Las dificultades de ser adolescente

Capítulo 8

Chelsea.

Mara cerró la puerta y dejó las llaves en un cuenco cerca del armario que se encontraba en la entrada.

Su casa era bastante grande. Era de dos pisos de un color crema. Al entrar, lo primero que había era un pequeño pasillo que te guiaba a la cocina, pero antes de esta se encontraba la escalera principal; a  un lado de la entrada estaba el living junto a una gran chimenea. Del lado derecho había otra pequeña sala llena de libros y tres sofás. Luego le seguía la segunda escalera. Era una casa bastante grande.

Subimos al segundo piso y entramos a su cuarto. Tenía su cama junto a la ventana y frente a su escritorio, tenía un baño al lado de su armario; sus paredes eran de un color turquesa y gris, y habían un par de luces en un pequeño árbol artificial junto a la ventana.

Me quedé maravillada.

—Tu cuarto si que es bonito—dije observando todo. Definitivamente mi casa era una pocilga comparado con esto.

—Gracias. Puedes tomar ropa de ahí si quieres—señaló el armario. Por pura curiosidad me metí. No era muy grande, pero tenía el tamaño suficiente.

Tomé una camiseta cualquiera y unos pantalones a cuadros color rojo.

—¿A qué dijiste que se dedicaban tus padres?—dije, saliendo del lugar.

—Mamá es la gerente de un hotel y papá tiene una pequeña empresa inmobiliaria—acomodó las sábanas—. ¿Y los tuyos?

Me acerqué a ella y ambas nos acostamos en la cama, mirando el techo.

—Am...Bueno. Mamá es farmacéutica y papá...es guardia de seguridad en una prisión—junte las manos sobre mi abdomen—. ¿Estás segura de que a tus padres no les molesta que este aquí?

—Tranquila, mamá está en un viaje de negocios y papá está en casa de mi abuelo. Mi hermana está por ahí, así que tenemos la casa sola.

—¿Qué es lo que tiene Peter contigo?—era una duda que tenía hace tiempo. Había notado las miradas discretas de Peter hacia Mara y sus intentos fallidos por acercarse a ella.

Se dio vuelta y me miró con el ceño fruncido.

—¿De qué hablas?—dijo,  confundida.

Imite su acción y me di vuelta, colocando mis manos bajo mi cabeza.

—Me refiero a que siempre esta atento a ti, siempre te mira e intenta acercarse—pude notar que su confusión crecía—. Tal vez tú no lo notes, pero créeme cuando te digo que lo hace.

—No lo sé, yo jamás lo note. Aunque a veces siento que me observaban.

—¿Tuviste algo con él?, ¿O qué?

—Algo así—resopló y se quedó pensando unos minutos, como si estuviera debatiendo si decírmelo o no—, éramos amigos de pequeños.

—¿En verdad?—asintió—. ¿Y por qué no dijiste nada?—sonrió mostrando sus dientes.

—No sé, bueno, si lo sé. Solo que no lo recordaba, al principio no me di cuenta, pues hace tiempo que no lo veía y tampoco recordaba mucho de él. Me di cuenta el segundo día del castigo, cuando dijo que ya no tenía comunicación con ninguno de sus antiguos amigos. Lo recuerdo, solo que prefiero seguir fingiendo que no, porque después de todo, él me olvidó primero—su rostro cambió a uno de dolor. Ahí pude notar que le afectaba.

—Te afecta estar tan cerca de él, pero al mismo tiempo tan alejados—concluí.

—Si—volvió a darse la vuelta y volvió a mirar el techo—. Creo que ya es hora de dormir—se acercó a la mesa de luz y apagó la lámpara.

De inmediato, al apagarse las luces, el cuarto se iluminó gracias a las estrellas fluorescentes pegadas en el techo. Le daban un toque especial al lugar.

—Son hermosas—dije mirando el techo.

—Las pegué no con Peter—su voz salió hecha un hilo—. Buenas noches, Chels.

—Buenas noches.

No me dormí, me quedé mirando las pequeñas estrellas, pensando, hasta que el sueño me ganó.

#

Me desperté en cuanto en sentí un golpe suave en la cara. Abrí los ojos lentamente y primero que vi fue a Mara con una almohada entre las manos y con una pequeña sonrisa.

—Buenos días—saludó, saltando de la cama.

—Buenos días—me senté en la cama, mientras estiraba los brazos—. ¿Tienes comida?—pregunté cuando sonó mi barriga.

—Que apetito tienes—comentó, quitándose la parte de arriba del pijama.

—Digamos que soy insaciable, pero ¿Tienes comida si o no?

—Claro que tengo comida. Ve a abajo y come lo que quieras, iré en un segundo.

Sin molestarme mucho, me levanté de la cama y bajé al primer piso.

Lo primero que hice fue dirigirme al refrigerador y abrirlo. En cuanto vi lo que había dentro casi lloro de lo bello que era, llenó de comida, jugos y refrescos. Era el paraíso.

Tomé todo lo que pude, tocino, jamón, jugo y un par de cosas que no estoy muy segura que de eran, pero supongo que si estaban en el refrigerador, eran comestibles.

—¿Quién eres tú y qué haces usurpando mi cocina?—escuché una voz femenina. Me di vuelta, con toda comida en mis manos. Una mujer rubia de los mismo ojos que Mara, vestida con un bonito smoking rosa pastel, me miraba con el ceño fruncido mientras sostenía en su mano un costoso bolso y en la otra unos papeles.

—Mamá—escuché a Mara bajar de las escaleras.

—Hola, hija. ¿Podrías explicarme esto?—me señaló.

Mara bajó por completo de las escaleras y se rascó la nuca, nerviosa. Miró a su mamá y sonrío.

—Mamá, ella es Chelsea. Una amiga—respondió.

Su mamá la miró a ella y luego a mi, para luego volver a mirar a Mara. Abrió la boca sorprendida y se acercó a mí.

—Es un placer—me quitó las cosas de mis manos y tomó una de ellas para estrecharla—. Soy la madre de Mara, Lori. Puedes llamarme así.

—Chelsea. Es un placer.

—Mamá—Mara se acercó—, ella se quedó a dormir aquí en casa porque sus padres estaban ocupados.

—No hay problema, siempre puedes venir, enserió. Las veces que quieras. Mi Mara hace tiempo que no trae amigos a casa y bueno...

—Mamá, mamá. No me avergüences, por favor—el rubor en sus mejillas la hacía ver adorable.

—Oh, si, lo siento. Y tú—me señaló con una sonrisa—, puedes comer lo que quieras. De hecho, haré un rico desayuno en proteínas.




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