Las dimensiones de la serpiente

4

            «Ser mujer es lo peor en estos momentos. Normalmente adoro serlo, pero ahora me gustaría ser como el noventaitrés por ciento de los hombres que he conocido. Necesito la cabeza fría y ganas de ir al choque con la vida. Estoy pensando mucho las cosas, no soy lo suficientemente bruta como para afrontar esto» se decía Karol un tanto agitada.

            Una llamada le mandó los pies a la tierra.

            —¿Javier?

            —No, Darío.

            —Amigo, ¿qué ha sido de ti?

            —Nada. He estado pensando en tomar un café toda la semana, pero me falta algo.

            —¿Qué cosa?

            —Una persona con la que me sienta a gusto. ¿Te gustaría ir?

            —Me encantaría, pero creo que no puedo. Si puedo, te llamo. Si no te llamo hoy, llámame antes de las seis.

            —Mira… la verdad es que he sabido que te estaba yendo bien en la vida, y creo que un café no estaría mal para que me cuentes.

            —Debo dejar de contarle mi vida a mis amigas… ¿Estás preocupado porque sabías que hoy tenía algo peligroso?

            —Algo así supe.

            —Tonto. Puedo hacerme cargo.

            —¿En serio?

            —Sí —mintió—. Pero tranquilo, ya tomaremos un café. Estoy en un pequeño problema.

            —Bueno. Te llamo después.

            —Bueno.

            Karol colgó desesperanzada. Ser una persona con una vida fuera del trabajo se le hacía insoportable en esos momentos. Bien podría haber criado a una muchacha capaz de intuir como ella para que le llevara los zapatos en la agencia. Volver a tener una vida social la tentaba mucho, pero su trabajo la apasionaba demasiado como para dejarlo tirado. A lo más hablaba con sus amigas de cuando en cuando, y por eso ellas se habían quedado con la impresión de que estaba escalando rápido. Aún así, en los aquelarres, como le llamaban ellas a sus reuniones, ella contaba a veces cuando tenía misiones importantes. Nada nuevo, la verdad. Simplemente ella no se había enterado de que él estaba también al tanto. Probablemente su identidad no era tan secreta como creía… y eso podría jugar a su favor si había algún buen pretendiente.

            Pensó en la llamada y miró su vida con vértigo. Ahí estaba: camino a un túnel. No tenía idea de qué pasaría: si salvaría a la realidad, si todo fallaría, si Wattson era solo un loco, si borrarían su existencia; nada era seguro para ella y eso era algo que la estremecía.

            El bendito celular la salvó de nuevo de una crisis.

            —Karol, necesito que me digas si ha pasado algo.

            —Lo siento, estoy muy dispersa. Sí, me llegó una paloma mensajera. Traía una cosa con una cuenta regresiva. Es pequeña y liviana. Medio flexible también. Ah, y transparente.

            —Debe tener procesador de grafeno. Estos científicos de los gobiernos tienen muchos trucos bajo la manga… ¿Cuánto queda?

            —Media hora.

            —¿Exacta?

            —Treintaidós minutos aproximadamente.

            —¿Tienes una foto?

            —Veámoslo por cam mejor.

            Karol inició una videoconferencia y le mostró el artefacto.

            —Esto es.

            —Está bien… Déjame sincronizarlo y veamos cómo sale todo. Lo mejor que podemos hacer es mantener la videoconferencia hasta que acabe la cuenta.




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