Las dificultades de ser adolescente

Capítulo 1

Sentirse solo es una de las peores cosas que uno puede experimentar, más si eres un adolescente rodeado de gente.

 

Muchos piensan que ser adolescente es como vivir una vida de Disney. Pero no hay algo más erróneo que eso.

 

Ser adolescente significa cambios en tu cuerpo, acné, estrías, problemas de autoestima, de cuerpo, de actitud, personalidad y gustos. En conclusión es todo una puta mierda.

 

Mi infancia fue feliz y tranquila, sin preocupaciones, creyendo que todo sería así por siempre, y que mi única preocupación era que muñeca quería para mi cumpleaños. Oalá todo volviera a ser así. Lo peor de todo es que sientes que no lo aprovechaste al máximo.

Y el punto exacto en donde tus inseguridades se vuelven más fuertes es en la escuela, donde personas con cuerpos esculturales pasean por los pasillos con sus figuras esbeltas y su dentadura perfecta, pero como todo en la vida en una maldita mentira. La mayoría se esconde tras esa imagen segura que dan, como las porristas que se la pasan viendo su imagen en el espejo pegado a su casillero fingiendo sonrisas, una más falsa que la otra. O los chicos del equipo de fútbol americano que presumen su escultural cuerpo en el campo de juego, pero en realidad la mayoría viven haciendo una dieta maldita mente estricta mientras mueren por un pedazo de pastel.

 

A esos les llamábamos los plásticos, como lo hacía casi todo el mundo.

 

Luego de eso seguían los mansos.

 

Aquellos que son conocidos, pero no tanto como los plásticos. Un grupo de personas que son conocidos, pero no a la misma altura que los otros, mayormente son los presidentes de clubes o el estudiantil, tal vez algún que otro jugador o porrista.

 

Y luego los marginados.

 

Aquellos que son invisibles y pasan por desapercibidos, aquellos que no tienen un lugar, una pasión o algo porque destacar. Esa era yo. Una maldita marginada que siente que no encajaba en ningún lado.

 

Era un sistema, una maldita pirámide que consta de tres grupos.

 

Plásticos.

 

Mansos.

 

Marginados.

 

La verdad es que mi vida se convirtió en una maldita mierda desde que entre a la secundaria, aburrida, sin sentido y solo hacía mis deberes porque era lo más interesante que tenía en vida, hasta que cometí un pequeño error que manchó mi perfecto expediente y terminé castigada en un salón de clases con las tres personas con las cuales nunca creí que pasaría tiempo.

 

La maldita lluvia había llegado cuando estaba a mitad de camino mientras me dirigía a la escuela, había perdido el autobús, puesto que mi hermana había salido de fiesta y tuve que cubrirla de mis padres para que sigan con la imagen de santa hacia ella. Llegó tan tarde que dormí solo dos horas y para cuando me di cuenta ya había perdido el autobús hacia media hora y la primera clase ya había comenzado, así que si, me encontraba caminando, empapada por la lluvia, con el cabello desarreglado y sin haberme cepillado los dientes. Por suerte, un kit de higiene posaba dentro de mi casillero.

 

Un auto pasó junto a mi a toda velocidad, haciendo que el charco de agua sucia salpicara, mojando aún más mi ropa.

 

Solté un gruñido y comencé a maldecir el maldito porsche gris.

 

Entré a toda prisa a la escuela, donde ya todos se encontraban en sus salones y dirigían miradas extrañas cuando me veían pasar por los pasillos. Cuando llegué a la clase de matemáticas donde el profesor Stevens me miró con enojo en cuanto abrí la puerta. Me quedé en el umbral en cuanto vi que se acercaba a mí.

 

—Señorita Cross, llega tarde.—dijo con su horrible voz rasposa al tiempo que acomodaba sus lentes terriblemente cuadrados.

 

—Lo siento, luego iré a recepción y diré que llegué tarde.—traté de pasar, pero él me prohibió el paso colocándose en mi camino.

 

—No crea que le permitiré entrar a mi clase así.—me miró de pies a cabeza como si de una plaga se tratase.

 

Imbécil.

 

—¿Así cómo?—pregunté con la poca paciencia que cargaba en el momento.

 

—Pues, sucia, empapada y—se acercó a mí y olió mi cara para luego poner cara de asco—, ¿Se bañó hoy, señorita Cross?

 

¿Es enserió? Mataría a ese hombre.

 

Claro que me bañe, la única manera que encontré para mantenerme despierta anoche fue tomando una ducha.

 

—No puede pasar, que lastima, lo siento.—dijo.

 

—¿Es enserio?—mi frustración creció aún más—. Váyase al infierno—murmure.

 

—¿Disculpe?

 

—Váyase al infierno—repetí—. Mi mañana fue del asco. Estuve toda la noche despierta porque mi hermana se había escapado, dormí dos horas, perdí el autobús y tuve que venir caminando. Comenzó a llover cuando estaba a mitad de camino y un maldito porsche me bañó un charco de agua sucia. Es la primera vez que llego tarde a una clase y no me permite el paso—puse mi dedo indicé en su pecho y comencé a picarlo—, cuando usted a llegado tarde en todo lo que va del año, y yo que soy una de las mejores alumnas de su clase y no me permite entrar unos minutos tarde—lo empujé y cayó al piso, anonadado—. Así que si, váyase al infierno.—y ahí fue cuando me di cuenta del gran error que había cometido, pero ya era demasiado tarde, mi profesor estaba tirado en el suelo, mis compañeros impactados por lo que acababa de pasar y yo en shock. Mi enojo y frustración habían sido más fuerte.

 

El profesor Stevens se levantó casi de un salto y comenzó a sacudir su camisa. Su rostro era la furia e indignación total.

 

Señaló la puerta con el brazo temblando y con su horrible voz grito.

 

—¡A la oficina del director!, ¡Ahora!—gritó y yo no tuve más opción que hacer caso, pues ya lo había arruinado.

 

Cuando salí las marcas de mis zapatos llenas de lodo habían hecho un camino desde la entrada hasta el salón de clases.




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