Las dimensiones de la serpiente

20

 

            Svódorov mandó a Vladislav en representación suya. Se excusó diciendo que hacía días que no podía hacer nada sin que la CIA lo supiera. Efectivamente, la CIA estaba metiéndose en su vida para poder llegar a Viaceslav, pero aún no conseguía nada. Vladislav lo sabía y aprovechó la oportunidad de encontrarse con sus viejos camaradas.

            En el salón Alianza Respiro, en las instalaciones en el Triángulo de las Bermudas de Unicorp se juntaron las cabezas causantes de la captura. Las tres versiones de Wattson fueron sentadas en a una mesa oval. Tenían los ojos cerrados y las manos esposadas; no parecían querer mucho más de la realidad.

            Las tres versiones de Karol entraron por la puerta del frente guiados por un hombrecillo de aspecto peliculezco ­—aspecto de Oompa-Loompa exactamente— Viaceslav desde atrás de los Wattsons —Watsons o Watsonns— saludó a las tres mujeres.

            Ángel entró con Javier y Maura desde la misma puerta que Viaceslav. Vlad los recibió con un abrazo y armaron un círculo excluyendo a los científicos.

            —Muy bien —dijo Karol—, necesitamos a alguien con conocimiento técnico.

            —Voto por Javier —dijo Maura.

            —Yo también —dijeron las tres Karol.

            —Y yo —dijo Vladislav.

            —Es unánime —completó Ángel.

            —Es un honor —asumió Javier—. ¿Qué debo hacer?

            —Habla con Watson y pídele el código.

            —¿Accederá?

            —Pídele ayuda al jefe.

            Viaceslav miró sobre su hombro al grupo y les habló con autoridad.

            —¿Están listos?

            —Sí —dijo Javier.

            Todos se sentaron a la mesa custodiada por Al-Kadaf; contando al guardián de la mesa y a los científicos, eran doce reunidos y un Leviatán suelto.

            —Buenas, Watsonns.

            —¿Qué quieren de nosotros?

            —Supe que estuvieron probando el Leviatán —introdujo Javier.

            —Tú aún no sabías leer cuando nació el proyecto.

            —Mi hermano trabajó para su proyecto y murió en él. Xander, Martín Xander.

            —Él no murió en el Leviatán. Murió en nombre de él. Eso mismo me habría pasado a mí.

            —Él murió en su nombre, Watsonn. ¿Sabe por qué lo hizo?

            Los tres guardaron silencio.

            —¿Lo sabe? —insistió.

            —No —dijo Watson con un hilo de voz—.

            —¿Que no lo sabe? Creí que tendría esa respuesta.

            —No la tengo. No tengo por qué saberlo todo —contestó Watson furioso ante el asombro de Watsonn.

            —Usted lo sabe bien; y si no lo sabe, ahora se lo digo: mi hermano creyó en usted. Creyó en el Leviatán como quien cree en Dios. Mi hermano creyó que su proyecto sería el fin de la miseria y el inicio de algo mejor.

            —¿Sí?

            —Sí. ¿Qué lo tiene con esa cara? ¿No debería estar alegre porque su proyecto funcionó?

            —Sí. El proyecto seguirá adelante con o sin la aprobación de su corporación, muchachos. Hay algo más grande de lo que puedan imaginar detrás de lo que han visto.




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