Las estrellas de este lado del cielo

De como te conocí

Como de costumbre, llegué temprano a clases. Me senté en la silla frente al pizarrón, porque los profesores solían pararse ahí a explicar. La escuela estaba bien, yo obtenía altas calificaciones y me gustaba ayudar a mis amigos a estudiar, pues me lo reconocían en la escuela. Pero un día, mi pequeño mundo se tornó gris. Había tocado la campana de salida, pero una voz gutural me detuvo a mí y a mis amigos. Era el director Hills. 
—Luego los alcanzo— les dije. Ellos dijeron que me esperarían en la salida del edificio y yo asentí. 
     Entré al despacho del director con cierto pavor. Yo tenía una muy buena reputación académica, así que por lo general no me llamaban a dirección. 
—Dígame, director Hills. ¿Para qué me llamó?— dije aún parado. 
—Tome asiento, señor Scott— dijo él. Yo obedecí—. Verá, todos aquí saben que usted es uno de los mejores estudiantes del instituto, por eso y más razones te pediré un favor un tanto grande. A cambio, sí logras lo que El Consejo de Profesores y yo queremos, hablaremos con los respectivos para que sea más rápido el proceso y obtengas una beca a otro país...
     Supe de una vez que algo andaba mal. 
—...Queremos que asistas, en todos los sentidos, a Gwen. 
     Me paré velozmente. 
—¿A Gwendolyne Kipperman? ¡Ella está loca! La semana pasada la suspendieron por tirarle un compás y una tijera a Peter y Heydi. Terminaré en el hospital antes de lograr nada. 
—Luke, no se lo estoy preguntando— aquellas palabras despertaron una desazón en todo mi ser—. Sé que ella tiene potencial, la he visto. Solo no le gusta estudiar ni destacar. Lo que no sabe es que destaca por la forma en que se comporta.
     Me dejé caer en la silla sin saber qué hacer. Le dije sí al director y salí por la puerta a mi encuentro con Peter y Wyde, mis amigos. 
—Hey, Scott, ¿Qué te dijo Hills?— me preguntó Wyde colocándose a mi lado. 
—Debo asistir a Gwen— seguí caminando, pero me di cuenta que ambos pararon en seco al oírme. 
—¿Qué?— solo eso alcancé a escuchar, lo demás, lo ignoré. 
     A la mañana siguiente, llegué al salón y vi Lucy hablar con lo que parecía Gwen. Esta permanecía sentada con la cabeza gacha y Lucy intentaba hablar con ella. Seguramente se había enterado. Lucy dejó de hablar cuando me vio entrar y Gwendolyne alzó su rostro. No estaba feliz y mucho menos llorando. Estaba furiosa. 
—Soy hombre muerto— me dije. 
     Para mi sorpresa, Gwen no me dijo ni me hizo nada malo. El resto del viernes de clases resultó ser igual y por fin me tocó irme a casa. Al caer la noche, decidí que iría a casa de Gwen el día siguiente, llevaría un par de galletas hechas por mi hermana y por mí y tal vez me recibiría con más… ¿respeto? Y así hice. Al llegar el sábado, fui a su casa y toqué el timbre. Nadie se presentó y volví a tocar otras… cinco veces más. Me iba a ir cuando Gwen abrió la puerta y tan rápido como me vio, la cerró. 
—Traje galletas— grité—. Las hicimos en casa. 
     Abrió nuevamente, me despojó de las galletas y cerró la puerta. Aún no se había despertado a pesar de ser las diez de la mañana, pues tenía el cabello alborotado en una maraña y su cara estaba estropeada. Nada parecida a la linda Gwen que todos conocían en clases, que apesar de no tener buenas calificaciones, siempre llegaba presentable a clases. Abrió de nuevo y dijo: “Eres raro”. Supongo porque dije: “Las hicimos en casa”, la verdad no tenía ni idea. Me resigné a esperar a que ella me dejara pasar y busqué una ventana. Encontré una abierta en la segunda planta, subí y entré. Me choqué con algo debido a la penumbra en la que se encontraba la habitación. Toqué el interruptor y lo subí. La luz volvió. Todo en mí se sorprendió.  Su cuarto estaba perfectamente arreglado a excepción de su cama. Escuché pasos en la escalera y supe que era ella. Esperé atento y mi adrenalina subió al ver que entraba con la cesta de galletas. Al verme, dejó el cesto en una mesita, masticó la que tenía en mano, tomó un cuchillo que guardaba debajo de su almohada y comenzó a amenazarme.  
—¡Espera!, si me dejas explicarte y ayudarte, te daré más galletas y otros dulces— me miró displicente y arrojó el cuchillo a la cama con fuerza. 
—Explica qué haces aquí— dijo mientras tomaba el cesto y volvía a la tarea de comerlas. 
—El director Hills… 
—¡Ah, ese viejo! ¿Qué quiere ahora?— viró los ojos—. ¿Te sobornó con una beca de por casualidad? 
     Asentí. 
