Las dimensiones de la serpiente

13

            Maura tenía una mirada cansada debido a las noches sin dormir de su juventud. Los años le pesaban un poco y a veces se le notaba en la mirada. Las ojeras aparecían cada cierto tiempo dándole aspecto de prisionera de guerra o de guerrillera de la resistencia.

            Ángel notaba una preocupación en el rostro de Maura y, aunque no se diera cuenta cabalmente de ello, de cierta forma le dolía.

            «Me pregunto en qué estará pensando. Ella es una mujer de esas fuertes como Carol; no sé qué tendrá en la cabeza, pero sé que debe ser algo muy duro para tenerle los ojos así. Tal vez piense que la Tierra está cada vez peor por las radiaciones y que el Leviatán hace poco para mejorar la situación; o puede que esté recordando una de las tantas noches que pasó en vela para penetrar la defensa de Al Nusra y sacar a Carol antes de su decapitación. Han sido tantas aventuras que no sé cuál de todas estará recordando; ¿será Rusia? ¿Será Indochina? ¿Será Suecia?» inquiría Ángel casi con demencia.

            Maura iba a pararse a servir el café, pero Ángel no la dejó y fue él. Sirvió las dos tazas, llevó las cucharas y el endulzante.

            —Subió el vitamin-24. A nivel mundial promedia un alza de dos dólares.

            —Creí que pensabas algo más profundo. No sé… el rescate de Carol allá en el medio oriente, las luchas contra los agentes de Suecia, la KGB y todos los datos que nos quisieron robar…

            —Eso ya lo viví y lo tengo siempre presente. El problema es que el precio del vitamin-24 está más caro de lo que creía.

            —Pero tenemos un mundo lleno de conflictos.

            —Y yo no tengo vitamin-24. Antes no lo necesitaba, pero ahora siento que mis hormonas se desvanecen. No sé si me entiendes.

            —¿Menopausia?

            —Algo previo. Se supone que debería llegarme en diez años más, pero no tengo idea de qué es y cómo reconocerla. De hecho, creo que estoy en mis días.

            —Ehm…

            —Sí, sé que no necesitabas saberlo, cachorro, pero resulta útil para que no comiences a creerme una pieza de museo. O sea, soy capaz de ir a Libia o de enlistarme al pelotón de mujeres de Kurdistán, pero no todos lo piensan así. Creen que con suerte puedo empuñar bien la magnum, pero armaría el fusil en lo que ellos piensan un insulto.

            —Bueno, parece que te estás quedando atrás; ahora son todos automáticos.

            —Y los adoro; sólo hablababa del viejo Kaláshnikov para dar un ejemplo, pero ahora me manejo con los anfibios.

            —Sabes mucho de armas para tener esa carita de ángel.

            —Y tú estás metido en demasiadas cosas turbias como para llamarte así.

            —Bueno… yo no elegí llamarme ángel.

            —¿Y tú crees que soy una vieja operada? Yo tampoco elegí tener esta “carita de ángel”.

            —Desde que te conozco que eres igual. No cambias. Unas canas más, unas canas menos, pero no cambias mucho.

            —Tú me conociste cuando eras un practicante. Ahora eres el único mensajero en el que Viaceslav confía a plenitud.

            —Me dio todo lo que tengo; sólo hago mi trabajo de agradecer.

            —Lo sé, pequeño.

            —No me digas pequeño. No tenemos tanta diferencia.

            —Cinco años y doce operaciones es una diferencia abismante. Cuando estás en una celda sientes como se te acaba la vida. Cuando tienes que planear a contrarreloj una forma de salir o de entrar, todo se va convirtiendo en algo más que simple actuación y danza.

            —Nunca fui bueno para ninguno de esos.




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