A I L E E N
Las mejores lecciones de vida son las que no necesitan maestro. A veces, la primera escuela de la vida tu propia familia es la encargada de enseñarte que la vida no es un cuento de hadas. Si algo había aprendido de mi madre, es que de los hombres no te puedes esperar nada y menos en cuanto a compromiso se refiere.
Siento un nudo en el estomago con tan solo recordar la escena anterior, el muy cerdo tenía recados mucho más importantes que atender, follar con la vecina. Eso ya es suficiente excusa para maldecir a Sawyer, maldecirme a mi misma y al destino que al barajar las cartas me ha dado unas tan pesimamente jodidas que ahora estoy empezando a perder la razón por un chimpancé que sabe tocar instrumentos y afinar al cantar.
Me niego a tolerar esto. Podría contar con mis manos, de hecho me bastaría con una, las veces que he permitido a mi corazón tiritar algo llamado decepción, todas ellas han sido relacionadas con mi padre, alguna con mi madre y ahora con este orangután que sabe canturrear y tocar la guitarra, piano y la batería.
Me observo horrorizada ante el espejo, siento el picor de las lagrimas escocer, van envolviendo poco a poco mis parpados mientras lo único que es capaz de proporcionarme mi mente es un recorrido de mis últimos días hasta llegar al día de hoy, el concierto, los calzoncillos, Malena gritarme, la prueba de embarazo, el bosque, el agua, sus amigos, el helado, la sopa, la manta, nuestro encuentro… Una a una van clavándose en lo más profundo de mi ser, todas tienen en común la intensidad. No había ni un recuerdo con Sawyer Reed que no hiciera temblar mi pobre corazón, que no lo hiciera ponerse en guardia. Si buscáramos en un diccionario sinónimos encontraríamos Sawyer Reed en primera plana.
Lo más jodido era esta sensación de amargura… ¿Por qué tenía ganas de llorar? La pregunta correcta era… ¿Y por qué no? Muchas emociones en tan poco tiempo, mucha intensidad, demasiada para mi gusto, es por esto que durante estos años he esquivado como he podido todo lo relativo a los sentimientos. Lo único que añoro es a Bigotitos, charlar con Malena para hacer tiempo, acurrucarme en el sofá esperando a mi madre con la escopeta del abuelo en el brazo por si la cita no había salido como esperaba. Una nunca sabe como puede acabar y con Sawyer Reed aún menos, con él todo es caóticamente profundo y vehemente. Su imagen completamente desnudo arrastrando a un señor mayor con unas tijeras de jardinería ya había sido impactante, saber que se había acostado con la vecina fue el colmo, el desencadenante de que ahora estuviese observando a una Aileen pálida y con ganas de sentirse abrazada con fuerza. De nuevo no entiendo esta tristeza abrumadora que se ha apoderado de mi. Siendo honesta, ni la entendía ni quería hacerlo.
—Pecas—susurra a unos cuantos palmos de mi, ahora ya vestido. Me volteo inmediatamente limpiando con rapidez y eficacia todo rastro de posibles lagrimas.
—¿Sabes qué? Será mejor que ni me hables—respondo con frialdad, él me mira asintiendo. Poco después esos ojazos me miran confundidos a pesar de todo, como si no entendieran nada de la situación, esos ojazos que con tan solo mover sus pestañas son capaces de hacerme delirar. No podía leer su mente pero estaba segura que yo era siempre lo último que pasaba por su mente.
—He decidido que tu dormirás en mi cama, por lo del bebé y eso. He vaciado la mitad de mi armario…Ya sabes por tus cosas, dormiré en el salón mientras nana siga aquí, luego dormiré en la habitación de invitados que ocupa. Cuando puedas baja a comer, nana me ha dicho que no has podido tragar nada de ese restaurante, le he dicho mil veces que no todos tenemos estomago para comer en un tailandés y menos aún en tu caso, ya sabes, embarazada…—habló él con una seriedad muy poco propia de su carácter ni siquiera combinaba con su tono de voz, sonó tenue y apagado, algo nervioso, pero poco me importaba. Al no recibir respuesta por mi parte excepto que bajara la mirada hacia el suelo, salió de su habitación dejándome sola de nuevo.
Enciendo el nuevo móvil que habíamos comprado, con un dinero que probablemente me lleve toda la vida devolver por más que la señora Reed se negara en lo contrario, era demasiado buena conmigo. Aun recuerdo como había insistido prácticamente durante toda la mañana para que comprara cosas.
(***)
—Niña, este vestido es hermoso—sonrió ella señalando el escaparate—Te verías tan bien con eso—añadió parando en seco.
Nos habíamos pasado ya medio centro comercial de lado a lado, habíamos comprado una cuna, pañales y biberones. Ese era en principio lo único que permitiría recibir gratis, cualquier otra cosa me parecía innecesaria.
—Señora Reed ya hemos comprado uno—respondí yo sin poder si quiera mirarla. Si algo no soportaba era cuando alguien hacía algo por mi sin esperar nada a cambio, quiero decir, todo el mundo espera algo de vuelta. No solo una respuesta material, a veces simplemente superioridad moral pero Rebeca Reed no parecía ser la típica señora prepotente. Tenía su carácter aun así, nada ofensivo o malvado.
—Ay, por favor, no me llames señora Reed, ese título será tuyo—negó ella con seriedad. Pronto su expresión cambió a una dolida, no tarda en llevarse una mano al pecho, y yo no tardé en ir a su lado con preocupación.
Ella asiente poco después quitándole importancia.
—Estoy bien—sonrió—Hazlo por mi—añadió.
Tomo aire con fuerza, finalmente asiento y ambas entramos a la lujosa tienda. Ella saluda con familiaridad a una de las personal shopers que hay en la entrada, aun así le hace una señal para que nos deje solas.
—Siempre soñé con tener una nieta—soltó yendo en dirección al vestido lavanda con escote redondo emocionada—Te quedará divino—añadió finalmente mirándome.
—¿Dónde está la mamá de Sawyer?—pregunto aun temiendo parecer una cotilla, que conste que solo lo era cuando me aburría o cuando la situación lo requería. Me moría por saber la verdad. Aun recuerdo aquella estúpida conversación con él. No había dado detalles tampoco, tan solo aportó el hecho como si fuera justificación para su retraso.
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Editado: 07.04.2023