Las dimensiones de la serpiente

19

            La entrevista anduvo sin sobresaltos. Los gestos de Watsonn eran frescos, enérgicos y muy diferente a lo que Caroll habría imaginado. No esperaba que un científico cuya edad sobrepasaba con creces la suya fuera a hablar con tanta motivación de las teorías de Tesla y los cuestionamientos a la teoría de la relatividad. Resultaba chistoso que por dentro no entendía mucho, pero que estaba experimentando en carne propia lo que él decía.

            Los ojos de Watsonn demostraban el amor que sentía por su trabajo y lo que significaba para él. Era esperanza; no satisfacción. «Aún no se ha encontrado con los demás Watsonn» concluyó la periodista en medio de una pausa del entrevistado.

            Caroll había logrado conducir la conversación hasta hacerlo hablar emocionado de sus investigaciones. Estaba ebrio de su propio conocimiento, emocionado con sus palabras que le complacían y resonaban con armonía deslumbrante para aquel oído entrenado. La claridad cristalina de cada oración, de cada postulado y de cada ecuación se le hacía placentera a tal punto que comenzaba a agradecer a todos los maestros. A todos aquellos que hicieron el papel de Atlas en las teorías de Newton y, por ende, en las suyas. Las nociones de sus compañeros, todos asesinados por servicios secretos que salvaguardaron el “orden”.

            La periodista estaba cansándose, pero la vitalidad hipnótica de Watsonn le hacía mantener la cabeza erguida. Cada movimiento se le hacía demasiado esperanzado; se le notaba una fe ciega en lo que decía. “Los números no mienten”, según dijo una y otra vez.

            Durante el aburrimiento de Caroll, Javier ya había pedido el envío del expediente a Maura junto a la revisión de los registros magnéticos de la Tierra. Para aprovechar el tiempo, llamó a Vlad.

            —Vladislav, compadre.

            —¿Javier? —contestó con su tono seco.

            —El mismo.

            —Compadre, ¿qué sucede?

            —Estamos en problemas. ¿Has notado algo raro?

            —Sí; una aurora boreal increíblemente grande. Nadie lo dijo. Probablemente en Moscú están vueltos locos para explicar esto.

            —Muy bien… necesito que le avises al encargado de registros de las instalaciones para que me mande los registros electromagnéticos. Ya tengo prometidos los de Maura, pero necesitaré los tuyos.

            —Perfecto, iré a gestionar ahora.

            —Gracias, y cuídate de los osos.

            —No se acercan a lugares muy ruidosos ni a hombres armados. No tienen nada que hacer aquí. Cuídate tú también de los virus de computadora.

            —Uso Linux.

            Colgó y leyó un correo nuevo de Caroll —pero escrito por Karol.

            “Javier, necesito que evites llamarme por teléfono. Cualquier cosa, estoy atenta al correo.”

            «Maura necesitará el expediente del Leviatán» pensó marcando el número de Viaceslav.

            —Jefe.

            —Leviatán. Ya me informó Caroll.

            —¿Qué haremos?

            —Envié seguridad a pie para la entrevista. Están observándolo todo.

            —¿Y los registros?

            —Ya me llegó tu propuesta y llamé a Ángel. Él le llevará el informe entero del Leviatán a Maura. Ahí están las ubicaciones. Con Vladislav no he pensado qué hacer…

            —Ya lo llamé; me contó de una aurora boreal muy anormal por allá. Me enviará los registros magnéticos.

            —Llamaré a Ángel de inmediato para que aproveche de contarle a Maura.




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