A Strange Tale 1 - Capítulo III

¿Sería demasiada coincidencia que el Doctor Strange fuera el tan hermético hombre que vivía en el 177A de la calle Bleecker?

¿En serio lo sería?

Becky yacía frente al edificio observando detalladamente aquel lugar, como siempre lo hacía cuando dejaba la despensa, la única diferencia es que no era miércoles.

Desde que fue al hospital, aquella Doctora Palmer le había sembrado la duda con respecto a donde se podía localizar a Stephen Strange, después de su tan inesperado retiro. Esa semillita fue creciendo y creciendo hasta convertirse en un gigantesco árbol de curiosidad, y la única manera de talar ese árbol era averiguando si el Doctor Strange era quien vivía ahí.

Becky tragó difícilmente y decidida cruzó la calle. Durante todo este tiempo se había planteado un plan para poder ver al señor de la calle Bleecker; y, al estar frente al edificio, suavemente subió los escalones y se acercó aquella enorme puerta. Hoy las formalidades se iban a ir al diablo, Rebecca no iba ser la amable repartidora de cada semana, su meta era poder acceder al 177A de cualquier manera, aunque fuera una manera ilegal.

Becky acercó el rostro al vidrio que decoraba la puerta y observó si había cerca alguna señal de vida. Ella distinguió un enorme escalón en medio de la estancia principal y no había ninguna señal trascendente al asecho, retiró su rostro de la puerta y observó a la calle mientras, disimuladamente, del bolso de su pantalón sacaba una pequeña ganzúa. Retomó la vista al frente, se acercó al picaporte y con calma introdujo la ganzúa en el acceso de la llave. Becky trató que sus movimientos no fueran tan toscos para evitar llamar la atención de la gente que pasaba por la cera y del señor que vivía ahí. Ella concibió como sus manos comenzaron a sudar gracias a los nervios que florecían.

—No Becky. No te desconcentres —susurró, dándose motivación.

Un escalofrío recorrió su espalda, sentía muchos ojos sobre ella juzgándole por lo que estaba haciendo. Tal vez alguien se encontraba llamado a la policía u otros le observaban para, en un momento justo, lanzarse encima y detener su acto vandálico, pero por Dios esperaba que no fuese así. Entre su mar de dudas pudo escuchar el "clic" de la puerta y una sonrisa satisfactoria calmó su paranoia. Becky le dio un beso a su ganzúa y la guardó en el bolsillo de su pantalón, jamás había estado tan agradecida con Yamir por tal regalo. Dio una última mirada a la calle Bleecker, nadie parecía importarle su presencia, y con un envidiable sigilo abrió la puerta del 177A.

Tan veloz como su cuerpo le permitió accedió al edificio y, con esa misma paciencia para abrir la puerta, le cerró. Recargó su cabeza sobre el cristal y suspiró victoriosamente. Rebecca se volteó para poder conocer ese lugar que tanto le había fascinado desde su niñez.

A suaves pasos caminó en la estancia y asombrada observó cómo ese lugar era enorme, más de lo que parecía por fuera, probablemente era del tamaño de su sala, cocina y jardín trasero juntos o todo el terreno de su hogar. Quedó en medio y giró sobre su propio eje. Todo era hermoso. El decorado mítico, la arquitectura antigua, los muebles de antaño. ¿Acaso estaba en un museo?

Mientras se dejó maravillar procuró mantener su modo sigilo y se decidió a subir los escalones. Al llegar a la primera planta vio demasiados pasillos, no se pudo decidir por cual empezar, así que, alzando su mano y apuntando con el dedo comenzó a juguetear para elegir su pequeña aventura.

« Uno, dos, tres, cuatro...» pensó.

Detuvo su dedo en el diez y eligió un pasillo que daba al ala norte. Caminó tranquila, mirando cómo había varios estantes con piezas extrañas guardadas en ellas. Becky caminó hacia ellos y observó alguna de las piezas. No eran antigüedades Egipcias, daban aire de ser asiáticas, pero no como las que vendían en las tiendas de conveniencia, y examinó meticulosamente cada pieza.

« Tal vez, medio oriente. »

La joven trató de no tocar nada y no dejar ninguna huella que le delatara. Apreció una pequeña habitación, y sin evitar su curiosidad, ingresó y se dejó maravillar con todos los nuevos objetos. En esos momentos escuchó algo proveniente de la habitación contigua, y asustada por ello, Rebecca decidió ponerse en alerta ante cualquier cosa que pasara. 

Buscó un lugar donde esconderse hasta que un enrome pedestal llamó su atención, corrió hacia el lugar y se colocó detrás de este, tomando asiento en el suelo y trató de controlar su alterada respiración. El sonido resultó ser el de unas pisadas; era el dueño de la vivienda. Becky apegó sus piernas, hasta que sus rodillas chocaron con su pecho, se abrazó y empezó a rezar con que no fuese descubierta. Los pasos se oían más cercas, por el pasillo donde había accedido, mantuvo sus rezos y los pasos ahora estaban más cerca de lo que ella imaginó. Becky mordió la mezclilla del pantalón, cerró sus ojos y su mente no dejó de parlotear en plegarias.

Hubo un momento de completo silencio y ella no ocultó sentirse intrigada, abrió sus ojos y notó un enorme jarrón bañado en color oro, o probablemente era de oro, y a través de este contempló la silueta de un hombre bajo el marco de la habitación donde ella estaba. Se veía que observaba el lugar con cautela y Becky no desvió la vista del objeto; estuvo al pendiente de cada acción del hombre, hasta que, distinguió como este entró en el lugar. El corazón de Rebecca empezó a palpitar al mil por hora, casi sintió a su órgano atascado en la garganta. Se acercaba a donde ella estaba, sus rezos se intensificaron y su corazón estuvo a nada de vomitarlo cuando contempló como el señor direccionó su caminar hacia otro punto en la habitación. Se mantuvo mirando a través del jarrón y vio como el hombre acomodaba una de las piezas. Él terminó su cometido y tranquilo dejo el lugar, y como nunca en su vida Rebecca agudizó su oído y estuvo al pendiente de cada paso hasta que estos se fueron alejando. Suspiró aterrada, extendió sus piernas y recargó la cabeza en el estante.