—Debí suponerlo, nadie viene a mi casa solo porque sí—después de que dijo eso, realmente me sentí mal—. ¿Crees que no ha sobornado a un par ya? ¡Hasta a Lulú! Pero ella jamás me abandonó. En cualquier caso, vete, yo no estudio y mucho menos en sábados. 
—Si me dejas ayudarte, yo prometo que te haré más galletas y todo lo que tú quieras, seré tu asistente. 
     Pareció sopesarlo por un momento. 
—Mi subordinado, ¿eh? 
—No, no, asistente, sí; subordinado, no. 
—¡SUBORDINADO, DIJE!— rugió. 
—Bien, bien, subordinado. 
—Ok, entonces, ayúdame. 
     Me dirigió a la sala de estar y yo, que llevaba todo lo necesario en una bolsa, saqué todos los libros de texto escolar. 
—¿En cuáles materias vas mal?— pregunté mientras sacaba el libro de matemática.  
—Todas, menos educación física y ciencias artísticas. 
—Ah, las materias opcionales. Bien, supongo. Hoy iniciaremos con matemática ya que el lunes habrá una prueba parcial, ¿te parece? 
     Gwen se encogió de hombros. 
—No, pero por comer sí. 
     El resto del día fue bueno, pareció entender y cuando llegó su hermana, salí de la casa y esta solo quedó sorprendida. ¡Su hermanita había intentado estudiar! 
     Al llegar el lunes, llegó también la prueba de matemática y al finalizar el primer tiempo de clases, el profesor entregó los parciales. Lentamente me acerqué a Gwen que celebraba con Lulú. 
—Eh, chicas, ¿cómo les ha ido?— pregunté. 
—Lucy ha sacado ciento quince de ciento veinte. Y yo he sacado cincuenta y uno.  
—¡Cincuenta! ¿Solo eso?— pregunté chillando. 
—Y uno— me corrigió. 
—Te expliqué muy bien aquel tema y pareciste entender. 
     Lucy me miró fijamente. 
—¿Le has podido explicar mate? ¿Cómo? ¿Cuándo? 
     Gwen le hizo una seña para que bajara la voz. 
—Ha sido el sábado. Llevó galletas, Lulú. No pude evitarlo. 
     Lucy sonrió. Luego pidió hablarme un segundo. 
—Ha sido muy inteligente sobornarla con galletas, ella no había aceptado estudiar y conmigo sí, pero no funcionó. 
—Pero ha sacado mala nota, no consiguió ni la mitad. 
—No puedes pedirle que salga bien a la primera. Normalmente hubiera sacado veinte de ciento veinte. 
     Asentí. 
     Regularmente fui yendo a su casa para estudiar y debido a que siempre salía con un moretón, me llevaba a Lucy a su casa. Ella decía que yo no la entendía y que debía sufrir tanto como ella.
     Al menos pasó un mes y medio cuando las notas de Gwen se dispararon como un rayo. Ganaba puntajes tipo: cien de ciento diez, ochenta de noventa y cinco y así. 
     Pero eso no evitaba que la suspendieran por mala conducta. Seguía teniendo roces con Heydi, su némesis. Y cada vez que veía a Mónic y a Sarah, las amigas de Heydi, les daba un mal recado por compartir, en su mayoría ofensas graves. Y lo que sucedía era que Heydi era la típica chica rica malcriada y grosera y Gwen era igual, pero en otro modo, por lo que tenían constantes pleitos.  
     Un día, la golpeó tan fuerte que llamaron a Elsa, hermana y acudiente de Gwen cuando sus padres no estaban en casa por el trabajo. Suspendieron a Gwen por dos semanas, semanas en las cuales tuvo que hacer servicio comunitario en la escuela. Le advirtieron que la próxima vez, no lo pensarían cuando le dijeran que estaba expulsada. 
     Al volver, no tardó en pelear verbalmente con Heydi y Ashley, la amiga de Lucy, tuvo que frenarla justo a tiempo de que le pegara a Sarah y a Heydi en el rostro. A partir de ahí, estuve dándole reprimendas todos los días para que no le pegara a Heydi, ni a Sarah, ni a Mónic, ni a nadie. Ella entonces supo controlarse gracias a todos e inclusive dejaba que su vecino, Marco, la ayudase a estudiar— cosa que nunca sucedía. 
     Finalmente terminó el año y tanto ella como yo éramos muy buenos amigos, pero me llegó una noticia muy emotiva: había sido becado para irme al otro lado del mundo a seguir estudiando. 
     El día en el que debía partir, estaba Peter, Wyde, hasta Heydi y Lucy, pero Gwen no. Nunca llegó a despedirse y en cambio, yo le dejé la dirección de mi nueva ubicación a Lucy para que Gwen lo recibiera. Lucy le dejó la dirección bajo la puerta de Gwen ya que se resistía a salir. 
     Había pasado un mes cuando recibí la primera carta de Gwen y yo también comencé a escribirle por cartas. Ella contaba todo lo que le pasaba y siempre lo hacía con la misma estructura: “Odiado Luke… Te odia, Gwendolyne”, pero la última carta que recibí era diferente. Había cambiado entre la penúltima y esa, porque escribió con más calidez. Lo último que dijo fue:  
“Y así son las cosas en mi pequeño mundo. Así son las estrellas de este lado del cielo. 




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