Las estrellas no se enamoran

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A I L E E N

—No hace falta que hables, tus ojos ya me lo dicen todo—sus palabras son la última estocada que hace que todo mi autocontrol se hunda, rápidamente me lanzo a sus brazos, y ella me abraza con la misma fuerza.

No había duda en las palabras de Malena, de lo que sí dudaba era de que alguien consiguiese conocerme con la misma perfección y de la misma manera que la dueña de ese pelo rubio rizado y esos ojos azules saltones. A veces desconocemos la necesidad real de un abrazo y menos aún su verdadero poder, nos olvidamos con que basta con un gesto tan pequeño, como el sentirse a salvo, para derrumbar paredes, para nada pequeñas, que asfixian... Pero ahí estaba, llorando en el pecho de mi mejor amiga cual niña pequeña en los brazos de su hermana mayor, sin que me importara nada más que saber que ella estaba ahí para mi, justo como yo lo estaría para ella de ser al revés.

—¿Qué ha hecho ese hijo de puta?—susurró ella sin apartarse de mi, en sus ojos veo la rabia y la impotencia reflejados.

Le dedico una sonrisa mientras me alejo en un intento de relajarla.

—No vale la pena—hago una pausa intentando serenarme—Sawyer no vale la pena, ni mucho menos para que tu te metas en líos por él ni yo este llorando aquí—afirmo finalmente sin poder apartar la amargura de mi garganta. Me limpio las lagrimas como si nunca hubieran estado ahí a pesar de saber que me estaba mintiendo a mi misma de la peor manera.

Ella cambia la rabia y la impotencia por la dulzura y la tristeza, se ablanda mostrándose comprensiva conmigo, porque sabe que me estaba rompiendo por dentro a pesar de todo. Eso provoca que en mis ojos se llenen de lagrimas traicioneras de nuevo. Intento frenarlas como puedo pero siento que ya he perdido todo control en este punto, si es que en algún momento he llegado a tener algo parecido.

—Eso no significa ni tampoco explica porque me siento como una mierda—respondo poco antes de derrumbarme, ella me vuelve a abrazar.

—No pasa nada, Aileen. No eres débil por llorar, débil serías de soportar faltas de respeto y no hacer nada al respecto—respondió ella posando un beso en mi frente para sonreír, algo se remueve dentro de mi cuando aprecio sus pupilas empapadas. Genial, había hecho llorar a Malena.

—¿Pasó algo?—pregunto yo inmediatamente mientras llevo mis manos a su rostro.

Ella aparta la mirada lo cual significa que efectivamente, había algo mucho más grave en su tristeza, pocas cosas derrumbaban a la leona de los rizos dorados, una de ellas intuía que era relacionada por cierto moreno bajista de una banda pop que la traía de culo des de estos últimos años de nuestra existencia.

—Nada que no sepamos, todos los hombres son basura—respondió ella con una sonrisa ladina.

No puedo evitar fruncir el ceño.

—Si crees que esa actuación de pacotilla hará que no me de cuenta de que te pasa algo es que no me conoces—mis palabras suenan afiladas, y ella me mira un par de veces antes de derrumbarse y buscar mis brazos.

Sin más le devuelvo el abrazo mientras ella se derrumba.

—¿Es algo con Byron? ¡Sabía que había algo más!—grito desesperada mientras eso hace que ella estalle en sollozos rotos lo cual hace que inmediatamente me calle—Voy a asegurarme de que ese cap...—ella no me deja terminar.

Ambas nos miramos con los ojos rojos como el mejor de los tomates de su huerto, uno de sus pasa tiempos cuando no está hablando de cantantes y boy bands son las plantas, le relajan y la equilibran según sus propias palabras. Eso hace que extrañamente mi barriga empiece a rugir...

¿En serio? ¿Tomates? Pues claro que sí...

Redondos, rojos, grandes y sabrosos...Sacudo mi cabeza en un intento de despejar este tipo de tonterías que no vienen a cuento de mi mente.

Ambas nos miramos sabiendo en los ojos de la otra que habíamos cometido el peor error de toda mujer regalarle nuestros corazones a hombres sin alma.

Tomo aire con fuerza, ella suelta un suspiro.

—¿Lo hemos hecho verdad?—pregunto yo—¿Nos hemos enamorado de dos super estrellas?—añado con un hilo de voz sin poder camuflar mi horror.

Ella niega con fuerza frunciendo el ceño.

—Mírame bien, nosotras no nos hemos enamorado de nadie—afirma ella tomando mi mentón sin poder evitar que la luz solar haga brillar el rastro de lagrimas, rápidamente al darse cuenta se lleva las manos al rostro barriéndolas—No, señor, somos dos adolescentes con un futuro brillante, una ha cometido un desliz muy gordo pero pronto encontraremos solución—añade con la determinación característica de ella.

—Claro que no—respondo yo con una sonrisa pronto se tuerce en una mueca llena de amargura—Por eso pensar en que Sawyer está con otras mujeres hace que cada parte hace que sienta falta de aire, me llene de inseguridades y sienta ganas de llorar—añado de nuevo siento un charco de agua preparado para invadir mis ojos.

Ella me abraza con suavidad en un intento de consolarme de nuevo, eso solo hace que me sienta el doble, tal vez el triple, de miserable. Me había pillado de un capullo que jamás podrá darme estabilidad por mucha intensidad que haya, un hombre que si conseguía sentir su sonrisa en la tarde, no sabría si tendría sus buenos días en la mañana. Un pobre diablo que vive eternamente vagando de un cuerpo a otro intentando satisfacer su propio infierno interior, infierno en el que estoy cayendo sin paracaídas y lo peor es que estaba arrastrando a mi bebé conmigo. Mi bebé... Iba a tener un bebé, había sido capaz de paralizarlo todo por el mismo, porque soy consciente de mis actos y entiendo que nadie debería pagar por ellos. Mientras tanto él tan solo ha estorbado, ha molestado y ha empeorado la situación.

Me niego a ser como mis padres, me niego a tolerar esta vida, si Sawyer no quiere saber nada del niño está bien. Siempre y cuando sea desde un principio, no quiero que mi hijo crezca pensando que lo que sucedió entre sus padres fue obra suya.




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