Las dimensiones de la serpiente

11

            En el subterráneo del edificio de la central de Unicorp —una construcción enorme en el alma de Suecia— unos hombres de traje negro seguían esperando que el cabecilla de la organización más importante en investigaciones a nivel mundial se presentara.

            Un hombre calvo repasaba religiosamente una lista y revisaba papeles. Los demás acariciaban sus armas con igual religiosidad. El dios fuego se abriría sólo en la instancia más extrema, pero de aparecer, sería de forma certera.

            El ascensor de la central tocaba una melodía de Casiopea con el sonriente jefe adentro. Disfrutaba silbando con el ascensor e imaginando qué iría a pasar. «No creo que me vengan a dar el Nobel de la paz, pero si me quieren, es para algo importante.  Jennifer dijo que eran de un gobierno. ¿Serán de la CIA? Bueno, tengo mis resguardos listos» reflexionaba.

            El ascensor llegó a la recepción y se anunció con un “ding” armonioso. Todos los agentes se prepararon ante el sonido. El calvo mayor se acercó al jefe con unas planillas en la mano.

            —¿Viaceslav Goic?

            —Saltémonos el protocolo; dígame para quién trabaja, para dónde me quiere llevar y por qué.

            —Eso es secreto máximo internacional, señor.

            —Parece que olvida dónde está parado… La Central Secreta de Inteligencia Internacional no tiene jurisdicción aquí, señor. Sólo el gobierno de Suecia puede solicitar algún operativo. Y ninguno de ustedes parece sueco —comentó leyendo la placa—… señor McColley.

            —Usted vendrá con nosotros. Se le han imputado cargos de cooperación con redes de terrorismo y el robo de un proyecto ultrasecreto.

            —Investiguen primero y luego vengan por mí con las pruebas, ¿quieren?

            —¿Acaso esto le resulta familiar? —dijo mostrándole un logo hecho con una serpiente.

            —Por supuesto que sí. Fue una de las baratijas que compramos cuando los incompetentes de su gobierno, al mando del chico Willhelm, quebraron el pentágono. ¿No tiene usted vidas que proteger en su país? Dígale de mi parte a Stevie Clifford que no sea imbécil y que planifique antes de venir a amenazar. Todos estos hombres solo quieren amedrentarme aquí.

            —Señor, usted no saldrá de aquí.

            —Se equivoca nuevamente. Yo me iré de vuelta a mi oficina y ustedes volverán a su país, ¿entienden? Adiós, señores, fue un gusto conversar con ustedes —dijo dándoles la espalda.

            —Viaceslav, si se va le dispararemos.

            —¿Enserio?

            —Sí.

            Goic se limpió en el tapete, puso su huella digital en el lector de una de las puertas y digitó un código.

            —Hablamos enserio.

            —Lo sé —dijo terminando el código.

            El suelo bajo los pies de los agentes se volvió una masa pegajosa.

            —¡Veamos cómo disparan con los rifles atascados! —dijo entre los gritos de los agentes.

            «Lo mágico de los líquidos no newtonianos es que se comportan de una forma muy caprichosa. A veces son más sólidos que líquidos y otras reorganizan sus capas. Este material es bastante bueno. Me pregunto si endurecerlo o no» continuó distraído hacia el ascensor. «Un poquito solamente» sentenció antes de devolverse.

            —Jennifer —dijo calmado sin mirar a la recepción— necesito que tengas a la policía sueca para que se lleven a estos payasos.

            Puso su huella en el lector y digitó nuevamente. El piso se hizo más denso e inmovilizó a todos los agentes. Comprobó que se pudiera pisar y se fue a su oficina




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