Las estrellas no se enamoran

12

S A W Y E R

Hay veces en las que un hombre debe correr sin mirar hacia atrás…

Ni siquiera debe hacerlo cuando tiene a un señor mayor de ochenta años, corriendo con unas tijeras de jardinería, que por cierto, ay que ver lo rápido que corre el jodido…

Ni siquiera cuando su único taparrabos sea su mano, y los ojos de medio vecindario, mayoritariamente formado por conservadores con mucho dinero, estén puestos en su culo, literalmente.

Ni siquiera cuando pasa todo eso…

Aunque un momento…

Hagamos una pausa… ¿Os preguntaréis cómo he llegado aquí?

Pues bien, ni yo lo sé.

De verdad, que no tengo ni la remota idea. Todo ha pasado rápido. En teoría íbamos a salir la abuela, Pecas y yo. Al final pude excusarme con que al final me había surgido un imprevisto, el imprevisto era la cama de mi vecina, aunque siendo honesto ese demonio con pechos pecosos no se opuso a mi no presencia, no puso ni la mínima resistencia a que no estuviera con ellas. Incluso la abuela mostró más desagrado al saber la noticia…

Espera, espera, espera. Un momento. ¿Des de cuando soy tan observador? Y lo que es más importante… ¿Des de cuando su comportamiento tiene tanto peso en mi vida? Creo que este sol de verano y no haber llegado al orgasmo con Kika, la sugarbaby de Harold, el hombre de ochenta años que me está persiguiendo buscándome dejar sin descendencia, aunque en esa parte ya no puede hacer nada, está afectándome gravemente, eso o no haberme follado a Aileen.

La única culpable de esto es ella. He llamado a Kika, Pecas como unas cinco veces. No veía a la hermosa brasileña sino a la mocosa del demonio perseguirme con esos ojos afilados desaprobando siempre mi comportamiento, como si de algún modo de los dos, ella fuera la adulta… ¡Pues no! ¡El adulto soy yo! Esto es culpa suya…Por dejarme más caliente que un toro de libia en una corrida de verano. Corrida de toros, ¿eh? No me refiero a ninguna otra cosa, lo digo para aclarar. Aunque ahora que lo pienso tal vez la analogía si sería buena, o no, yo qué se. Nunca fue mi fuerte la literatura, ni las ciencias, ni el instituto de hecho. De hecho Byron y yo éramos los reyes de la aula de castigo, el sitio donde nos enviaron después de ver que las expulsiones no eran castigos sino bendiciones para dos chicos como nosotros.

Aun recuerdo el día que nos conocimos, fue mucho antes del instituto.

 

(***)

La sustituta de la profesora de matemáticas era sin lugar a dudas muchas cosas pero sobre todas, jodidamente sorda. Había pasado las dos horas de clase prácticamente sin pausa alguna repitiendo la lección mientras más de la mitad de los alumnos estábamos distraídos. De no tener sus problemas de oída probablemente nos habría castigado por charlar de forma amena mientras ella nos explicaba como multiplicar fracciones.

La puerta de clase se abrió dejando ver a la directora junto con un alumno, este miraba hacia todos lados con timidez.

—Clase saludad a Byron Hanz—sonrió finalmente—Espero que tratéis gentilmente vuestro nuevo compañero de clase—añadió poco después dejándolo dentro.

La profesora asintió arreglándose las gafas mientras el tal Byron caminó hasta una de las mesas libres, la que estaba a mi lado, de no ser un novato sabría que se trataba de un error, siempre tengo una mesa libre al lado para poder garabatearla a mi manera, la mía debía estar impoluta, en caso contrario podía desear tener los problemas de sordera de la profesora de matemáticas.

Finalmente poco después la profesora hizo una pausa con dramatismo.

—Chicos… Voy al baño—soltó—Voy a dejar a Byron de vigilante—añadió poco después señalándolo sabiendo que de no dejar uno, la clase se convertiría en una batalla campal.

Él asintió con una sonrisa gentil.

Genial, un repelente… Eso fue lo que pensé aquella mañana, pero no. Se trataba de mi mejor amigo, mi mayor aliado para mis travesuras.

Vimos como la profesora salió poco después de la clase dejándonos vía libre, poco después todo el mundo empezó a moverse de un lado a otro, a tirar aviones de papel, a saltar incluso en las mesas, a tirarse los estuches, a hacerse peinados o y simplemente a gritar libertad.

Yo caminé hacia la pizarra dejando a mis amigos de lado, me apetecía dedicarle un dibujo a la sustituta. Que supiera que los chilis en su comida no eran error sino obra del genio de la broma, Sawyer Reed. Poco después empecé a trazar con agilidad la profesora, exagerando su nariz y sus gafas. Incluso le coloqué un par de pelos en la boca. Para mi sorpresa, Byron no apuntó a nadie y me dejó hacer.

—Rápido, va a venir—susurró con agilidad.

Pronto todos volvieron a su sitio excepto yo, porque aun no había terminado mi obra de arte.

—¿Qué te falta?—preguntó Byron sin saber que la profesora lo había visto repasando el dibujo.

—¡Sawyer!—gritó ella de mala manera—¡Byron!—añadió poco después—A la aula de castigo.

Fue entonces que descubrí que Byron siempre me cubriría la espalda. Por más cabreado que estuviera ahora conmigo. Por más enfado que pudiera sentir, era lo más parecido a un hermano.

 

(***)

 

—¡Vuelve aquí, hijo de la gran perra!—gritaba el hombre desesperado, tanto que hace que la mente me vuelva al cuerpo.

—¡Lo siento, Harold, yo ya le he dicho que sería mala idea hacerlo en tu despacho!—respondí yo saltando por todo el césped como si la vida me fuera en ello—¡Ya me dirás tu secreto para correr así a tu edad!—añadí sin poder evitar soltar una sonrisa burlona que hizo que todo ese rostro rosado pasara a un rojo pasional en cuestión de segundos.

—¡A ti lo que te voy a enseñar es a respetarme, siempre es igual!—gritó él aumentando la velocidad desesperado, como si la vida le fuera en ello.

Siendo honesto, razón no le faltaba. Kika era mi recurso más desesperado, en situaciones desesperadas, donde mini Sawyer estaba más que alzado, requería medidas desesperadas, follarme a la esposa joven y super modelo del vecino de al lado. Deberían hacer una asociación de hombres a los que Sawyer Reed les ha robado la novia o la mujer. Con este barrio ya tendrían suficientes miembros. Aun recuerdo al señor Collins, antes de la gira. Para su suerte en la gira, les dejé la vía libre, pero había regresado y con ganas.




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