Las dimensiones de la serpiente

10

            Una paloma mensajera le trajo una especie de ficha de grafeno a Carol, quien la recibió vistiendo solo su toalla. La tomó y vio la cuenta regresiva. Karol salió a revisar y comprobaron que ambas estaban sincronizadas.

            Golpearon a la puerta con fuerza.

            —Carol, ¿estás bien? —gritó Marcos.

            —¿Qué haces aquí? —contestó con el mismo volumen.

            —Javier me contó algo sobre ti y me envió a ver qué estaba pasando.

            —Estoy bien, vete.

            —Ver para creer, m’ija.

            —¿Si te muestro te irás?

            —Sí.

            Karol ya estaba bien vestida y siguió las señas de Carol para abrirle la puerta.

            —¿No que no te habías cambiado el look? —dijo sacando la pistola.

            —¡Baja el arma! —ordenó Karol con pánico.

            —¡Silencio, perra impostora!

            —¡Marcos! —dijo Carol entrando ya vestida y con el revólver en alto— ¡Déjala!

            —¿Qué?

            El cerebro de Marcos se sobrecargó por unos segundos y se fue a negro. Fue arrastrado por ambas hacia la cocina y lo dejaron allí mientras Karol buscaba algún correo de Watson y Carol llamaba a Javier.

            —¡Me tenías preocupado, mujer!

            —Se te nota; mandaste a Marcos.

            —Ehm… Sí…

            —Estoy bien. Acabo de resolver el malentendido. Se trata de mí misma que viajé en el tiempo por capricho de Watson. Bueno; ella viajó, yo no.

            —¿Cómo?

            —Con el Leviatán. Creo que podremos detener a Watson si nos movemos con precisión. Llamaremos al jefe; tiene unas cuantas cosas que aclararnos antes de que partamos.

            —Lo llamé hace unos segundos, pero dijo que estaba en una reunión importantísima.

            —¿Le mencionaste el Leviatán? Todos pierden la cabeza cuando uno lo hace.

            —No alcancé.

            —Yo lo llamo. A ver si así me toma en cuenta.

            —Creo que podríamos concertar una reunión sorpresa en su reunión.

            —Llama a Ángel primero.

            Marcos estaba reponiéndose del espanto y, al notar la ausencia de su arma, tomó un wok viejo. Caminó lentamente hacia el comedor. Karol volvió del baño y se encontró con Marcos hecho un cavernícola armado con el wok en la mano. Corrió y se lo quitó.

            —Es un regalo de mi mamita, imbécil.

            —¿Qué está haciendo Marcos? —se escuchó desde la entrada de la casa.

            —Anda jugando con el wok.

            —¿El de mamá?

            —Sí.

            Carol entró y Marcos quedó pasmado. Se afirmó en la pared e interiormente rezó cada salmo y oración que se pasó por su mente.

            —Niño malo, eso no se hace —Carol y Karol rieron cómplices—. ¿No te enseñó tu mamá a no tomar los woks ajenos?

            —Carol… ¡Explícame esta mierda!




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