él habla de cosas que yo no entiendo y mi pobre cerebro se calienta intentando seguir el ritmo.

—Dudar. Solo así se conoce.

—Pero eso es contradictorio…

—Como todos nosotros. —su sonrisa se empequeñece un segundo y juro que sin luces de por medio veo un destello de melancolía en sus ojos. Es solo un instante que desaparece tan rápido que dudo de él, pero en el momento me atraviesa como un rayo de verdad.

Una verdad tan absoluta que su presencia me adormece la lengua y eleva mi cerebro a un lenguaje que no conozco.

—¿Q-Qué?

—Somos contradictorios, necesitamos serlos. Sería triste no luchar, ganar y perder contra nosotros todo el rato ¿No crees? Creo que estás luchando muy bien esta vez…

—No entiendo a qu-

—No entiendes, pero sabes. Es lo único que necesitas, así que déjalo ya. —suspiro y dejo el tema, sé que es inútil y que de una forma u otra mi tiempo junto a él es limitado así que pienso que es mejor no malgastarlo.

—Lo dejo, lo dejo… —dijo alzando las manos como signo de rendición. Él las mira apático y me extraña, pensé que al desistir él reiría como siempre, pero es extraño e imprevisible —Dime ¿Que te trae por aquí?

—El espíritu navideño —el sarcasmo impregna sus palabras mientras sacude la cabeza haciendo danzar la bolita blanca que corona su gorrito —¿Y a ti?

—No lo sé. No me apetecía quedarme en la iglesia así que salí a pasear. —digo bajando mis ojos al suelo; debería dolerme admitir que la casa de Dios no me resulta acogedora esta noche, pero no es así. Es verdad y la verdad, a veces, no duele: libera.

—¿Y eso? Muchos pensamientos fuertes en un sitio silencioso ¿No es así?

—Lo es… —admito hundiendo mi rostro en mis manos y apoyando los codos en mis rodillas.

Él pone una mano en mi hombro, para reconfortarme y yo siento las cicatrices de mi espalda arder. Pero el maldito calor se disipa y, de nuevo, se funde en toda mi piel.



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En el texto hay: religion, gay homosexuales lgbt, cristianismo

Editado: 20.12.2018

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