Las estrellas no se enamoran

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A I L E E N

Lo tenía encima de mi en todos los aspectos, sus manos no paraban de tocar y acariciar cada parte de mi cuerpo como si eso se hubiese convertido en su mayor delirio, en la mejor de sus batallas. Y dios, no quería que parara. De hecho mi cuerpo le estaba pidiendo a gritos que me quitara este mismo pijama que me él mismo me había puesto… ¿En qué momento la situación ha llegado a este punto? Deja de besarme en los labios y decide deslizarlos por todo mi cuello encendiendo una hoguera en su trayectoria.

De pronto recordé esa noche, recordé como me había tomado en brazos y como yo como todo una experta, siendo totalmente virgen, até mis piernas en sus caderas para que hiciera conmigo todo lo que quisiera justo como ahora. Solo dejo que haga conmigo lo que quiera en esta cama y con la luz de un nuevo amanecer llegando. La única diferencia es que esa noche estaba borracha y esta no. En esta madrugada soy perfectamente consciente de todo lo que este idiota es capaz de provocar en mi cuerpo, todo esta tormenta eléctrica de placer que hace palpitar una zona de mi cuerpo que pocas veces había tomado tanta importancia. Supongo que esto era aquello llamado deseo, seguramente era eso lo que nos hacía sentir esta atracción, el deseo. Pero el deseo jamás es suficiente para mantener una relación a flote aunque en estos instantes, con su perfecto cuerpo musculoso y levemente tatuado poco me importaban mis principios y por eso, solo por eso mi odio por este hombre sigue en aumento.

Él gruñe besándome el cuello, como si estuviera en una batalla interna consigo mismo, supongo que por la mente de ese troglodita también pasaba lo mismo que por la mía, esto que estamos haciendo solo nos traerá muchos más dolores de cabeza. Pero al menos por lo que a mi cuerpo respecta, nada de eso importaba. Tenía sus manos jugando con mi frágil y dispuesto a ser parte de su juego cuerpo, sus caricias iban des de lo más bajo de mis muslos hasta mis nalgas amansándolas con cuidado, con deseo, sin dejar ni por un segundo mi cuello, ni dejarme respirar. Tampoco dejó de dar sus mordiscos suaves y besos demasiado adictivos haciéndome delirar, sentía todo mi cuerpo temblar ante él, de repente tenía mucha calor como si mi, ya sabéis, cobrara vida y quisiera sentir la más que crecida erección de Sawyer ahí. Al parecer eso hizo que él perdiera aun más el control, ya que gimió y gruñó con más fuerza, poco después subió la fuerza, intensidad, de sus manos tocando mi cuerpo. Incluso mis pechos empezaban a dolerme, no sabía si quería que este dolor placentero parara o que continuáramos con esta dulce tortura por el paso de los años.

Estaba ardiendo de una manera increíble, de ese tipo de fuegos que hacen que sientas deleite, no precisamente dolor. Yo suspiraba y suspiraba intentando retomar el control de mi cuerpo y parar esto, intentando obedecer mi cerebro, pero no había manera. No señor. Ninguno hablábamos porque sabíamos que corríamos un grave peligro de hacerlo, separarnos. Bastaba con dejar que nuestros cuerpos siguieran haciendo lo que quisieran, al menos en mi caso, en el caso de Sawyer, seguramente yo era el respiro que se daba de nuevo después de tanto celibato, a sus ojos pasar unas semanas sin follar era eso. Solo quería que se deshiciera de este pijama, sus manos incluso a través de la tela ardían, eso no quitaba que las sintiera como un estorbo.

Ni siquiera me reconozco. No se que demonios está pasando conmigo ni porqué estoy deseando tan fuertemente que él me siga tocando de esta manera pero desnuda. ¡Desnuda! Sin ropa… Sí, desnuda.

—¡Por dios!—lo último que necesitábamos era la voz de Rebeca Reed en esos instantes pero ahí estaba.

Yo me levanto de forma brusca pero Sawyer como siempre es más rápido, toma mis nalgas como prisioneras aprisionándome a su cuerpo.

—¡Abuela, qué cojones haces aquí a estas horas!—gruñe con voz ronca mirándola sin poder creérselo—Tu no te vas—añade eso último mirándome a los ojos serio, con ese mismo tono ronco, siento mis bragas lejos, justo como el control sobre mi cuerpo. Sus ojos están más oscuros de lo normal, el deseo hace que brillen, también que sus mejillas estén ardiendo justo como las mías, su respiración sea inconsistente, su pelo este alborotado, hago mi mejor esfuerzo por no dejar que viera mis mejillas hervir de nuevo sabiendo que eran mis manos las que habían agarrado ese pelo levemente largo y liso y lo habían vuelto rizado, y haberlo hecho gruñir deseoso. Saberlo igual de desesperado que yo en ese sentido no mejoró las ganas de que esas manos que me habían vuelto loca me desnudaran, jamás había sentido mis bragas tan mojadas como en esos instantes, solo quería que diera fin, pero ahí estaba su abuela mirándonos con los ojos como platos. Ahora agradecía que no nos hubiéramos desnudado, aunque él estaba sin camiseta. Su duro pecho había estado chocando todo el rato con mis amigas, haciendo que ese dolor a la vez tan placentero se multiplicará. Era un no parar.

—Déjame ir—consigo formular clavando mis ojos en los suyos intentando controlar mi respiración, aparto sus manos de mis nalgas.

—Juegas con ventaja. Las tienes a ellas. No puedes apartarme de mis amigas, ya me has apartado de mis amigas delanteras que deben estar duras y secas deseosas de que les de un poquito de atención y cariño —afirmó él haciendo un puchero como si de verdad estuviera triste y desesperado, como si su abuela no estuviese en el marco de la puerta incrédula ante la situación, y como si no estuviera hablando de mi culo y mis tetas.

Lo miro sorprendida, entrecierro los ojos un par de segundos intentando recapitular la información, Sawyer Reed era jodidamente desesperante.

—Sawyer…—vuelvo a llamarlo ahora lejos de su cuerpo, de repente toda ese fuego desaparece, mi piel vuelve a su temperatura normal, incluso empiezo a notar frío.

—Quédate—susurró con tanta seriedad que incluso hubo una parte de mi que quiso que obedeciéramos incluso en una situación tan surrealista como esa.




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