—Carajo, carajo, carajo—maldije mientras buscaba mi celular en el suelo de mi porsche, mirando de vez en cuando a la calle.
Se que no debía estar haciendo eso, además de que estaba lloviendo y casi arrolló a una chica de no haber sido porque levante la vista.
—Aquí estas—exclame cuando por fin encontré mi celular.
Eleve la vista y mis alarmas se dispararon al notar que había subido a la acera y me dirigía a la cancha de básquet de la escuela. Traté de salir de ahí, pero un hoyo hizo que me desviará y terminé golpeando el oxidado aro, y lo que supe después fue que el aro cayó sobre el auto del director McCoy rompiendo el techo y vidrio delantero.
Me había metido en un lío del cual seria difícil o muy caro de salir.
Mis padres me matarán.
Pensé.
Y lo peor, el director estaba parado justo frente a la ventana de su oficina. Lo había visto todo.
Como un estúpido, sonreí y levanté mi mano saludando a su dirección como si no hubiese pasado nada.
¿Qué pasó? Me enviaron a detención por una semana. El director dijo que no levantaría cargos, pero si tendría que pagar una gran multa, el aro y claro, los gastos de su auto, a lo cual no me negué puesto que yo había cometido esa irresponsabilidad.
Cuando entré al salón de castigo estaban Mabel y otra chica solas y en completo silencio. Tomé asiento y me quedé allí en silencio hasta que entró Mara.
La había visto entrar a la oficina del director con la peor cara del mundo. Su ropa mojada a causa de la lluvia y cabello hecho un lío. Ni siquiera me contestó cuando le hablé.
No dijo mucho y los cuatro estuvimos en completo silencio durante media hora. La más aburrida de mi vida.
—¿Puedo peinar tu cabello?—preguntó Mabel de un momento a otro mirando a Mara con una mirada suplicante, pero con una sonrisa en su rostro.
Pude notar como Mara se puso tensa, pareció dudarlo por unos segundos antes de asentir con la cabeza.
—Claro, no hay problema—respondió casi en susurro y después de mucho tiempo pude oír su voz.
Mabel chilló, emocionada, se puso de pie tomando un estuche y un peine rosa, y se acercó, posicionándose detrás de ella.
Comenzó a cepillar su largo cabello negro. Mara puso cara de disgusto cuando Mabel pasó el peine cerca de un nudo.
—Lo siento, tienes un gran nudo aquí—se disculpó —. Voy a desenredarlo.
—Te ayudo—dijo la chica de cabello rubio levantándose de su asiento—. ¿Tienes otro?
—Si, hay uno ahí—señaló el estuche.
Ambas comenzaron a cepillar su cabello en silencio.
—Tienes un bonito cabello—alegó Mabel.
—Díselo a mis padres—dijo.
—En verdad lo tienes—recalcó. Sacó un producto del estuche y lo vertió en el cabello de Mara, que se veía mucho más arreglado—. Y ¿Por qué están aquí?. Por cierto, soy Mabel.
—Pinté un pene en la frente de la profesora de arte mientras dormía—contestó la rubia—. Y mi nombre es Chelsea.
—Llegue tarde a clases, le contesté a un profesor, luego lo empuje y cayó al suelo—contestó Mara—. Me llamo Mara.
—Estaba en una practica cuando tropecé y sin querer caí cerca de los cestos de pelotas, lo abrí y hice que cayera la profesora. Mi nombre es Mabel.
Las tres me miraron, esperando una respuesta de mi parte.
Me enderece y crucé los brazos.
—Iba manejando cuando subí la acera y hice caer el aro de básquet sobre el auto del director. Y me llamó Peter.
—Mierda—dijeron las tres al mismo tiempo.
—¿Cuánto tiempo les dieron?—Chelsea tiró un poco de ese producto y siguió acomodando el cabello de Mara.
—Una semana—respondimos todos.
—Parece que pasaremos mucho tiempo juntos—comentó Mara y comenzó toser—. Creo que voy a enfermarme.
