S A W Y E R
No es tan difícil. Tomarla de la mano, sonreír, y que sorprendentemente el lugar se llene de paparazis como si nuestros managers no nos hubieran dicho nada. Era pan comido. Siempre lo había sido. Soy tan buen mentiroso que en algún punto he empezado a creer que con los asuntos del corazón se puede jugar sin salir mal parado.
Puede sonar superficial pero he aprendido que el mundo trata exactamente eso, de la cubierta. Nadie tiene suficientemente tiempo ni ganas para ir más allá de la cubierta si en la primera ojeada no has sido capaz de captar su atención. Lo mismo sucede con las personas... ¿Qué más da que este podrido por dentro, si mi cubierta tiene como subtitulo escrito: rico, joven y atractivo? He sido siempre un hijo de puta y no lo digo como una insignia de la cual fardar. No quiero ser el estereotipo pero le hago justicia. En mi mundo, lo importante no es de lo que se habla de ti, si no que se hable de ti.
Me presento... Soy Sawyer Reed, el chico estrella.
Observo a Colette, mi compañera de elenco. La otra gran actriz de esta novela. Ella me mira con desdén como si no creyera que estuviéramos repitiendo esta maldita escena de nuevo mientras en lo único que mi cerebro es capaz de ofrecerme son unas pecas y unos rizos de caramelo mirarme con sorpresa. Inexpertos, inocentes, deliciosos, al entrecerrar los ojos casi podía aspirar su aroma de nuevo. Había pasado una semana de la última parada en Bermen, aún recuerdo sus manos dulces recorrer mi espalda, sus suspiros y sus leves gemidos, probablemente haya enloquecido, suena mucho más creíble que este aquí cuál colegialo hablando sobre un polvo más como si hubiera sido el mejor polvo de mi vida. He pasado por diez mujeres distintas desde entonces sin que mini Sawyer haya sido capaz de levantarse, ni siquiera de mandar un saludo de agradecimiento a sus compañeras. Estoy muy enfadado con mi soldado. Es casi una falta de respeto que no se haya dignado ni siquiera a alzarse ante las preciosidades con las que he estado. Debía estar gravemente enfermo, eso es lo más creíble en estos instantes.
—¿Pasa algo?—la voz de Colette hace que salga finalmente de la profundidad de mis pensamientos, la miro con una sonrisa.
—Nada, tranquila. ¿Cómo está Jean?—pregunto finalmente.
—¡Oh, mon ange, él está genial! De hecho después de que nos hagan las fotos en este bar voy a pillar un avión a París para verme con él—afirma ella con los ojos llenos de emoción la francesa.
Colette se había casado a los dieciocho, a sus veinte y dos años y en el estrellato de su carrera no podía permitirse el lujo de que los pajilleros que la seguían supieran que su gran idola estaba casada y felizmente enamorada del mismo hombre. Eso no vende, en cambio que sea un putón de verbenero que sale con otro putón de verbenero, si gusta a la discográfica. Por si no ha quedado claro el putón de verbenero con el que sale soy yo, ya los he visitado muchas veces en su cuchitril de París, Jean es un hombre muy agradable de esos que te causan nauseas. Atento, simpático, es perfecto para ella.
—Me alegro muchísimo Colette, son unas vacaciones merecidas—respondo con sinceridad.
—¿Qué hay de ti? Habéis acabado la gira, ¿Qué piensas hacer este verano?—pregunta ella seria en sus ojos puedo ver la indignación, como si esperara realmente una respuesta rompedora, poco común.
—Componer, irme de fiesta, follar, componer, follar, beber, follar, y componer—anuncio con una sonrisa ladina, ella niega con la cabeza.
—¿Nada de sexo? ¡Qué raro!—afirma ella con burla.
—¿Qué dices? ¿Me lo he saltado?—pregunto con preocupación siguiéndole el rollo.
—Básicamente seguirás en tu línea—se resigna dolida.
—¿Por qué debería cambiarla?—inquiero yo arqueando ambas cejas con diversión.
El barman nos sirve dos cervezas, ella las empuja hacia mi.
—¿No bebes?—pregunto sorprendido.
Colette era una compañera digna de cervezas. Con ese cuerpo de modelo era dificil adivinar su vicio por esa bebida.
Ella me mira esbozando una sonrisa con orgullo.
—No. Es malo para el bebé…—afirma ella frotándose el pequeño bulto que había en su vientre.
—¡Felicidades, supongo! Creía que era que te habías pasado con los croissants—respondo yo abrazándola en el acto intentando esconder mi asco en la mirada. Un niño es lo último que necesita alguien en lo más alto de la fama.
Ella me fulmina con la mirada separándose.
—¿Entonces me abandonas por el retoño?—pregunto haciendo un puchero de tristeza.
—Todo está listo. Yo te romperé el corazón esta noche y luego iré al aeropuerto hacia París—afirmó ella convencida.
—La historia que emocionó a Steven Spielberg—satirizo con una sonrisa tomando un trago de mi bebida despechado.
—Es lo que toca. Todo está listo, tendrás margen hasta setiembre, entonces la discográfica te asignara una nueva novia de mentira—afirma.
—¿Y tener que soportar a otra?—pregunto de mala manera sin poder camuflar mi desagrado—Estoy segura que no tendrán a ninguna francesa con la nariz estirada que me ponga en mi lugar y con una extraña obsesión por la cerveza barata—añado haciendo una mueca de tristeza—¿Entonces, esto es el fin para ti?—añado con una expresión más firme al ver su cara de pocos amigos.
—Así es. Ha finalizado mi contrato. Tengo mis ahorros, estoy preparada para volver a retomar mi vida como una parisina más junto a mi marido.
—¿Sin fama? ¿Poder? ¿Glamour?—pregunto yo con horror sabiendo que pronto los medios dejarían de hablar de Colette, sus cuentas desaparecerían, pronto le aplicarían el famoso borrado. Ese punto en tu carrera cae en picado, en que te despiertas y eres un don nadie. Algún que otro buen seguidor te recordara con amor como un recuerdo nostálgico de su adolescencia pero eso no es suficiente, nadie hace dinero de un recuerdo. Pocas veces los artistas son los que solicitan el borrado, normalmente las aplican las discográficas y los managers cuando la dirección que has tomado no les conviene y les haces perder dinero, o simplemente no sigues las ordenes que te han dado. No todos están hechos para estar en la cima.
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Editado: 07.04.2023