Era temprano, sin duda lo era; para mí un domingo a las ocho de la mañana no era solo una costumbre ya a esas alturas sino también un dolor de cabeza la hora, un deseo que se veía cada vez más lejos con el paso de los domingos.
Al salir de mi casa pude sentir la soledad de ese día en específico, ese día donde mi familia parecía desaparecer, donde nadie sabía que sucedía y todos tenían algo que hacer a pesar de ser el gran día familiar para otros, para otros como yo tan solo cambiaba.
Me subí a mi auto y mientras comía las frutas que había echado en una bolsa antes de salir comencé a manejar a la ciudad de Charlotte, la cual por suerte no estaba muy lejos. Mi destino ya era típico, a lado de mi se encontraba cosas como; una laptop, unos libro de Edith Wharton y Gustave Fleubert, y por último y no menos importante; dos manzanas acarameladas.
Dos horas de tránsito y estaciones distintas de radio definitivamente te hacían pensar en qué hacer con tu vida, si era una buena o tan solo un desastre que había caído en manos de la sociedad. Esa respuesta me la daba siempre Bernice, siempre me decía que no era feliz fingiendo ser alguien que no soy pero tampoco me sentía muy feliz siendo la persona que soy ¿qué debía hacer realmente? ¿Entrar en una sobredosis para saber dónde realmente pertenezco? Todos te darán siempre la misma respuesta; espera, ya llegara el momento pero ¿Y si no quieres esperar? ¿Qué haces?
Era algo que quería en mis manos, que deseaba para mí. Tal vez no era el chico más inteligente, o el mejor jugador pero algo que sabía muy bien es que era yo, y que siendo suficiente o no para las personas, posiblemente para mí lo era y nada iba a cambiar eso; ni siquiera un estatus en el instituto o en la misma sociedad.
—Otro día más, no hay diferencia —me susurro a mí mismo mientras tomaba todas las cosas en una bolsa menos la laptop para bajar del lugar y caminar a la entrada.
Aquí llevaba Bernice ya hace bastante tiempo, o al menos el suficiente para comenzar a ver las cosas como si fueran permanentes. A pesar de todo de que ella mostrara avances para salir, las oportunidades se salían de sus manos.
—Bernice Tanner, soy su hermano. El que viene casi todos los domingos... solo —hablé con la mujer y ella reviso unas cosas para después sonreír dejándome pasar.
Un suspiro pesado se escapó de mis labios al separarme de ahí, como siempre; un suspiro que tenía mil deseos escondidos y el que lo hacía pesado era el desear que Bernice saliera de aquí. Antes no teníamos buena relación pero luego de la gran noticia un día, comencé a venir al ver que mis papás se aislaron en mí tomándome como un método que iba a corregir lo que no corrigieron en Bernice, o al menos; eso siento que creen.
—Mi tonto favorito ¿Cómo te ha ido? —dijo Bernice a penas me vio dándome un abrazo algo incómodo debido a las cosas—. ¿Qué haremos hoy?
—Traje manzanas de las que tanto te gustan, libros nuevos y por supuesto una laptop para que leas mis últimos poemas —sonrío con amplitud mientras iba sacando cada cosa de la bolsa y acomodando la laptop cosa que hizo que ella levantará su dedo—. No te preocupes, me preparé para que veamos Gossip Girl.
—Desearía escapar a Nueva York y dejar todo esto —habla con emoción e ilusión cosa que cayó en seco tras un suspiro—. Pero será imposible estando aquí.
—Lo haremos, saldremos de aquí.
—¿Lo prometes?
—No puedo prometer la misma cosa cada domingo, Bernice, pero... —dije con una sonrisa ladina en mi rostro viendo cómo se sentaba para luego imitarla—. Lo prometo.
—Confío en ti, eres mi tonto hermano y nada va a evitar eso —se levanta comenzando a buscar algo—. ¿Podrías ir a buscar dos botellas de agua para comenzar a ver la serie y luego leer tus poemas?
—Como mande, señorita.
Me levanté de la silla y salí de allí para comenzar a caminar a una maquina cercana donde solía buscar toda bebida cuando venía. Ese día no solían haber muchas personas cuando era mucho comenzaba a llegar luego del almuerzo y ya para ese entonces me tenía que ir.
Mis padres a pesar de que Bernice esté en tratamiento, no quieren que pase mucho tiempo con ella, tienen miedo de alguna mala energía o influencia vuelva a afectarla, pero lo que no saben es que ella más que nadie era la única que conocía al verdadera Evan Tanner, lo que quería, lo que pensaba e imaginaba sencillamente todo.
—¿Evan...? —escuché detrás de mi voz a alguien pronunciar mi nombre, pero era una voz que no distinguía muy bien.
—Cassidy —digo bajo con las dos botellas en las manos al ver quien era— ¿Qué haces aquí?
—Esa pregunta debería hacerla yo, yo te vi primero —se cruza de brazos un momento para luego pedirle un refresco a la máquina.
—Pero yo te gané en gestionar la pregunta, así que... responde —dije con seriedad mientras fruncía de manera ligera en ceño.
—No tengo porque responderla si no quiero, pero como quiero que tú me digas el por qué... te lo diré —se acerca mientras se relame sus resecos labios, lo cual se podían notar rotos desde donde estaba— un familiar está aquí así que, aquí estoy.
Me quede callado un momento mientras no sabía que decir, sentía el peso que sucedía en mí cuando alguien me preguntaba de Bernice como si ella estuviera muerta o a punto de eso, y algo que agradecía era que no lo estuviera.
—Un familiar, también.
Le sonreí a medias y nos quedamos ahí un instante, pude detallar su rostro, sus oscuros ojos estaba algo rojizos y su nariz respingada igual, sus labios que siempre estaban en una mueca o en una sonrisa burlona de los demás ahora estaba en una línea fija con aberturas de lo reseco y roto, sus mejillas estaban rojas haciendo un ligero contraste con su piel oscura y su cabello que normalmente estaba en un perfecto estado se encontraba en un moño.
—¿Tu familiar se encuentra bien? —pregunté y fue lo que llegué a decir ya que sabía lo difícil que eran las preguntas cuando no las quieres responder.