—¿No tienes más ropa?—cuestionó Mabel frotando los brazos de Mara para darle calor. Ella negó con la cabeza. Estaba muy pálida y eso no era buena señal.
Chelsea se acercó a la ventana y la cerró, busco algo en su mochila y sacó una camiseta manga larga de color negro y se la tendió.
—Ponte esto—Mara la tomó y nos miró a los tres, de inmediato nos dimos vuelta para darle privacidad.
—Listo—dijo y a decir verdad se veía muy bonita—. Gracias.
—Y ¿Qué hacemos ahora?—dijo Mabel.
#
Estaba molesto de un momento a otro. Le había enviado un mensaje a Mackenzie esa mañana y nunca contestó. Me sentía un estúpido esperando un mensaje que sabía que no llegaría.
Las chicas estaban sentadas en el suelo, jugando con el Monopolio que habían encontrado en uno de los cajones abiertos del escritorio. Por lo poco que pude escuchar, Chelsea iba ganando.
Cansado, me levanté de mi asiento y me acerqué a ellas. Me habían invitado a jugar con ellas, pero yo me negué pensando que estaría entretenido hablando con Mackenzie.
—¿Puedo unirme?
—Claro—dijo Mabel con una sonrisa. Ella era la única con ánimos en este lugar.
Me senté entre ella y Mara, quedando frente a Chelsea. Tomé la ficha de las papas fritas, y tiré los dados. Que suerte la mía, caí en la propiedad más cara.
—¿A quién le debo?—pregunté mientras tomaba los billetes.
—A mi—dijo Mara tomando el dinero.
Hace tiempo que no la veía de cerca. Tenía una clase con ella, educación física, pero ni siquiera me dirigía la palabra. No sabía porque, supuse que no me recordaba o quería evitar, que era lo más probable.
Había cambiado, la niña de cabello corto, el brillo en sus ojos que era una combinación entre marrón y verde, la sonrisa que siempre llevaba en su rostro, simpatía y alegre ya no estaban en su rostro. Ella había cambiado de un día para el otro. Una marginada.
Mabel. Ella siempre fue así, simpática, sociable, alegre y siempre queriendo ser buena con todos. No me había sorprendido la actitud tan buena que tuvo con Mara al ofrecerse para arreglar su cabello. Habíamos hablado un par de veces. No éramos amigos, solo conocidos. Además, teníamos amigos en común. Una plástica.
Chelsea. A ella no la conocía para nada, solo sabía lo que todos. Rumores. No sé sabía mucha de ella, no hablaba con nadie y con la única persona con la que se la vio formar conversación fue con un chico un año mayor el cual se dice que la uso, pues luego no se los volvió a ver juntos. Se decía que era hija de unos adictos, abandonada por sus padres o cosas por el estilo. Una mansa.
Nunca había comprendido porque esa clasificación existía, solo se que todos la teníamos a pesar de no ser conocidos por todos. Era una maldita costumbre de la cual nadie se salvaba, no había escapatoria por más que pasaras por desapercibido siempre tendrías una clasificación. Era como si fuese la pirámide de clase social de ricos, clase media alta, clase media baja y pobres. Pero aquí eran los plásticos, mansos y marginados.
A decir verdad, yo luche demasiado por ser un plástico, desde pequeño lo quería y lo logre, costó, pero lo hice. Pero, ¿A qué precio?, perdí a mis amigos de infancia, cambie algo que no quiera, todo por ser quien era en ese momento.
A veces lo extrañaba, pero el daño ya estaba hecho. Podría bajar de nivel, pero no volvería a recuperar a mis antiguos amigos y eso me dolía, por eso trataba de pasar la mayoría del tiempo con mi mente ocupada con los entrenamientos. Con la tarea no podía, trataba de hacerla, pero la que definitivamente era mi antítesis eran las matemáticas.
La que era muy buena en eso era Mara.
En ese momento se que ocurrió algo que jamás en mi vida creí que podría pasar por mi cabeza, podría recuperar a Mara. Y el castigo era la mejor oportunidad para hacerlo.